AMOR
INGLÉS
PRÓLOGO
Este
libro es una loa al sistema de salud español, al hospital de Puerta de Hierro
madrileño y en particular a la oncóloga la doctora Zapata. Acabo gracias a ella
de superar un cáncer de próstata o a por lo menos a mí me lo parece. Llevo casi
tres años desde que fui operado y la próstata no se mostró ni renitente ni
recidiva. Empecé a escribirlo desde una cama de dicho hospital al lado de un
ventanal donde un cuervo que estaba construyendo su nido mientras se afanaba en
colocar pajas en su ecológico habitáculo sobre la rama del ailanto para incubar
a sus hijos contaba la historia de mi vida, era una voz de diácono que cantaba
la epístola de mis días desde que nací con sus alternancias de triunfos y
fracasos, momentos tristes, malos ratos, amores y desamores y arrepentimiento. Un
Amor Inglés es lo que pudo ser y no ser. Tiene la factura de una cantiga
donde el principal trovador es mi ángel de la guarda que me sacaría de tantos
peligros. El protagonista de esta historia tatas veces cambió de nombre que
apenas lo reconozco pero siempre es el mismo. Los vaivenes de mi existencia me
han llevado desde los congostos y angustias vivenciales y sexuales del
nacionalcatolicismo al ancha es Castilla de la libertad sexual más aberrantes
que son las salas porno de Internet. Mudaron muchos los tiempos. La Historia
cambió de rumbo y de ciclo. Son las aventuras del Zeitgeist pero mi fe no es
una cuestión de bragueta sino algo más profundo, Cristo está ahí en lo alto del
Pantocrátor del universo. Es el alfa y la omega. El ayer y hoy. Hieri et
hodie y yo a lo largo de estos capítulos planto cara al diablo. Lo desafío
con lo único que tengo a mano; la belleza de la palabra. El poder de la
literatura. Suzanne Marie Hugh, ¿qué fue de ti? Tu hermosa sonrisa y tu belleza
en las entradas de un diario que escribí hace sesenta años cuando te conocí en
aquel bailongo de Hull, el Locarno. ¿Helen? Moriré sin verla. Cuanto os extrañé
toda mi vida y entono estos trenes de Jeremías para mitigar el dolor de ese
desdén. Fuisteis lo que más amé. Les invito a mis lectores a entrar en este
cabeza porque esta autonovela es un puzzle.
LIBRO PRIMERO
Fui operado de
próstata va para dos años por una eminente doctora del hospital de Puerta de
Hierro (Majadahonda, Madrid) que se llama Zapata y es una oncóloga de
categoría, yo la llamaría milagrosa, no tengo dolores. Meo como un padre de la
iglesia, no he de levantarme a media noche ni necesito el zambullo con el que,
pegado a mi pierna, exoneraba la vejiga. Tales
dolamas son un signo de la fragilidad de nuestra condición pecadora e
imperfecta. Hoy somos y mañana nos vamos y al cabo de tan poco tiempo nadie se
acuerda de nosotros ni de nuestro tránsito. Yo escribo para perpetuarme en mis
escritos, para que quede en el mundo un poco de mi alma. Hay una segunda razón
expresar mi arrepentimiento por lo que pudo ser y no fue. Quien escudriñe sobre
estas páginas percibirán un aire de dolor de atrición porque la condición
humana se fragua sobre el pecado y sobre el dolor. Tomé mi cruz y no sé cómo
pude salir airoso en medio de las dificultades. Yo lo atribuyo a una sola
causa: que Xto se halla presente en la historia echándote una mano y diciendo
hijo, tu fe te salvó. Esta enfermedad a lo largo de veinte meses dictó
sentencia y dijo: Verumtamen, eres un carro de mierda, pero portas el fuego
sagrado, y tu cuerpo tan valetudinario, tan frágil y proclive a las
enfermedades, es templo del Espíritu Santo. Tengo, sí, dolor de atrición. Acaso
por eso no experimenté una sensación negativa cuando la doctora Zapata me leyó
el diagnóstico; cáncer de próstata con metástasis. Creo que cuando pronunciaba sentencia un ángel de luz se
sentaba a su lado. Divina mujer. Claro que te lo merecíais, Verumtamen: esas
jarras de vino que te tomabas, esas noches que perdías el autobús, cerraban el
metro y no podías volver al hogar, teniendo que dormir al relente cogiendo en
el metro o en plena calle pulmonías. Esos merodeos por las tabernas de la Red
de San Luis para conjurar tu agorafobia, derrotando por bailongos y merenderos.
Las calles de la capital se me echaban encima, es mucho Madrid. El viento de
Madrid es un viento tan sutil que mata a un hombre y no apaga un candil. Por
Princesa ya no entraba la fuerza que vino a liberarnos. Franco había muerto
hacía medio siglo y los lobos de la jauría se echaban sobre nosotros y sobre
nuestra historia para repartirse la carnaza. ¿Adónde vas, España mía? me
preguntaba yo pero nadie me contestaba, nadie me hizo caso. La puerta del Sol
estaba poblada de guiris. El altoparlante de la Mallorquina donde tomabas el
café mañanero con una napolitana repetía consignas: "españoles, la guerra
no ha terminado, sois metecos en vuestro propio país" ¿Cómo qué?
¿Extranjeros en vuestra propia patria? Sí. Yo entonces mojaba en alcohol mis
desdichas, arrodillándote al pie de los altares de Erifos. Era el tormento de
las danaides y mientras me echaba al coleto jarros y jarros yo pensaba en el
tormento de Sisifo porque las pavisosas de los telediarios repitiendo noticias que eran consignas me ponían de los
nervios. Me hundía en el abismo. Había perdido el norte y el ritmo, no hacía
pie en aquel mar de turbulencias, gritaba al piloto de la nave Señor, sálvanos
que perecemos, pero para mí el mundo carecía de asideros. La ayuda no vino y,
si vino, no la sentí. Por los cielos de Madrid revoloteaba la paloma mística
del Espíritu. Mi patria, mi iglesia, lo que yo soñaba, cuanto yo supuse iba a
la deriva. Ningún apoyo encontré en mi familia; uno de mis hermanos me echó del
trabajo, usurpó mi puesto, para colocarse él, mi mujer me puso los cuernos, Mis
hijos no querían saber nada. Todo pingaba del vacío. Las mujeres no tienen
bandera, un psicólogo me dijo, y desdeñan a los vencidos. Los casamientos
terminan convirtiéndose en infiernos portátiles de las mujeres liberadas que
van al gimnasio y se acuestan con el jefe. Quizá, quadecausa, cada día mataban
a una y se formaban corrillos a las puertas de los ayuntamientos, tocaban la
campana consistorial y mostraban su repulsa meridiana a la violencia de género,
antes del vermut y a otra cosa, mariposa. Yo las veía verter lágrimas de
cocodrilo y condenar la violencia venga de donde venga y me indignaba a más no
poder. A mí me expulsaban de todas las sinagogas y en cada trabajo no era bienquisto.
Sospechoso de ser enemigo político del régimen de las libertades que no eran
otra cosa que el fascismo totalitario bajo la máscara del sionismo. A la puta
calle y una marca amarilla de los cornudos y de los que critican al sistema
sobre la frente, No vales nada, eres un fascista, un antisionista, así que una
patada en el culo y a la puta calle. ¿Auschwitz, decía usted? Pero yo tenía un
chiscón donde me guarecía y no paraba de escribir, haciendo rodar mis ideas por
todo el mundo a través de la Red de Redes. No ganaba una gorda con mis escritos
desaforados hacían pupa, les jodía que yo alzara el lábaro de la contestación.
Verumtamen, tú te vengas. Les estás dando todas en un carrillo:
─Que se
jodan.
La
etiología de mi enfermedad procedía de lo más adentro de mí. No era una
enfermedad del cuerpo sino del alma. El alma ¿Pero existe el alma? Ponme un sol
y sombra, Matías. ¿Qué va a ser? Lo dicho. Ya tomó tres consumiciones, don
Venivolans. Pues que sea la cuarta. Matías era el camarero del café Gijón.
Busco respuestas al misterio de la vida. Pues va usted listo. Matías Sigüenza
González era el segundo de abordo del establecimiento. En una de mis
borracheras, cuando me puse imposible, me echó a la calle. En otras dos me
perdonó la vida. Yo, que soy sañudo, volví, contrito y arrepentido, al famoso
establecimiento a los pocos días a sentarme en el banco de mi preferencia,
cerca del burladero, talanquera del Café Gijón (cuando cierro esta edición me
entero que el célebre Café Gijón echa la persiana) para hurtar el cuerpo a las
cornadas de los mihuras de la vida. Yo consideraba aquel sitio, junto al
velador de los poetas, casi de mi posesión. Un púlpito y un trono desde el cual
yo podía pronunciar mis arengas antiborbónicas. ¿Te has quedado a gusto? Pues
sí.
─Déjame
pasar, Matías, un botellín nada más. Te prometo que no armaré ningún escándalo.
─ ¿Estás
arrepentido? Menudo sonoro que diste el otro día cuando te pusiste a cantar el
Cara al Sol cuando aquí todos son rojos.
─Si,
Matías. Te lo prometo
El
maître había sido seminarista como yo. Él en Burgo de Osma y yo en Segovia,
existía entre nosotros una oscura ligazón, lo que llaman los militares
fraternidad de armas. Un clavo trabal sujeta las vigas del techo y por eso la
casa no se derrumba.
─El jefe
don Pepe contigo está que bufa.
─Le
regalaré una caja de puros y se le pasará.
─No
creas
─Bueno
pero ya sabes; un botellín y pa casa, nada de cubalibres. Lo hago en honor a
nuestra amistad. Ambos somos seminaristas rebotados. Vosotros en Segovia os
cruzabais la beca roja por sobre la
sotana y nosotros nos poníamos un fajín a la cintura azul para apretarnos los
cojones
─Es que
vosotros erais más listos y la teníais más larga
─Bueno,
bueno, ya empezamos. Anda pasa. ¿Rezaste el acto de contrición antes de salir
de casa?
─Sí pero
ya no sé distinguir entre dolor de atrición y el de contrición.
─Muy
sencillo, dijo Matías, el uno es para los pecados mortales y el otro para los
veniales.
Al
maître del café Gijón no se le habían olvidado los distingos del nego
minorem subsustam y tal, que nos explicaba en clase de moral el P.
