QUELLA NOCHEBUENA EN LA MISA DE GALLO TUVE UNA VISIÓN PROFÉTICA
HOY ES NOCHEBUENA NAVIDADES DE ANTAÑO Y HOGAÑO
Mi alma se empaña de melacolía en esta mañana blanca sin nieve pero en el capó de los coches cayó la cencellada. Mi corazón se escarcha entre recuerdos sobrevividos. Abajo mi diligente mujer prepara el convite de Nochebuena. Al albur vendrán mis hijos, mis nietos y el recuerdo de los que se fueron se presentarán en efigie cual convidados de piedra a la cena ante el portal de Belén. Son muchos ya. Son solo sombras pero sus voces resuenan nítidas en mi memoria. Navidades de hogaño funcionales y perentorias: las dudas de nuestro pasado lo que pudimos ser y no fuimos lo que debíamos haber hecho y no hicimos y claro nos remuerde la conciencia. Los años depararon sabiduría y escepticismo pero nos arrebataron el entusiasmo y la juventud. Una navidades las de 1956 las recuerdo bien. Había caído sobre Segovia una gran nevada. Después de cenar y cantar villancicos yo tuve que abandonar el hogar para oficiar de monaquillo en el convento de las claras de san Antonio el Real situado detrás del Campillo. Había luna llena. Mi padre me acompañó medio camino por la vaguada. Los rebaños de la mesta estaban de acampada cerca del puente romano de Valdevilla. Se escuchaban el sonido de los cencerros de los castrones y el ladrido de los mastines, unos perros impresionantes con una carlanca de púas alrededor del pescuezo para luchar contra el lobo. A mi me dieron siempre miedo los perros.
─No temas, hijo, no hacen nada, son mansoss como corderos─ dijome el rabadán que estaba cantando un viejo romance al Niño Jesús utilizando una botella de anís y un almirez como instrumentos musicales de percusión, era lo que se hacía entonces si faltaban panderos o guitarras. Había una luna enorme alumbrando la noche blanca.
Cuando entré por el portal de aquel viejo convento franciscano que había mandado construir el buen rey Enrique IV gran devoto de san Antonio, el capellán don Eugenio revestido de los ornamentos sacerdotales: casulla, alba, amito y manipulo me estaba esperando. Y entretenía la espera fumándose un cigarro caldo de gallina.
─Llegas tarde, niño, te aguardaba
─Vivo un poco lejos, padre, y cayó una buena nevasca.
Era un fumador empedernido. No sabía el pobre don Eugenio que era su última navidad. Moriría al año siguiente. Una angina de pecho. Fumaba mucho.
─Están cerrados los caminos, ha caído más de una cuarta de nieve, padre.
Salimos yo con la vela y el incensario. El preste con la epacta. La iglesia estaba vacía. Ni un alma. Pero detrás de la reja del locutorio las voces dulces de las monjas moviéndose entre las sombras del coro detrás de las rejas cantaban villancicos antiguos que enamoraban el alma.
Cuando don Eugenio entonó el gloria in excelsis Deo se escucho el tañido de todos los conventos e iglesias de Segovia, casi cien en aquellos años anunciando el nacimiento del redentor.
Las estatuas del retablo flamenco de uno de los laterales ( efigies de madera anaglíptica) que parecían querer salirse de la formación miraban para nosotros con un pasmo de medio milenio. Cerca de quinientas navidades presenciadas representando la adoración de los reyes magos. También estaban tristes de encontrarse tan solos.
Y en los recios y antañones bancos del convento nadie se sentaba. Ni un alma en la misa de gallo. A la hora de alzar toqué con vigor la campanilla toda la fuerza que podía y ocurrió algo sorprendente. Un ángel apareció junto al altar que me hablaba en ruso.
─Diakon prestupiti (Acércate diacono)
Hice lo que me dijo el ángel. Don Eugenio se volvió. No era el humilde capellán ecónomo del seminario el que hacia las cuentas de los garbanzos y las judías pintas que comíamos los seminaristas sino todo un obispo vestido de pontifical empuñando mitra y báculo. Todo un prelado a la antigua usanza pero no me hablaba en ruso sino en latín, el latín de san Jerónimo, al tiempo que me ceñía una estola sobre los hombros:
─Zelum domus tuae comedit me (me abrasa el celo de tu casa)
Siguió la celebración y al terminar la misa yo estaba seguro de que era un mensaje de la divinidad que me convocaba al sacerdocio. Sin embargo, no sería cura físicamente, abandoné eñ seminario en el teologado, pero los cielos impartieron sobre mi cabeza órdenes sagradas de una manera virtual y esto no es una idea descabellada.
El ángel al hablarme en ruso me profetizaba mi acercamiento al Cristo oriental mientras las iglesias occidentales quedaban vacías y sumidas en una crisis infernal de valores. Eso fue antaño.
Todos los domingos hogaño por internet asisto a las misas en Moscú y el patriarca celebrante repite las mismas palabras que escuché en mi niñez de seminarista “Acércate diacono” y yo me acerco a estas gloriosas celebraciones litúrgicas como si nada. Formo parte de la clerecía, uno más, acaso de los más viejos. Sigo repitiendo el celo de tu casa me vuelve loco.
Acabada aquella misa de gallo, le conté a don Eugenio la extraña visión que se me había presentado cuando él consagraba el pan y el vino. El buen ecónomo me miró con ojos irónicos. Chico, tú estás chalado. Bebiste más anís de la cuenta o se te atragantó el turrón. Encendió otro Celtas y me dio las pascuas:
─ Chiquito Felices pascuas y prospero año nuevo que no te traigan carbón los Reyes Magos por haber venido a ayudar a misa con retraso. Deja de pensar cosas raras.
Al tiempo que ponía entre mis dedos una moneda de peseta... El estipendio que recibían los acólitos por portar la cruz, el incensario, el acetre y los ciriales en las misas cantadas. Poco sabía el pobre presbítero que un mes más tarde estaría de cuerpo presente.
Desde aquella misa de gallo de hace muchos años a mí me sigue royendo esa comezón del esplendor de la Casa del Señor, no quiero que nadie la ultraje ni verla profanada. La frase del ángel acércate diacono resuena en mis oídos… Todavía
domingo, 24 de diciembre de 2023
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