martes, 6 de abril de 2021

PERICO BELTRÁN

 Yo le llamaba mi “capellán”. Se nos ha muerto Perico. Perico Beltrán. El día de Santo Matías, las noches igualan a los días, 24 de febrero, saliendo de la Plaza de Celenque, y en la que baja hacia Arenal, casi a la puerta del Santo Niño del Remedio, me topé con Pedro Beltrán, ojos grandes y flavos, buena percha para el cine pero no daba la altura necesaria para galán, por eso hubo de conformarse con secundarios: llevaba un abrigo marrón claridad de doble pechera, pasado de moda -era la prenda de vestir que caracterizaba a los ministros y ejecutivos lustros atrás- recuerdo en el ropero de sus buenos tiempos, algo gastado, pero muy limpio. En los tiempos más duros de la bohemia y de la briba, por la que este murciano de buen vivir a salto de mata y sin molestar pasó como la luz sobre el légamo o por un cristal sin romperlo y sin marcharlo, aunque a Alfonso “El Cerillas” que paz descanse le dio algunos sablazos, siempre portó alto el pabellón de la dignidad. Nunca lo vi con los zapatos manchados de barro. Era un señor con aires de califa o de caíd de los reinos de taifa. Nació en la huerta murciana y hablaba como el tío Marchena, un melonero de Cuatro Caminos que yo conocía y que tenía cara de bota de vino de Jumilla y que cuando le hablabas siempre te contestaba con una ah interrogativo. Esa interjección interrogante era como responder con nueva cuestión  al preguntante, al modo de los gallegos. Y la verdad es que los murcianos se parecen algo a los gallegos. De punta a punta. Los extremos se tocan. Pedro en los últimos años cobró el aspecto encarnado de los hipertensos y siempre te contestaba con ese ah de su paisano de Jumilla. Empezaba a quedarse sordo. ¿Qué tal estás Perico?

- ¡Ah!

 Y te escrutaba con esos dos ojos potentes. Pues no miraba. Hacía radiografías. Y te ajigolabas unpoco creyendo haber cometido una impertinencia al preguntarle por su salud. Le gustaba el vino pero iba a él con moderación. Como un rey, que era, no como un buey. La cabeza era lo que más destacaba en la disposición de su cuerpo algo petizo. Y tenía una cabeza prócer cincelada con señorío. Elegancia del sur.  Un Abderramán sin chilaba injerto en pícaro. Cineasta. Guionista. Escritor. Fernando Fernán Gómez para el que fabricó el gran éxito con el  libreto de su cinta Pícaros decía que Pedro era genial pero desordenado y bohemio y no había manera de hacer gavilla de él. Genio en el que se entreveraba su bondad natural con su descreencia y la fatiga de tanto luchar. Fue también pan de los pobres y socorro de desvalidos. Yo le vi una vez darle mil duros a una actriz enferma que fue muy guapa y famosa y que en los ochenta acabó teniendo por todo refugio las escaleras de la boca de metro de Callao. La ex actriz murió y Pedro Roldán fue objeto de una larga entrevista en Telemadrid.

 Resonaron en mi mente, al ver a Perico, amparo de la pobreza vergonzante, lacra de una sociedad solidaria pero poco caritativa y cristiana con el prójimo inmediato, las palabras de una novela rusa: “Dios perdonará. Perdonará eternamente a los borrachos”. Y recordé un cuento de Chejov en que la pordiosera Afasia muere aterida de frío en la puerta de una catedral. Todos se sienten culpables y el archimandrita, arrepentido, predica un sermón con el cadáver de la mujer de cuerpo presente. Exequias solemnes. Mientras habla el prelado, se esparce por toda la iglesia una olor a rosas y los harapos y arambeles viejos con que se arropaba la mendiga se convierten en túnicas de seda. Al fondo se escucha la música de los coros y sonidos de arpa. Era la pobre menesterosa que hace su entrada en el Paraíso bella y hermosa con los cabellos de oro como fue en su juventud, escoltada por una legión de Tronos y Dominaciones. Al final nos examinarán sólo de amor, dice san Juan de la Cruz. Creo que para Pedro Beltrán esta añagaza condicionante haya sido sólo un trámite. Porque él era compasivo e inclinado a la misericordia y habrá alcanzado esa corona que en el cielo se otorga a los “perdedores” (aunque pienso que no era un perdedor, vivió como le dio la gana) y a los que han hambre y sed de justicia.

 Y en estas le pregunté:

- ¿Adónde vas, Pedrito?

-Ah

-¿Hace mucho que no te veo por el Gijón?

-Ah

Y siguió su camino. No me extrañó nada este mutismo pues me habían dicho que se había quedado sordo como una tapia. Debía también de padecer uno de sus habituales ataques de asnea puesto que su gesto era de dolor. Le encontré más viejo y con andares renqueantes, la mirada perdida barruntando tal vez la eternidad. Aquella conversación de sordos fue nuestra despedida. Yo creía que iba a entrar a rezar un padrenuestro en la capilla del Santo Niño del Remedio. Porque con Perico, aunque se proclamaba ateo convencido, y eso que había sido cura o al menos largos años seminarista, nunca se sabía cómo iba a reaccionar. Hacía las cosas sin que se enterara la mano derecha lo que hacía la izquierda este murciano. No creía en dios pero creía en los hombres. De últimas, ni eso. Se le veía cada vez más escéptico y cabreado. Todos lo habían abandonado. Los unos y los otros.

 Me dio una impresión de soledad y él,  al que le había conocido siempre joven, porque pocos pensarían que llegaría a octogenario, siempre con sus aires jacarandosos de misacantano, y complejo de Peter Pan porque se consideraba el eterno adolescente que nunca creció, me pareció por primera vez un anciano. ¿Adónde iba Pedro Beltrán, aquel bohemio con fama de buena persona? Pues por la senda que andamos todos y cuya meta final nos convierte a todos en lo mismo: en polvo. Al pobre y al rico. Al malvado y al santurrón hipócrita. Pasó un semáforo, lo perdí de vista. Iba en derechura a abrazarse con la Gran Niveladora. 

No transcurrieron ni dos semanas de nuestro último encuentro y el cuerpo sin vida del actor, autor y viejo contertuliano fue encontrado sin vida en una pensión de mala muerte por otro actor, Gabino Diego


No hay comentarios:

Publicar un comentario

hull66@outlook.es

  ERREJÓN METIO LA REJA Y AL PÁJARO EN EL INFIERNO Errejón mete la reja, menudo lío que armaste, tío. Está el gallinero sublevado, cacarean ...