Regatillo. Pero yo al ganar mi asiento en
el banco de crepé color rojo, se me alegraron las pajarillas y ya se me habían olvidado mis promesas. Pedí
un sanfrancisco… marchando y luego un par de gintonics para animarme. Acto
seguido, empezaba una peregrinación por las mesas de al lado, para saludar a
los pintores, a los escultores y a los
poetas. Cada gremio poseía in velador. Gerardo Diego, sentado augusto sobre la
incomoda silla de madera de pino, parecía una estatua, Fernando Fernán Gómez
hablaba con voz gangosa . Yo circulaba por los corrillos saludando al personal.
¿Cómo estás? ¿Aún no te han llevado al Valle de los Caídos? Ni hablar. Abusando
de mi facundia peroraba loas al Caudillo; que si los pantanos, que si la
seguridad ciudadana, que si ningún español sin lumbre y ningún hogar sin pan
etc., y allí todos los tertulianos eran rojos. Me miraban compungidos, pero
como era gente muy educada no me partieron la cara ni una sola vez porque no les daba la gana.
Eso sí, reventaba el cenáculo y se iban todos para casa. En otros mentideros
pasaba lo mismo. Yo me daba una maña especial en ahuyentar comensales. Me
llamaban el revienta-tertulias. Buen pájaro estaba yo hecho. Al poco de llegar
yo empezaban a verse claros por los veladores de mármol del famoso
establecimiento. Los poetas tomaban el olivo y
los pintores salían de naja. Manolo Vicent me miraba con indignación.
Raúl del Pozo que se había levantado aquel día con la chaqueta de demócrata
clamaba "esto no puede ser, que venga la guardia mora". A don Pepe,
el dueño, al que llamaban el “mono” le llevaban los demonios cuando advertía mi
presencia y es que me estaba yo cagando en el Regimen de las Libertades para
unos pocos. Matías se reía para sus adentros aunque por fuera fingiese
indignación, pero Fonso el cerillas, Alfonso Pérez Pintor, como Simón Estilita,
sentado en la columna desde donde veía pasar la vida y era en aquel lugar toda
una institución, un sabio anarquista, aplaudía mis espiches y luego me contaba
cómo la otra noche había llegado el Rey en una moto y le dijo que se iba de
putas.
El
cuervo del jardín abandonado frente a mi ventana del gran hospital se movía
para adelante y para atrás, volaba alto hasta donde vuela el cóndor o rastrea
las interioridades infernales con pasmosa agilidad pues ya se sabe que cando el
cuervo vuela bajo hace un frío del carajo, pero Venivolans era mucho más: un
espíritu puro. Capacidad tenía para traspasar paredes sin hacerse daño y
atravesar el cristal sin romperlo ni mancharlo o sumergirse en el agua de los
ríos como la gallinita ciega y quedarse parado en el aire imitando a la
oropéndola. Durante los cuarenta días y cuarenta noches que duró mi
convalecencia tras la operación me crascitaba mensajes. Lo sabía todo de mí.
Con sus dotes de bilocación podía volar al centro de Madrid y una mañana, pocos
días antes de que la doctora Zapata me diera de alta, cuando yo estaba en el
sopor de la duermevela de la matinada oigo que pican a la ventana. Y una
voz que me dice:
─ Despierta gandul que hoy vamos de
excursión.
Y me cogió por los cabellos como a
Tobías ─-no por los cabellos, la que volaba era mi alma─
Yo en ese momento creí que había llegado
mi hora pero Venivolans me consoló diciendo que aún me quedaba tiempo, que a la
tarde me darían de alta. Y con la velocidad del rayo me llevó al centro de
Madrid al paseo de Recoletos. Nos quedamos parados ante el ventanal del Café
Gijón. Habían echado el cierre. El establecimiento había sido vendido a los
americanos. Donde era nuestro abrevadero, nuestro bebercio espiritual en las
noches de vino y rosas, ya no habría más resacas. Allí pondrían un banco.
Una persiana metálica me impedía
ver el velador donde yo me sentaba. Contemplé el lugar con nostalgia.
Retrocedí por el paso de cebra y di unos
pasos por el bulevar. Allí vi a un vagabundo, tirado en el suelo el pelo,
desgreñado, atado los pantalones con una cuerda, amarrado a la botella,
como todos los náufragos del sistema y esa mirada perdida ese continente en
desilusión que tienen los alcohólicos. Era Matías. Saludé.
─Buenos días, señor Sigüenza
─Buenos días, don Verumtamen.
─Coño. Me reconoces. ¿Qué pasó. Matías?
─ Como no le voy a conocer. Fuimos
los dos seminaristas, había fraternidad de armas entre los dos y qué bien nos
entendíamos. Ah, los tiempos pasaron. Entonces dolor de atrición eran dos cosas
diferentes. Hoy son lo mismo. Ha muerto la teología y duermen en el Averno los
filósofos el sueño de los justos. Se acabaron las mujeres y sólo nos queda el
vino. Usted no sólo fue el mejor escritor que se sentó en esos bancos, también
fue el más espléndido, el que dejaba propinas y nos trataba con largueza
señorial a los camareros. Me despidieron. Cerraron el establecimiento. Un día
pillé a mi mujer en la cama con otro, les pegué tres tiros. Siete años de
cárcel. Perdí la casa, los hijos y estoy en la puta calle. Es donde quieren que
estemos esos putos judíos.
Sus palabras dieron pábulo a mi
indignación y empecé a recordar aquellos tiempos cuando el Gijón era mi refugio
espiritual, cuando Matías vestía la chaquetilla blanca con galones rojos y era
todo un profesional modélico. Un pincerna exquisito, que jugaba a la no
presencia a la hora de servir. que lo veía todo,pero daba la sensación que no
se enteraba y aguardaba con discreción a aquellos ministros que se reunían con
sus queridas en el reservado de los sótanos del establecimiento, un túnel que
llegaba hasta el palacio de Buenavista donde algunos se fumaron buenos vegueros
y se tiraron a las tías más buenas de todo Madrid: solteras y casadas. El que
escuchó proclamas revolucionarias y el que enjugó tantas lágrimas de literatos
fracasados. Para ser un maître hay que tener buenas piernas, ojos de lince,
paso de lobo y hacerse el bobo. Es una gran profesión del poder servir. Matías
llevaba dentro de sí a un seminarista y a un guardia civil. Por eso no se
anduvo con chiquitas. Mató a la parienta y a su amante. El honor sólo se limpia
con sangre.
─Bueno, Matías, ahora soy yo que
vengo del hospital el que te dice que no bebas. Deja el traguillo. ¿Te
acuerdas?
─Sí. Tú eras un buen amigo
Cogí el cartón de tetrabrik y lo arrojé
a una papelera. Me quedé sin palabras ante el viejo camarada. Di un grito:
─Arriba España
Y me fui.
La
operación de próstata ha sido una castración en toda la regla. Una erección
resultaría imposible. Quadecausa, me paso el rato ante el ordenador esquivando
la política que me parece la mayor perversión chateando en las redes en los
salones de la lujuria y a mí la lujuria me causa hilaridad. Sin embargo, estoy
fascinado por la belleza de una rusa que ha sido llevada a la prostitución por
un judío polaco después de prometerla montes y morenas para ser su macarra y
exponerla al trato torpe. Como es una de las modelos más hermosas de los
berreaderos saca el tío mucha pasta.
Estos
dulces recuerdos atemperaban los dolores de mi enfermedad cuando yacía en aquel
lecho de Procusto de Puerta de Hierro delante del ventanal que daba a un patio
abandonado donde crecía un ailanto y allí el cuervo Prosopopeyas Venivolans,
mientras acababa de construir su nido,
me contaba historias. ¡Ay la próstata, la dichosa próstata¡ pecaste por
do más pecado habías: mucho vino más fumeque, y el trasnoche¡ ¿Follar? Eso eran
palabras mayores, salvo alguna excursión a la Ballesta o al Cerro la Plata, los
de mi generación jodíamos poco. Puede decirse que hasta que no fui a Londres no
conocí la gracia de Dios. Algún calentón en el baile de las viudas, pero el whole
way, copula completa era para nosotros un wishful thinking
pecar sólo con el pensamiento, si a mano vienes, pura entelequia. Ahora
entiendo por qué Olga la Larga y Mili La Mala ponían esos ojos de vendimiar,
abuela, es que les iba la marcha, cuando se enfrentaban a aquellos cipotes
descomunales, humanos no parecían
humanos, que les transmitían por la pantalla interactiva los usuarios,
prácticos en el vicio del amor solitario, menoreros incansables, cuando uno
peca por dos y no tocan carne Pero con los ojos parecían bañarse en agua de
rosas relamiéndose de gusto. La tenían del tamaño de un burro. Glandes y vulvas
al descubierto. Nada quedaba para la imaginación más procaz en los salones de
la lujuria. El amor cortés de los provenzales se acabó. Un amor era aquel hecho de miradas pecaninosas dirty language,
de piernas que se abren, pechos colgantes y de gatitas en celo mayando de placer
y de deseo aunque pudiera ser que todo fuera ficción. Los puteros de la red,
los reprimidos de medio mundo, eran un caso patente de la incomunicación
digital. A todas horas dándole al dedito
con erecciones de tres cuartos de hora. Concursos de glande a ver quien
la tiene más grande. Medio mundo está salido y prosternado ante Príapo, Mamón y
Afrodita. Eso no ocurría en mis tiempos. Nosotros éramos unos pardillos, si se
nos hubiera puesto a cotejo lo de entonces con lo de ahora. Además, teníamos
miedo al infierno y a las enfermedades de las que nos hablaba el P. Venancio
Marcos en sus charlas sabatinas Por Radio Nacional. El sexo era cosa muy seria,
sólo para tener hijos, y aspirábamos a casarnos con una mujer para toda la
vida. Que nos fuese fiel y nos diera tantos hijos que no cupieran en un 600D,
el coche de las clases medias.
─Alto
ahí, Verumtamen. Alto a la dueña. ¿No te da vergüenza a tus años meterte en las
pocilgas de Internet?- sonó la voz de Prosopopeyas desde la rama del ailanto
donde estaba encaramado y retumbaba con el estruendo del disparo de un misil.
─Pues no
─respondí─. Estoy intrigado cómo puede ser que esa beldad rusa, una de las
mujeres más hermosa del mundo, puede haber caído tan bajo y utilizar lenguaje
tan sucio en sus privados "metérmela toda, darling", "fuck
me" "you make me crazy" etc. Tan guapa y tan puta. Debe de
ser una versión moderna de Catalina la Grande, la zarina ninfómana que
destrozaba en el lecho a sus amantes. Con esa carita de rosa… Algo debe de
haber pasado en el camino para que esta moza desviara el rumbo de la virtud y
enfilase el del vicio. Sonó entonces la voz imperiosa del cuervo encaramado en
la rama del zumaque:
─No busques
los pies al gato, Veeumtamen. Lo que pasa es que la gusta joder y punto. ─¿No
conoces su historia?─, añadió, omnisciente: Casada con un militar de las
Fuerzas Armadas Rusas se cansó de él y se divorció. El marido, que era coronel,
murió en Ucrania y Putin lo condecoró como un héroe, pero la cabra tira al monte. En unas vacaciones a Italia
conoció las delicias del sexo y se encontró con un pimp (macarra) polaco
judío que la hizo suya, luego se la
vendió a los turcos. Pudo regresar a la patria donde fue contratada por el
empresario de un chat porno, el más poderoso de la red, que la otorgó una sala.
Siendo una de las modelos más cotizadas viene a salir por unos 1700€ al mes,
pero la mitad es para el chulo. Un sueldo de miseria, casi de hambre, pero no
se ha echado a la calle que es el destino final de todas las prostitutas y
tanto ella como Mili la Mala son dos putas de lujo. Para Mili ha empezado la
decadencia pero Olga la Larga aún está de buen ver. Ella se lo ha buscado. Hay
mujeres para las cuales no hay nada en el mundo tan importante como follar. Es
un dictamen de la naturaleza. Se creen que el sexo las libera y al contrario.
Paulatinamente, se convierten en esclavas sexuales. Enferman y su destino es la
miseria y la crujía de un hospital. Príapo es el dios de una nueva religión
exclusiva que no admite otros comulgantes: ni marido, ni hijos, ni patria, ni
familia, ni banderas. Solamente una verga diferente a cada cuarto de hora. Es
su única religión.
─Y yo
que creía en el amor romántico, pues no hago otra cosa que pensar en la Suzi.
Quisiera que al morir ella cerrase mis ojos.
─Estás
tú bueno. Menudo iluso. La Suzi habrá encontrado su apaño como estas dos
lagartas. Es ley de vida. ¿Crees que la inglesa te guardará ausencia?
─Sí, y
no se te ocurra hablarme de esa manera, grajo infernal. Que voy ahí y te
descuajo las alas.
─Tendrías
que tirarte por la ventana.
─Mira
que te salto un ojo.
─Anda
salta y tendrás una muerte dulce y todo se acabó. El suicidio es la mejor
opción para los perdedores, You are a loser, como te dijo aquel mafioso
neoyorquino.
En ese
preciso instante entró la enfermera a tomarme la tensión y quedó horrorizad.
Tenía 18 con 12.
-Es muy
alta, Antoñito. Ahora te traigo una pastilla para que te baje.
No pude
explicar a Maricarmen la enfermera cuál era la razón de mi delirio. El maldito
pájaro de mis recuerdos me estaba royendo las entrañas. Son pesares que no se
pueden explicar así como así; me hubiera tomado por loco. Ingerida, no
obstante. Una tableta de no sé qué, fueron serenándose mis arterias, pero al
cabo de un rato el pájaro campana siguió cantando la epístola de mis desdichas.
Por el tono de voz a mí me recordaba al cura chiquito que era el capellán del
cementerio del Santo Ángel de Segovia. Medía poco más de medio metro, pero
enterraba a los muertos con mucha prosapia con su voz de chantre, nítida y
clara, a pesar de ser fumador empedernido:
─A
porta inferi, erue animas eorum. Requiescat in pace. Amen
Yo nací
en una ciudad levítica, crecí a la sombra de la torre de una catedral gótica,
me dieron en el rostro los sones de sus campanas, escuché salmos y cantos de
ronda bajando hacia la Hontanilla, dejando atrás la judería vieja, pasando el
arco del Socorro. Tiré varetas por las mismas trochas que recorrió Pablillos.
Conocí las huellas o las marcas en el camino que dejaron las cáligas de los
hoplitas de las legiones romanas, las sandalias de los franciscanos y las
zapatillas de los santos. Había una roca cerca de una fuente en mi barrio que
tenía una cruz de hierro, ya mohosa, donde se sentaba San Juan de la Cruz
cuando subía jadeante desde su convento al beaterio carmelita a confesar a las
monjas y donde dicen que Teresa de Jesús
se sacudió el polvo de su calzado despidiéndose a la francesa para no volver
más. La Fundadora era de armas tomar, Dicen que dijo:
─De
Segovia, ni el polvo de las zapatillas.
Las
lenguas afiladas de las cotorras murmuraban a la sazón que tenía un lio con su
frailuco y medio pues era de corta estatura, quiero decir san Juan de la Cruz.
Que el refrán advierte que entre santa y santo pared de cal y canto. Claro que
santa Teresa era abulense y los de Ávila y Segovia, la ciudad rival, nunca nos
llevamos bien del todo que se diga. Cuando jugaba la Gimnastica con la Unión
Deportiva salía la gente a palos en el Campo del Peñascal. Procedemos de una
estirpe mística muy devota y a la vez socarrona y pagana aunque de cristianos
viejos como el que más. Otros historiadores señalan, al contrario, que somos la
mayor parte de raíz judía, y de ahí nuestra complicación mental, puesto que de
Segovia ni la burra la novia dice el refrán, nos achacan los que nos quieren
mal. Vaya usted a saber pues se asegura que todos los israelitas de Burgos
cuando salieron mal con los de aquella otra ciudad castellana se vinieron a
acoger bajo los arcos del acueducto. Se bautizaron en masa y se hicieron
hidalgos y caballeros de vieja estampa más papistas que el papa y más españoles
que el Pupas.
He de
decir a tal respecto que nuestro amor a la Virgen de la Fuencisla tan arraigado
en nuestras vidas arranca de una pobre judía (nuestra querida virgen debiera
ser la abogada contra la violencia de género) a la que su marido acusaba de
andar tonteando con un capellán, el sanedrín quiso dilapidarla pero luego
cambió de parecer. Hombre, sería mucho mejor tirarla por un barranco que nunca
faltan por ahí por Tejadilla y ahí en eso en peñas escarpadas que marcan las orillas
de lo que otrora fuera mar, una mar prehistórico, despeñamos a la pecadora. Y
por ahí la defenestraron aquellos malditos. María del Salto se encomendó a
Nuestra Señora y ésta la recogió en su manto como si fuese su regazo maternal
se tratase. Ella estaba allí al pie de las peñas donde las aves alzan sus nidos
y donde un pueblo de amor transido vibra en su honor. Me he puesto a escribir
una novela que es la historia de mi vida y me sale una salve.
Total
que nuestros antepasados se bautizaron en masa y las aguas del Eresma se convirtieron en un gran Jordán
donde los del pueblo elegido tornaron sus ojos a Cristo pero iban de farol, son
fariseos. En cierta manera los segovianos nos sentimos un pueblo elegido.
Elegidos para la palabra y para el dolor. Si la cruz es un privilegio a
nosotros nos signaron con ella desde el principio hasta tal punto que sólo a
nosotros se nos permite hablar mal de la ingratitud de los elegidos. De raíz
conversa eran los Coronel y los Dávila incluso el propio Torquemada prior del
convento de Santo Domingo presentaba un origen nada preclaro y converso era
Pablillos y el gran historiador Colmenares otro que tal. Que no nos vengan con
alicantinas. Lo que pasó pues pasó. A qué ton eso de meter la reja en la
Historia como si fuera la vertedera de un labrador honrado que labra sus campos
por La Lastrilla. Judíos eran los asesores y los confesores de la Reina
Católica y los pincernas de su hermano el infausto Enrique IV que a mí me
parece que no era tan impotente como le arguyen, aunque aquel rey, todo hay que
decirlo, se aficionó a las costumbres moriscas y estaba rodeado por una corte
de jenízaros andaluces. Todos los de la Guardia Mora. Judío converso era el
sacristán de san Facundo el que entregó las hostias para que las arrojase a la caldera
y la sagrada forma empezó a subir y subir por los tejados dando vuelta
giratoria al poblado hasta ir a parar a la celda de un novicio dominico
del convento que es hoy sede de una universidad, que iba a recibir el
viático... el fraile era también marrano como María del Salto, como la mayor
parte de los obispos, deanes y capellanes que ejercieron en Segovia y como
judíos fueron los conquistadores que acompañaron a Colón. ¿Fue verdadera o
fingida su conversión? Eso pertenece a los misterios archivados en los anales
de nuestra historia. España es al fin y al cabo una locura. Pero una locura
maravillosa.
En la
mezcolanza de los sonidos que bajan de arriba o suben por abajo escucho los
ecos de mi niñez perdida: los cantos infantiles de la rueda y el corro, el son
de los viejos romances. Veo subir la cuesta que lleva a la Puerta del Socorro a
muchos peregrinos camino de Compostela con la calabaza y el bordón, pardas
hopalandas. Pardo era el color con los que se vestían los campesinos de la
gleba y negro el de los caballeros andantes, de los clérigos y los domines.
Pardos eran los picos de las putas. De las famosas meretrices de Segovia. En
mis primeros años conocí los últimos suspiros de Castilla la Vieja. Era un país
absolutamente diferente a la España de hoy. Pardos son mis ojos y pardo soy yo
hijo de la luz y de la noche. Parda humildad
franciscana. Don Pablos me estaba haciendo señas desde la otra ventana y
traía un libro en la mano, aquel protodiacono de los pícaros, y me insinuaba tolle
et lege. La primera foto que me hicieron en la alameda fue acompañado de un
libro. Tenía un libro en la mano el pelo rubio y la barriga algo abultada. Pero
no maldigamos los tiempos presentes, creyendo que el pasado fue mejor pues eso
supone una blasfemia, una querella contra los designios misteriosos del
Criador. Yo me forjé una idea heroica del mundo. Caballeresca. Había que salir
en pos de un ideal a la búsqueda de ínsulas baratarias a desfacer entuertos
defender a los humillados y ofendidos y pelearme contra los gigantes que luego
resultaron ser aspas de molino harinero. ¡Qué cosas! Acaso me sumí en un
romanticismo trasnochado, pero eso ya nada importa. La sombra de aquella catedral acariciadora y
benigna hizo de mí un exaltado de la cruz hasta llegar a la convicción de que
sin cruz ni cristianismo no son posibles ni la el amor ni la belleza. Acaso en
parte llevase razón pero la cruz no debería imponerse por la espada ni a la
fuerza. Bajo el arco oscuro y oliendo un poco a húmeda bodega del postigo aquel
por donde pasaban los carros y los areneros de Espirdo y los panaderos de
Encinillas que subían a vender su mercancía a la ciudad o los curas de teja,
breviario y balandrán, arrebujado como un tapabocas sobre el pescuezo para no
apañar frío en las tarde heladas habían cabalgado los guerreros de la edad
media (Segovia enclavada sobre un castro que es todo un baluarte siempre
conservó un aire militar, fraguamos país en la lucha contra el moro o peleando
en nosotros mismos acabada la reconquista) pero también los picaros y los
perailes.
Subían
pobres de solemnidad y detrás mujerucas arrebujados en sus mantones. Peleamos
contra el sarraceno pero acabamos adquiriendo muchas de sus costumbres en
realidad. Todo en la vida es circulación. Ir y venir. Subir y bajar. El eterno
metisaca del nacer y morir, del engendrar y del parir. Arillos concéntricos de
la nada. Relojes de sol y clepsidras. El Arco del Socorro, impertérrito,
entendía poco de cronómetros. Tempus fugit. Pero da igual. La estancia del
hombre sobre la tierra no es más que un soplo.
Habían
clavado una lápida en lo alto del pasadizo que decía:
"Al
gran humorista don Francisco de Quevedo, autor del Buscón que era de Segovia
natural".
Efectivamente,
en una de las casas del cantón tuvo el verdugo municipal su residencia y al
lado vivían los corchetes y alcauciles. El corregidor un poco más arriba. Creo
que era el mismo edificio donde una comadrona que se llamaba doña Aniana, Dios
la tenga en su regazo, me sacó del vientre de mi madre, que las pasó moradas
pues la criatura que alumbró pesaba seis kilos doscientos gramos y esa criatura
era yo.
Ahora
bien, tachar de escritor humorista a don Francisco de Quevedo el poeta más
serio y profundo de la lengua castellana que sólo pasó al conocimiento del
pueblo por sus chistes verdes o los relativos a la coprología (pedos, privadas,
eructos y otras bellaquerías... que entre dos piedras feroces salió un hombre
dando voces... adivina quién es pues... píntale de verde) me parece precipitado pero acaso responda a una
venganza de la historia que aquellos a
los que el gran vate combatió y ridiculizó. Hoy es un proscrito, un antisemita.
Acusó a los judíos y a los venecianos de ser los grandes conspiradores contra
la corona de Castilla. Eso nunca se perdona. La leyenda también le pareció ridícula
a don Camilo José Cela cuando cruzó por allí. Considerando la lápida una broma
de mal gusto, indicadora de la estulticia de nuestras fuerzas vivas.
Pablillos
pudo ser uno de mis compañeros de juego. Uno de aquellos niños de la posguerra
con los pantalones con remiendos que no gastaban calzoncillos y un solo tirante
de mi cuadrilla. Con los que jugaban conmigo al chito, a la malla, a guardias y
ladrones, al zorro pico zaina. Juntos entrabamos en las casas deshabitadas y en
los hospitales de sangre de la posguerra, abandonados donde todavía quedaban
vendas y jeringuillas y sondas sobre las camillas. De uno en uno nos daba miedo
explorar aquellos recintos. Podría haber fantasmas. Y la leyenda clavada en la
Puerta del Socorro pienso al cabo de muchos años que selló mi destino. Sus
letras gordas pesan aun sobre mi cabeza. Yo iba para santo. Quería ser cura y
acabé en escribidor, que es una profesión por decir algo y que guarda cierta
relación con todo lo relacionado con la picaresca. Naciera yo a la sombra de la
Dama de las Catedrales, monumento divino que se erguía sobre las casuchas de
mala nota y las escalerillas donde estaban las puertas marcadas del barrio
sefardita. Pienso si mis orígenes no me habrán predeterminado. ¿Habrán sido
maldición o bendición? ¿Trajeron suerte o
desdicha? Ir y venir que llaman
acarrear. Girar y girar. Y venga dar vueltas. Vano empeño eso de buscar la
Arcadia. El paraíso y el infierno yacen en el fondo de nosotros mismos. Son
empeño de la vanidad y de la locura humana. Cristo sin embargo nos sonríe. Está
en las historia. Aunque nos elija solo para el dolor. No para el triunfo ni
para la fama o la honra, porque no somos otra cosa que carne de dolor.
En los
terraplenes de los adarves de la muralla donde crecían hierbas ociosas,
lampazos y parietarias, estaba el edificio. Le llamaban la Casa de la Troya.
Acaso este título de una novela de Pérez Lujín definiera el continente y el
continente y el contenido físico así como el carácter de sus moradores. Fue la
casa del Gran Matarife. Algún escudo con los atributos heráldicos del Santo
Oficio debieran de andar por allí cosa que espantaba a algunos transeúntes a
los que entraba el canguis y de repente
se persignaban arreando el paso. Hubo habladurías de que se oyeron ruidos de
cadenas y clamores de almas en pena, pero no era en nuestro edificio sino en la
finca colindante donde nadie vivía. Sólo algún gato pero de noche todos los
gatos son pardos y algunos de estos bichos pudieran resultar gatos
inquisitoriales. Hay que andar siempre con la mosca en la oreja. ¿Fantasmas a
mí? No gracias. Temo mucho más a los vivos que a los muertos pero no se puede
ir contra corriente ni desbaratar las creencias del pueblo humilde. Del rey y
la inquisición chitón. Así que ojo al cristo que es de plata. Paso corto y
vista larga, y ojo al cristo que es de plata.
Aquellos
veranos cuando yo era alumno de Retórica en el seminario conciliar serían un
pronóstico de lo que sería mi existencia. Iba por la ciudad en bicicleta
sin frenos montado en la Orbea que heredé del Poncioano. Bajaba por la `pista a
toda velocidad, emulo de Bahamontes, el rey de la montaña y en el llano yo era
Fausto Copi o Loroño lamiendo rueda. Un día casi mato a una vieja y otro día
casi me mato yo y me despeño sobre los chimorretes del río Eresma a la entrada
de la Fuencisla. La Virgen me echó una mano cuando sentí que iba al agua de
cabeza desde una altura de diez metros. Iba a oficiar de acolito en la Novena.
Ayudaba a misa los más de los días al cura Chiquito. Había que calzarle con un
escriño pues no alcanzaba al altar de la iglesia de Santa Eulalia. Ocurría
igual en los bautizos como monaguillo del capellán del cementerio ─Llamábase
don Valerio─ porque había estipendio y después convite al pie de aquellas
enormes pilas de agua bendita, circulares u octogonales, que recordaban tiempos
medievales cuando el sacramento del bautismo se administraba por inmersión como
los orientales. Trento los suprimió y ordenó la ablución. Al derramar el agua
bendita algún padrino gracioso algo piripi advertía:
─Padre,
échele poco agua para que le guste el vino
Y
a la hora del exorcismo cuando se colocaba un grano de sal en los labios del
neófito:
─Póngale
mucha sal para que no sea soso.
Luego
a las puertas de la iglesias un tropel de chavales en torbellino junto al
niño que ya no era morito se arremolinaba esperando que el padrino lanzase
monedas y caramelos al aire. Con una
lluvia de perras chicas y de perras gordas y caramelos se cantaba el arrobo cagao:
─Arrobo
cagao que a mí no me han dao. Si cojo al chiquillo lo tiro al tejao.
Sí,
yo iba pedaleando por las calles de Segovia con una bici sin frenos, acólito de
novenas, triduos y trisagios y
viacrucis, también verbenas y
catorcenas. A últimos de septiembre
empezaba a hacer frio junto al almez de la plazoleta de Santa Eulalia
frente al palacio vacío del marqués de Buitrago y la casa de putas de la Farela
un poco más adelante. Se nos agasajaba con vino de consumir y soplillos y a
veces en ritos de solemnidad pudieran caer una peseta baticú o dos realines. Ay
monaguillo pillo que guardabas las perras en el bolsillo para ser algún día,
empapado de latines y de ciencias que no valían para la vida práctica, un tío
importante, como Shakespeare, por ejemplo.
Vuelvo
a insistir. No sé cómo estoy vivo. Creo que le debo a la Providencia muchos
arrimos que me salvaron en el último instante porque yo era tan temerario como
necio y desconocía los peligros del vivir. Ahora los recuerdo con horror y
pesadumbre por haberme metido en tantos charcos y organizado tantos líos. Pedaleando,
subiendo y bajando las empinadas calles de mi ciudad. Que para las cuestas
arriba quiero mi mulo, para las cuestas abajo yo me las subo. Entonces aprendí
a fuerza de trompazos y supe muchas cosas sobre la vida. Me empapé de las auras
de la historia que me enseñaron a conocer de qué lado sopla el viento. Yo era
un niño muy observador. Algo sentimental, que lloraba emocionado en las
sabatinas del mes de mayo... Venid y vamos todos con flores a María.
Creía en la bondad del ser humano en la pureza, la castidad angélica, las églogas
de Virgilio y los dramas de Shakespeare. Pedaleaba mientras tanto. Fui un niño
ingenuo pero feliz en aquellos años de la d Aquellos veranos, ya digo, cuando
yo era alumno de Retórica en el seminario conciliar serían un pronóstico de
lo que sería mi existencia. Iba por la ciudad en bicicleta sin frenos la
Orbea que heredé del Poncioano. Bajaba por la `pista a toda velocidad emulo de
Bahamontes el rey de la montaña y en el llano yo era Fausto Copi o Loroño
lamiendo rueda. Un día casi mato a una vieja y otro día casi me mato yo,
despeñándome sobre los chimorretes del río Eresma a la entrada de la Fuencisla.
La Virgen me echó una mano cuando sentí que iba al agua de cabeza desde una
altura de diez metros. Iba a oficiar de acolito en su Novena. Ayudaba a misa
los más de los días al cura Chiquito. Había que calzarle con un escriño pues no
alcanzaba al altar de la iglesia de Santa Eulalia. Ocurría igual en los
bautizos como monaguillo del capellán del cementerio ─Llamábase don Valerio─
porque había estipendio y después convite, al pie de aquellas enormes pilas de
agua bendita circulares u octogonales que recordaban tiempos medievales cuando
el sacramento del bautismo se administraba por inmersión como los orientales.
Trento los suprimió y ordenar la ablución. Al derramar el agua bendita algún
padrino gracioso algo piripi advertía:
─Padre,
échele poco agua para que le guste el vino.
Y
a la hora del exorcismo cuando se colocaba un grano de sal en los labios del
neófito:
─Póngale
mucha sal para que no sea soso.
Sí,
yo iba pedaleando por las calles de Segovia con una bici sin freno, acólito de
novenas, triduos y catorcenas y triste verbenas, llegado el otoño, cuando
empezaba a hacer frio en Segovia. Nos calentábamos comiendo castañas junto al
almez de la plazoleta de Santa Eulalia frente al palacio vacío del marqués de
Buitrago y la casa de putas de la Farela un poco más adelante subiendo la
cuesta de la calle San Antón. Se nos agasajaba con vino de consumir y soplillos
y a veces en ritos de solemnidad pudieran caer una peseta baticú o dos reales. ¡Ay
monaguillo pillo que guardabas las perras en el bolsillo¡ Soñaba con ser un
hombre de provecho ser algún día, empapado de latines y de ciencias que no
valían para la vida práctica, como Shakespeare o los versos del Romancero en
aquellos años de dictadura que hoy describen como un tiempo de horrores. Yo
pedaleaba y pedaleaba empapado de la belleza del latín, la polifonía de
Palestrina y la hermosura de la sierra cuando caía la primer nevada. Me hicieron
niño de coro y esa hermosura que tiene el cristianismo la albergué en mi
corazón pero las hormonas estaban evolucionando y me empezaron a gustar las
chicas. A una vecina hija de la señora Marce la llevé un ramo de guirnaldas que
recogí en el cerro Matabueyes a varios km. de la ciudad pero la Mari, mi primer
amor, no correspondió a mi solicitud y me tiró las flores a la cara:
Recaditos al oído es de niños sin sentido,
recaditos a la oreja es de niños sinvergüenzas. No quiero tus flores huelen a
muerto. Tú vas para cura. Eres el monago del P. Valerio y no paras de cantar
gorigoris. Metete tus flores por donde te quepan.
-
Pues yo te he
visto las bragas y
-
Sé de qué color
son – repuse, despechado
Vaya
por Dios, pero tiré para delante. Monté en la Orbea y no cesé de pedalear hasta
la Granja de San Ildefonso, pasé por Quitapesares donde estaba el manicomio
hecho unos zorros. Eran mis primeras calabazas en el amor. Tiempo adelante,
recibiría otras más contundentes. Doña Dulcinea del Sotrondio con la cual venía
yo a casarme me dejó a las puertas de la iglesia y acabé detenido en la
prevención merced pero merced a las
influencias de uno de aquellos seminaristas compañeros de viaje en los grandes
periplos en bicicleta y que era comisario de policía a la sazón en la localidad
salí libre tres horas después de que me llevaran preso. Allí sí que me salvé
por los pelos. Ahora al cabo de tantos años sostengo que no eran los hados ni
la fuerza del destino. Intervino la Virgen de la Fuencisla que estiró su manto
para que yo no cayera al Eresma y habló directamente desde el cielo a Teodoro
Llorente para que me soltaran. Pasé las
horas más angustiosas de mi vida encerrado en aquel calabozo de la puerta verde
porque Teodoro era también devoto de la Virgen. Los dos fuimos nombrados
postulantes el último día del mes de mayo y en las vacaciones del 58 hicimos
una carrera hasta Mozoncillo en nuestras bicicletas y allí nos agasajó su
abuela con té con pastas y vimos pasearse por los campos la sombra de don
Andrés Laguna, el autor del Lazarillo de Tormes. Estaba recogiendo en una cerca
hierbas oficinales y al pasar nosotros nos saludó y nos impartió su bendición
pues era sacerdote aunque de origen converso como tantos y tantos en Segovia
los cuales consideraban a nuestra ciudad una réplica de la Jerusalén celestial.
Así
que el que me hiciese la cobra a mis requisitorias de amores la hija del
maestro armero y la señora Marce me pareció algo muy natural y no había por qué
alarmarse pues yo ya empezaba a darme cuenta de que era verdad la filosofía de
Cela: a diez solicito, nueve me dicen que no y una que sí. Con una me
quedo. Mulierem fortem quis
inveniet... cantábamos en la epístola de la misa de viudas. ¿Quién
encontrará la mujer fuerte? ¿La
encontraste tú? Pues yo no.
Yo conocí a la tía Apolonia, ya muy viejecita y encorvada. Al final de
la misa se quedaba rezagada haciendo un recorrido por las imágenes de las
capillas de la iglesia de san Pedro, gira espiritual que podría alargarse hasta
media hora, a veces tres cuartos y a mí me encargó el cura don Frutos cerrar la
iglesia. Al no ser mi intención distraerla de sus piadosas plegarias a todos
los santos de la corte celestial que a ella bendecían desde su peana: san
Isidro Labrador, la Virgen de Fátima, el Resucitado que donó mi pobre abuelo
Benjamín cuando sanó aparentemente del cáncer de próstata, san Gregorio papa,
la Virgen de los Dolores y sobre todo san Pedro instalando en un trono del
altar mayor debajo de la cara excelsa del padre eterno que se asomaba entre
nubes de purpurina ostentando la esfera armilar o hacía sonar el manojo de
pesadas llaves… Vamos tía Apolonia, vamos. Aquella espera me hacía pensar en un
cuento que se dejaba caer en labios de los atrevidos y salaces en los
filandones del invierno. Se trataba de un cura que tenía un lío con la mujer
del herrero. Estos se comunicaban por medios de toques de campanas. Un repique
de siete badajadas significaba que el campo estaba expedito y que el buen
párroco podía acercarse a la herrería a cortejar su dama. Dos toques seguidos
que no. Que había moros en la costa. El romance tuvo prosapia y rigor, de modo
que los toques se convertían en una composición musical. Desde la torre el
amante enviaba un mensaje a su adorada en aquellas fechas que no había
internet:
─Mariquita, mi señora,
venga que ya es hora.
He aquí que el herrero
interceptó la comunicación y descifró el lenguaje críptico de la misma. Así que
una tarde que estaba en la fragua afilando una reja candente le mandó a su
mujer que se sentase en la bigornia. Al sentir el dolor del hierro candente en
sus posaderas pega un brinco que alcanza hasta el techo.
─Ay
─¿Está calentito, eh? ─
exclamó el herrero entre carcajadas.
En aquel momento sonó desde
la torre la llamada del amor. El párroco se estaba empezando a impacientar.
Repique que campanas:
─Mariquita encantadora, ven
que ya es hora.
Y desde abajo para que le
escuchara todo el pueblo con su vozarrón:
─Tiene el culo quemado, no
puede ahora
Algunos quieren estar en
misa y repicando. No puede ser.
Entonces se me acercó la tía
Polonia la hermana del cura don Cirilo. Sus ojos eran muy azules, el pelo
blanco no tenía dientes y se parecía por la blancura al hopo de algodón que
hilaban las mujeres de Fuentesoto a la puerta. Dúctil sonrisa y un lobanillo en
la comisura del labio donde le había crecido un matorral de pelos negros.
─Ya es hora de encerrar.
Vamos sí hijo sí. Tengo tantas obligaciones, tantos difuntos que no doy abasto,
tanta gente que me aguarda ahí en eso (miró para el camposanto en el cerro),
tanta gente que se me murió que son centenares de padrenuestros de Réquiem.
¿Eres tú el Quintín, el nieto del tío Benjamín? ¿El que va para cura? De guaje
te llamábamos el Soguillas
─Soy
Salimos al cancel y a la
puerta de la iglesia tomándome de la mano me dijo:
─Mira para arriba, Quintín,
hijo. Dirás lo que ves
─La torre de San Gregorio,
el campanario sin campana. Se las llevaron los franceses para fundirlas y
convertirlas en balas de cañón. Ya no la bolean los mozos ni tocan a clamor por
los difuntos o rebato cuando se produce un fuego.
─Así es pero yo te voy a
contar un milagro que ocurrió el día de la Pascua de Resurrección. Habíamos
venido mi hermano y yo don Cirilo Sanz de Roma en peregrinación de ver al papa
León XIII. Era Domingo de Gloria. Repicaron toda la noche como las campanas de
la Velilla que también tocaron solas. Nos levantamos todos sobresaltados porque
escuchamos el sonido de la campana de gloria que había mandado bendecir un rey
muy antiguo, el rey Alfonso VII el emperador. Entonces el pueblo estaba arriba.
Era un ribab o
fortaleza para defendernos los del sarraceno. Ese rey santo había ordenado
construir un cordón de monasterio en número de 24 desde Sacramenia a Osma y
Berlanga de Duero. Los musulmanes atacaron y destruyeron el villar. La iglesia
fe arrasada, pero las campanas seguían tocando a misa. Cuando los franceses se
las llevaron se dejó de escuchar el clamor en toda la contornada. Mi hermano
que era muy devoto de san Gregorio le pidió que antes de morir querría oír
aquel sonido. El Señor nos concedió esa gracia y aquella pascua de resurrección
bolearon a gloria como nunca habían sonado. Mi hermano dijo una misa de acción
de gracias y predicó un sermón en el que dijo: el diablo nos arrebató las
campanas pero no pudo con nuestra fe. Mientras esté ahí el cementerio de san
Gregorio seguiremos creyentes. ¿Te ha gustado, Soguillas?
─Como no tía Apolonia usted
lo cuenta que parece que lo ha vivido.
La anciana dibujó una
sonrisa y se alejó paso a paso. Había sido muy guapa de moza y tuvo muchos
pretendientes a los que dio calabazas porque creía que sirviendo al cura era
como si profesase de monja y se consagrara a Dios.
Yo tomé el pesado manojo de
llaves y los llevé a la rectoral. Don Frutos el cura en mangas de camisa cavaba
en la cerca al lado del molino. Sudaba como un pavo.
─¿Quieres almorzar?
─No me vaga. Tengo que
hacer un mandado a mi tía Paulina, he de ir a la fuente a llenar la botija.
Le conté la historia al
párroco según la tía Apolonia me había referido y don Frutos muy gnómico sin
dar un cuarto al pregonero, pronunció este veredicto cita del padre Astete en
su catecismo:
—Fe es creer lo que no
vimos
Desde aquel día cada año,
cuando llega la Pascua Florida dentro de mi alma, yo escucho las campanas de
Resurrección que bolearon en el campanario de San Gregorio, resistentes al paso
de los siglos. No he perdido el sentido del humor, tampoco la fe en lo que no
vimos
Oigo el zureo de la paloma mientras se arrullan los palomos
y las tertulianas largan y garlan sus espiches. ¿Gozas, vida? nada, pues
entonces algo huele a podrido en Dinamarca. La chica del autobús iba con un
cartapacio escolar en el autobús y dentro de los apuntes en un cuaderno como un
marcapáginas llevaba un condón. La vida no es seria no demasiado serio y ahí
estaba el obispo Camino con su pectoral de arrastre barbilampiño que a mí me
recordaba al gran inquisidor de Dostoievski cuyo mensaje es apriorístico ni más
ni menos que si cristo bajase a la tierra lo detendrían los obispos. Yo no
sabía mucho de los engaños del mundo pero me dejé engañar por aquellos clérigos
con chafarrinones de sopa en la sotana y los bonetes torcidos de la orden del
Domine Cabra arrastrando sus manteos y lobas por las calles congeladas camino
del coro a cantar el oficio. Luego supe de los engaños del mundo y de las
mentiras de las mujeres. Yo no era más que un hijo de la piedra que en el
devenir de mis días me juntaría con las hijas del arroyo. Esta noche de San
Martin acabamos de pasar la novena de las ánimas y medio pueblo anda borracho
como en el cuadro de Grügel para
festejar mes de las vendimias al santo del caballo blanco "Panonius" y la buena capa. Una
buena capa todo lo tapa y un día es un día, padres conscriptos, mercaderes que
han vendido la patria. Era san Martin un manipulario de la caballería romana
que un día se le apareció Cristo en forma de pobre y a la caridad toda Europa
se consagra. Un manipularius era un soldado raso pero él llegó a general y luego lo hicieron
obispo de la Galia. De mozo sabía utilizar el harpagón o gancho con que las acies disparaban contra las murallas y decía adelante y adsumus y al combate le seguían las
mesnadas. El pilorius, haciendo uso de sus arcos, lanzaba los dardos
o tragula que portaban en la aljaba. Detrás arreaba la
infantería con la emsis (espada). Los infantes
cortaban las gargantas, golas y golillas de enemigos. Bien podía san Martin un
soldado de Cesar combatiendo con los aquitanos en la guerra de las Galias.
Llevando el pecho constelado de medallas y de signa militaria. y como zapador abría zanjas et ad fodiendos
puteos. No me lo tomen a mal, puteos
no es puta en latín pero fodiendo es
casi la misma cosa por la que todo la entendemos: excavar, meter la pala y
sacar, porque fodere vale tanto como
joder y no es igual estar jodiendo que estar jodido, evolucionando por
aspiración consonántica a esas bellaquerías en las que piensan a todas horas
los hombres y las mujeres, mocosuena
mocosuenae. No hay polisemia que valga que el latín es lengua
expresiva.
─Pozxhivaete... choca esa pala
─Kak diela?... ¿cómo vamos?
─Xarashó… de perlas
Pero España es un solejar donde toman el sol los jubilatas.
¿Adónde vamos los licenciados de la existencia? A un banco del parque. Mejor a
la taberna. Hay en Madrid buenas casas de conversación. Si te quedas quieto,
viene un guindilla y te manda a limpiar las cuadras de Augias. Tántalo habita
entre nosotros y nuestras zozobras no tienen fin. Que de un tiempo acá andamos
entre la cruz y el agua bendita y nos llaman carcas y meapilas. El Valle de los
Caídos lo cerrarán y echarán a los frailes pero no los fusilarán. España es
laica, laica, judaica. ¿Una más de ZP? No gracias que hoy tengo el hígado un
poco revuelto
Entonces
desconocíamos lo que era eso. No había aparecido aun en nuestras carnes la
llamada del sexo que todo lo desbarata; ni fumábamos ni bebíamos vino, aunque
nos mofásemos con los borrachos, muy frecuentes por aquellos contornos y en
aquella porque en Segovia había más tascas y tabernas que iglesias y oratorios
que ya es decir ni habíamos empezado a alternar ni a tomar café. Nuestros
pulmones y nuestros bandullos estaban todo lo limpios que se puede estar a los
cinco o seis años así como nuestros pensamientos y nuestras almas por más que
nos diga que el ser humano viene al mundo con el sello del pecado y sienta una
proterva inclinación a hacer daño y a mal pensar.
También
es verdad que estábamos en estado salvaje o acaso fuéramos el buen salvaje
roussoniano limpio de polvo y paja. Triscábamos por la vereda, saltábamos de
una peña a otra temerarios en nuestra osadía y despreciando el precipicio que
mediaba entre ambas rocas. Jugábamos a la guerra en batallas de moros y
cristianos como no podía ser menos en cualquier ciudad española. Organizábamos
pedreas con los chavales de San Andrés parroquia a la que pertenecían los que
vivían en la puerta ulterior del Arco del Socorro. Los de la citerior éramos de
San Millán. Había verdaderas batallas campales a cantazo al final de las cuales
alguna ventana quedaba con los cristales hechos zarzamillo y los dueños traían
al delincuente de la oreja abriéndole a su padre el libro de reclamaciones por
daños y perjuicios.
─Son
tres reales por el cristal que rompió tu chico.
Y el
progenitor ya estaba esperándonos con el cinto. Aquella noche no había cena o
mejor dicho cenábamos de la correa y de los vergajos. Pero Eros y Tantos no
habían asomado aun la oreja y de la política únicamente hablaban los mayores y
de sus conversaciones colegiamos la tristeza y desolación, las vidas truncadas
y los muertos que trajo aparejados aquella contienda fratricida. Las mulas de
la inquisición nos traían al fresco. Hacía muchos años que habían dejado de
transitar aquellas sendas. El tizne del demonio sigue ensuciando todavía
algunas almas negras. No comprendo ese afán de los españoles por cuestionar
nuestra historia y entregarnos a disquisiciones que a ninguna parte buena
conducen y sólo sirven para enfrentarnos los unos con los otros. Debe de ser
porque aun llevamos la ley del ojo por ojo y el diente por diente marcada a
fuego en nuestros entresijos displicentes. Buena gana de elucubrar con ucronías
y futurismos. Nosotros ajenos a todo eso jugábamos al trompo y a las canicas
como si tal cosa.
Aspiraba
a llegar a las estrellas, siempre buscando el plano ideal el que marcara la
aguja del pararrayos catedralicio, allá arriba por encina de los ojos de la
torre. Los días de fiesta yo veía sacristanes en camisa volear las campanas
sudando oprimidos bajo el peso de los badajos pero había que anunciar el magno
acontecimiento de la pascua. Abajo en la plaza los de las charangas lanzaban
voladores y don Francisco de Quevedo los ojos cegatos los pies zopos pero la
lengua suelta y acerada, subía hacia el enlosado, muy fatigado, el hombre. Se
acababa de entrevistar con el Domine Cabra en la casa donde no se come ni se
bebe. He seguido los pasos de aquel cojo divino genial y tabernario yendo por
el mundo un poco telumante de libros y de literatura pegando palos de ciego;
cansado de que me cerraran tantas puertas.
─A los profetas ya no os hacen
caso.
─Mientras
no nos ahorquen, seguiré apostrofando.
─No eres
más que la voz que clama en el desierto. Cabezazos contra un muro. Mira que
eres testarudo.
Por la
calle pasaban algunas monjas, un panadero morisco y un cristalero que iba a
componer una vidriera que había derribado uno de los pedriscos que suele haber
en esta ciudad por las fiestas de San Pedro. Se los veía muy afanados, las
monjitas con los ojos bajos, el moro muy altanero y que no le quedaba en la
boca ningún diente, portaba a la cabeza una bandeja como una herrada. Por allí
cerca estaba el obrador paredaño al convento de las claras. Don Francisco, que iba
ya harto de vino, entró en un cuchitril socavado como una bodega en los mismos
bajos del templo al lado de una ebanistería. La entrada de la bodega ostentaba
en el dintel un laurel báquico y un letrero que ponía: “más vale aquí mojarse
que enfrente ahogarse” Y justo enfrente, acurrucado en el lecho del valle donde
estaban los pegujares y los tablares lindamente labrados por los hortelanos
moriscos con sus arriates y sus caballones adosados en perfecta simetría,
bajaba el Rio Clamores bastante crecido de corriente salvo en agosto. También
lo decían el rio Mierdero porque en él desaguaban las letrinas de la ciudad.
Sumirse en él debiera de ser buena tortura. Don Francisco llevaba sobre el chaleco una enorme cruz colorada. Era de
la orden de Santiago y, aun borracho, aparentaba compostura pues no en vano era
conocido como “el caballero de las espuelas de oro”. El mosto nunca le hizo
perder la condición de caballero. Me hubiera gustado a mí ser el escudero de
aquel sublime beodo. Sus libros aun me siguen emborrachando de sabiduría, de
piedad y de risa.
Aspiraba
a alcanzar las estrellas. Per aspera ad astra. Siempre buscando el plano
ideal. Mi vida se enmarcaba en el rectángulo de aquel balcón que daba a la
calle San Valentín. Esta condición de niño humilde ha marcado mi camino. Anduve
casi todas las sendas, hice muchas descubiertas por muchas tierras pero, sobre
todo, exploré todos los libros y caté los mejores vinos de la tierra. In vino
veritas. Sangre de Cristo. Desde lo hondo del jarro me hacía momos el jocundo
espíritu de Pablillos, y me hablaba. Fue el mejor amigo que hubo en mi infancia.
Y no eran burlas. Eran señas. Así cogía fuerzas y cargaba con la gran luna del
espejo para irla pasándola a lo largo del camino.
Y las
campanas tan… tan… tan. Las campanas de la Velilla que anunciaban muertes y
catástrofes. Los moros las aborrecían y es una de las muchas cosas que me
fastidian de su religión aparte de que Mahoma no permita beber de lo mejor que
dan las viñas ni comer jalufo. Es un desconsuelo el que no toquen campanas
nunca en lo alto de los minaretes. La voz del almuédano nunca tendrá los
timbres maravillosos de las campamas tañendo a gloria y por eso he llegado a la
conclusión de que el cristianismo es la religión verdadera. Sin campanas no
puede haber Dios y yo escuché muchas horas su dulce repicar. Invitan a la paz,
la armonía, el civismo. Algún sacristán en aquellas tenidas en lo alto de la
torre se asomaba a descansar y a echar un cigarro contemplando el magnífico
panorama que brinda Segovia desde lo alto. Debía de ser un hombrón pero desde
abajo parecía muy pequeñito.
─Baja el
pistón. No te entusiasmes tanto.
─ La pasión
siempre nos vuelve a los hombres ridículos. Ya
sé muy bien lo que me quieres decir, zampabollos. ─Piensa mal y acertarás.
─Desde
luego
Mi vida
iba a ser no tardando mucho un descarrilamiento a la carta. Fracasos
sentimentales. Problemas laborales, trifulcas de todo tipo. Originales devueltos. Fui un vagabundo sin suerte. Una
novia me dejó a la puerta de la iglesia, otra me divorció. No sé qué mal hice.
No tienes vista. Eres un poco patán. Por los cafés hice el ridículo y hasta las
putas se reían de mí en los prostíbulos. Sin embargo, yo les decía
"aguardad que yo escriba. Dadme papel y tinta. Quiero recado de escribir".
Así confundía a mis detractores. La literatura me transformaba en un arcángel.
Entonces, armado de la flamígera espada de la palabra, me convertía en invencible, desalmenaba a mis enemigos, les
dejaba sin argumentos y sin palabra en la boca. Había una fuerza en mí. Mi vida osciló a péndulo entre realidades
consecutivas y suposiciones metafísicas. Fui don Quijote y Sancho a la vez.
Pero ser español significa estar sujeto a esa condición de metamorfosis
contradictoria.
Aquella
fue la ventana de mi infancia, un balcón que daba a la calle pues vivíamos en
un piso bajo en la Puerta del Socorro a los pies de la muralla romana. Dicen
que no eres de donde naces sino de donde paces y yo pací en muchas partes pero
el haber visto la luz primera a la sombra de la catedral y haber abierto los
ojos a los paisajes que cercan la urbe fue algo definitivo. Como un sacramento
que imprime carácter.
Me sumergí en un diálogo de besugos mientras los pavos
picoteaban en la corraliza
—¿Qué; ponen las gallinas?
Y la aldeana dijo andi di
ahi que a la vuelta lo venden tinto.
La vieja no tenía cejas ni párpados, se le habían caído a causa
de una enfermedad que llaman ptosis. Pobrecilla había hecho la carrera en la
calle la Montera y regresó al pueblo enferma. Fue sacerdotisa del gusto, y al
cabo ya era una arrecogida. ¿La suerte que esperaba a Olga la Larga? Puta
vieja, mujer de desecho.
Yo seré puta, decía, pero siempre fui decente. Me entregué al
oficio para comer, entonces no había. Iba todos los días a la iglesia, le fregaba
al cura la rectoral y le lavaba la ropa. Tocaba las campanas y daba el clamor
de difuntos cuando alguno moría. Ahora la prostitución se había generalizado y
tanto es así que muchas chicas de la tele eran putas y hasta alguna ministra no
ocultaba su condición. Te abres de piernas y ganas un puesto y el que venga
atrás que arree, pues ya digo a la vuelta lo venden tinto. Buena mujer la
Jesusa a la que llamábamos en mi pueblo unos la Arrepentida. Otros la
Arrecogida. Murió casi una santa y ponía velas a la Magdalena y hasta Nefrisa
que lo hacía por amor al prójimo de balde. Por amor a Cristo sin retribución.
Pues esta santa Nefrisa haciéndolo de balde y por caridad se santificó. De los
mansos de corazón será el reino de los cielos. Ya no se acordaba de sus
profusiones orgásmicas ni de sus clientes de la calle la Ballesta. Eran tíos
muy guarros. Se acostaban con nosotras y luego le pegaban a la mujer unas
purgaciones de aquí te espero. La cosa no tiene remedio y los que digan lo
contrario proejan, reman contra corriente. Solía decir la Jesusa que sus
mejores clientes eran los curas. Y es que efectivamente la cosa no tiene vuelta
de hoja. A la vuelta lo venden tinto.
Me lo
temía, lo anunciaba. A Olga la Larga la bella rusa, su chulo la ha pecado una
paliza para celebrar su onomástica (rasdenia) Me lo contó el cuervo que se
entera de todo; parece que tiene la ciencia infusa, y el don de bilocación y lo
mismo se pone de patas sobre el alfeizar de mi ventana del hospital que vuela a
san Petersburgo o aletea sobre los tejados de Madrid como el Diablo Cojuelo.
Creo que es un espíritu puro. Apareció la bella modelo con un ojo morado. Que
la hinchara el ojo ese bandido polaco, traficante de seres humanos, ya lo
estaba yo viendo venir cuando el pasado diciembre con motivo de las fiestas de
Noche Vieja de 2024 a Olga la convenció para que abandonara su profesión de
maestra, tras divorciarse de su marido y la entrasen ganas de ver mundo. La
condición humana es fuente inagotable de sorpresas. Se apuntó al chat porno.
Carecía de experiencia. No era una de esas profesionales del colmillo
retorcido, sólo poseía una fuerte avidez sexual y sed de aventuras. Conocer
hombres. Bjowj20 uno de esos chulos que merodean por las redes en busca de
conejitas dio con la presa. Consciente de haber hecho un buen blanco:
Muchos
monteros la garza combate, neblíes muy ligeros sobre ella se abaten, mastines y
dogos la llaten, bueno será no la maten.
Trató de
seducirla mediante el soborno poniendo al tablero del chat montón de dinero,
prometiéndola vivir en un palacio en el cual hasta los baños serían de oro, y
habría un Rolls a la puerta para conducirla adonde quisiera. El más ruin jabalí
se zampa la mejor bellota y así Olga, una hembra de tronío, que supera con
creces en belleza a Nicole Kidman a la Bardot o Marilyn Monroe o la misma
Claudia Cardinale, que venía de una lejana ciudad de provincias en el extremo
oriental de Rusia, cayó en la trampa víctima de la maldita curiosidad femenina.
Las promesas eran patrañas y pasó con ella lo que pasó con el arriero de
Guadalajara que de lo prometido anoche a la mañana no hay nada. El palacio
prometido era un chamizo de Tel Aviv sin agua corriente cerca de la playa donde
no se podría bañar pues las aguas estaban contaminadas a causa de la guerra de Netanyahu.
Escuchaba el rugido de los aviones de combate que no la dejaban dormir. Su
chulo la trasladó a Estambul donde las cosas fueron a peor. Me hubiera gustado
escribir esta triste saga de la perversión de una bella mujer siberiana en
manos de sus explotadores. Pero me faltan los alientos para denunciar a una
sociedad hedonista que ha convertido el sexo en
y en mercancía. No como fuente de
vida y de trasmisión de la especie. Olga es la hermosura personificada y todos
los que la conocen andan un poco enamorados de ella, no sólo por su físico sino
por su simpatía, su bondad, y su corazón, su inconsciencia adolescente y
desaprensiva. Podría ser la protagonista de "Resurrección" o de "Ana
Karenina" heroínas de León Tolstoi. Los puñetazos al arco ciliar que
la propinó ese maldito hebreo me dolieron a mí. Los hematomas y las marcas con
las que la dejó señalada en todo su cuerpo ese aborrecible polaco son siete
cuchillos clavados en mi corazón. En una de las fotos que obtuve de la modelo.
Es su rostro tan fotogénico que parece que hace el amor a la cámara. Esta vez
con su aspecto de sufrimiento me pareció ver en su faz magullada la cara de la
Virgen de los Dolores que tanto veneramos los españoles. Hoy volví al chat.
Pero Olga no transmitía, no ha regresado al trabajo. She is missing. Quisiera que no volviese jamás a este albañal de
mierdas escatológicas y que la policía rusa haya podido detener a su
maltratador que me parece que es un terrorista contratado por Zelenski
Era el
Prosopopeyas, como va dicho, un cuervo muy locuaz, memorión y pertinaz, y yo
tiraba de mi ordenador y navegaba por la red para olvidarme de la muerte. Me
recriminaba mi actitud que en vez de pensar en los Novísimos, pues estaba a
punto de cascarla, me entretuviera entrando en los sitios porno, en los
berreaderos chupapollas, donde se homenajeaba a las inmundas felaciones y a la
masturbación digital, lo cual en mi caso
era imposible por las razones antedichas. Vivía yo escenas de Sodoma y Gomorra.
Mi PC era sin embargo un buen matarratos. En una de las salas transmitía una
rusa que me volvía loco. Se trataba de Olga la Larga, un bellezón siberiano que
acababa de entrar en el oficio más antiguo del mundo cayendo entre las
garras de un judío polaco que firmaba
con el alias de Bjowy 1950. El fulano juraba y perjuraba: Olga, serás mía. Te
compraré. ¿Mercado de la carne en el siglo XXI, tráfico de seres humanos cuando
tanto se habla de derechos humanos? A fuerza de dineros y de falsas promesas se
la llevó. Pasó lo que pasaba con los arrieros de Guadalajara "de lo dicho
a la noche a la mañana, nada" Olga la Larga inocente e inconsciente, cayó
en la trampa. No sabía lo que era el trato de blancas en cuyas redes fue a
caer. A mí me producía cierta congoja aquella muchacha, tan bella, tan
inocente, pero un tanto casquivana, que se había divorciado de un militar,
debía de gustarla el sexo pero no era una puta. El sino de esas pobres mujeres
suele ser el mismo. Al cabo de un tiempo de ejercer la profesión de hetairas su
belleza se marchita, empiezan las arrugas, las enfermedades. A la siberiana yo
la veía caer por momentos. Un día apareció en el chat comiendo sandías. Uno de
los mirones supuso lo que todos suponíamos. La modelo tenía antojos de
embarazada de sandía y se daba verdaderos atracones de esa planta cucurbitácea.
Estaba preñada del macarra polaco. Pasaron unos meses, y apareció en escena. No
parecía la misma. Demacrada, vestida casi en harapos, la cara pintarrajeada
como una carátula. Había tenido una niña que envió a la inclusa. Al Cuento de
Hadas (Bjowy 1950) ─que es lo que
significaba Bjowy en polaco─ tuvo que dejarle. La pegaba, la insultaba y tuvo
que regresar a Rusia desde Estambul donde se ocupaba con hombres, libidinosos
hijos de la gran puta, fornicarios del gran harén. Me pareció con esta historia
vivir una de esas desconsoladoras novelas rusas que llenaron de lágrimas mi
juventud. Olga pudiera haber sido la heroína de una novela de Tolstoi, de
Gorki, o de Iván Bunín. Habría querido poder salvarla de las garras de la
prostitución digital. Ya era demasiado tarde. Anoche apareció con un ojo morado
durante la transmisión y marcas en sus ojos por haber llorado. Era el día de su
onomástica. Cumplía 47 años. Maldije al hideputa que la había pegado
Salió la luna y
volvió a meterse de madrugada. La luna vigilaba mis rezos la noche pasada. El
cirio del altar de mi habitación chisporroteaba. En la calle dos borrachos con
lengua tartajosa hablaban de política y la Virgen bizantina Blagodoritsa me
miraba.
Tenía
encendido el ordenador para escuchar los maitines en un monasterio lejano ruso
no sé si Zagorsk u Optina Pustina, radiaban el nocturno de vísperas. Las auras
de las noches de septiembre trajeron paz a mi alma, pero el ojo morado de
la guapa seguía ahí persistente. La lujuria, los gritos, las voces, los celos,
las bofetadas y puñetazos. Yo los escuchaba aunque la bronca se producía en una
casa de San Petersburgo a miles de verstas de distancia de mi aposento.
─Eres mía
y de nadie más ─ gritaba en polaco un individuo de algo más que mediana edad,
creo que setentón, barrigudo y glotón los dedos de la mano luciendo sortijas de
alto valor.
Debía de
ser un tipo muy rico. Tan rico como lascivo, pero ya no lo suficiente viril
como para satisfacer sexualmente a aquella beldad madura. El ricacho era el amo
del burdel y de otros muchos locutorios de la red esparcidos por todo el
planeta. Su oficio, tratante de blancas. Había aprendido el oficio como
subalterno de Hugh Hefner el de Playboy y las conejitas, el gran cohen
universal. Ambos eran hebreos.
Presumo
que habían intuido el negocio inspirándose en una frase que se leía sobre el
dintel de Auschwitz “Arbeit macht frei” por otro lema semejante: “el sexo os hará libres, chicas”.
Hefner y Bjowy 1950 ─ ese era su nombre de guerra en el chat que significa en
la endiablada lengua polaca “cuento de hadas” ─ apadrinaron la gran revolución
escatológica que puso el mundo del revés. Olga la bella maestra de una escuela
siberiana quería probar, ver mundo, el sexo y el amor, había caído entre sus
jarras. Ahora lloraba en un rincón y, sollozante, pedía en ruso a su
raptor que no la golpease más:
─Por favor
Casimiro no me pegues más. Déjame marchar. Quiero volver con mi hija a Omsk.
Hoy es un día especial. Cumplo 47 años.
─No, no te
dejaré. Eres mía y de nadie más.
O séase,
que para este maldito pimp un ser humano venía a ser lo mismo
que una oveja, una burra o una yegua. ¿No es eso volver a la edad media,
señoras abanderadas del feminismo torcaz?
Cada
puñetazo, cada patada, a mí que presenciaba la escena a muchos km. de distancia
merced a la inteligencia artificial y los algoritmos de la nueva tecnología, me
incitaban al furor y la venganza. Le hubiera cruzado la cara a aquel macarra
polaco que así zurraba a la mujer de mis sueños. Sin embargo, no entendía la
pasividad y resignación de la agredida. Olga encajaba los golpes sin rechistar. Como si se
sintiera culpable y murmuraba preces en ruso: “Gospodi achisti grieji nas (Señor perdona nuestros pecados).
Se trata
de una de las características del carácter ruso que hace acto de presencia en
las novelas románticas del siglo XIX. Donde las heroínas se acogen a su destino
(suzdba). El ruso es fatalista. Cree que el desamor, las desgracias, los
fracasos son el pago de la culpa de nuestra naturaleza pecadora. Tienen una
gran capacidad para el sufrimiento. Casimiro, como todos los polacos, odiaba a
Rusia que durante siglos había sido potencia dominadora en
Varsovia. Polonia la vieja Panonia romana para los zares era el apéndice
de Ucrania un pueblo de herejes vaticanistas y uniatas. Al pegar aquella
tremenda paliza a su barragana se sentía dichoso por estar descargando su knut (látigo)
sobre una zarina y la verdad es que Olga por su aspecto físico y su ninfomanía
se parecía hasta físicamente a Catalina II la Grande pero no dejaba el judío de
reconocer que aquella bella mujer era un ser superior, muy por encima de las
bajezas de la condición humana.
─Pecó. Es
una puta, hija de Dios dice llamarse. Pues caiga sobre nosotros su sangre y
sobre nuestros hijos,─ gritaba el
Sanedrín
El ojo
morado, los insultos, el escarnio, los sufrimientos de una pobre ramera eran
los mismos que los de Rusia y Rusia salvará al mundo echándose la cruz a la
espalda. Siempre creeré que aquella paliza tenía algo de mesiánico. No sé si
Olga la Larga Cuello de Cisne volverá a aparecer en el chat. Me
hubiera gustado poder salvarla pero yo no soy un redentorista. Soy un pobre
enfermo en la cama del hospital mayor de Madrid. A fin y al cabo me doy cuenta
de lo que significan dolor de atrición y contrición, dos sentimientos que
marchan al trote sobre las páginas de este libro cuando de pronto escucho al
maldito cuervo partiéndose de risa y llamándome gilipollas:
─La
cuestión de la jodienda carece de enmienda. Tú. No te metas a mondonguero,
mejor estabas rezando el rosario, Verumtamen.
─Cállate,
cabrón. Demonio de pájaro. Nunca serás más negro que tus alas
El cuervo locuaz desde
el ambón del ventanal seguía cantando como un diácono impertérrito la epístola
de las andanzas de mi vida pasada. La voz del córvido se estrellaba contra un
muro lateral pero era tan penetrante que traspasaba las paredes y su canto como
una melopea podían escucharla los enfermos de las contiguas salas. Los dichos y
los hechos (de algunos yo ni me acordaba) eran narrados en un tono lúgubre del
fiscal que incoa la causa mientras el juez con un ángel sentado a la derecha,
era el serafín de mi guarda, y un diablo
inquisidor a su izquierda, con acuidad suprema. San Miguel Psicagogo, el que
pesa las almas, al fondo de la sala, se acercó con una romana (la statera)
Iban a pesar mi alma. A un lado de la balanza las cosas buenas que hice y
enfrente las malas ¿Hacia dónde se inclinaría el fiel de la balanza? Mis
hechos, mis dichos, mis odios, mis envidias, mis conjeturas y juras en falso
allá se pesaban. Y al fondo del
iconostasio los nueve coros angélicos cantaban:
▬Kyrie eleison
El cuervo con su voz
testimonial y sus ojos escudriñadores si observaba que yo me revolvía en mi
lecho de dolor decía:
▬Arrepiéntete, cabrón.
▬Yo me arrepiento de
todo corazón por haber dejado a la Suzi preñada y luego desconvocar la boda por
la iglesia que teníamos aplazada en Londres. Mi madre decía "te vas a
casar con esa puta, ... que se va con todos" Estas palabras de mi madre me
partían el corazón pero al fin ganó la batalla el amor. Quemé las naves y me
fui a Londres y una mañana de octubre creo que era el Día del Pilar contrajimos
matrimonio en el Registro Civil de Romford. Yo había dejado en Madrid mis
pluriempleos como periodista de SP y como redactor de Radio Nacional. También
trabajaba de noche en la agencia EFE. No dormía ni sosegaba y esta
intranquilidad y ese trajín afectó a mis nervios. Yo era un chico guapo,
escribía bien, y se me abrían todas las puertas. En Inglaterra pude conseguir
un trabajo como profesor de español en una escuela de Doncaster pero a la Suzi,
una bella londinense, aquella ciudad de provincias algo paleta pero donde
conocí muy buenas personas, no la probaba. Enfermó de un cáncer de tiroides.
Todo se vino abajo después de nacer Helen. Cuando la operaron en el Gran Hospital de Londres. El
día de la intervención quirúrgica la directora de Estudios del colegio donde enseñaba no me permitió
desplazarme hasta el Sur y cuando salió del hospital me pidió el divorcio, no quería saber nada de
mí. Caí en una fuerte depresión Me derrumbé y una mañana de marzo cerré la puerta
de mi domicilio en el 28 de Scott Crest,
en Edenthorpe, y al volante de mi minicooper 650 me puse en camino.
Llegado que fui a la frontera española me metí en un mesón. Trasegué dos
botellas de vino y varias copas de chacolí y sin parar por la Nacional I hasta
Madrid. Conduje más sereno que un fiscal pero llorando a lágrima viva. Volví
derrotado de la pérfida Albión pero eso no podía quedar asó. Inglaterra ahí te
quedas. Entonces salí de la casa que había
montado con gran sacrificio y regresé a España con lo puesto. Sin nada.
Mis muebles, la cama, la mesa el gas stove. Sólo salvé unos pocos libros y la
guitarra que cargué en el mini. Regresé derrotado pero empecé a hacer
reportajes por toda España y me acogieron en la Prensa del Movimiento. La corresponsalía
londinense quedó vacante al venirse Manolo Adrio a España y me nombraron a
mí. Tengo un buen ángel de la guarda que
me buscó nada menos que una corresponsalía en la ciudad del Támesis. Era ser
corresponsal en Londres, mi meta soñada. Llamé a Suzanne desde una cabina
cuando entré de regresó en la ciudad del
Támesis una tarde plomiza de otoño. Se puso su madre que me dijo que mi mujer
no quería volverme a ver más. El cuervo de la habitación cuando leía esta parte
de mi vida empezó a llorar. Su clamor retumbaba por todo el edificio. Pero yo
estaba arrepentido de mi pecado mayor con dolor de contrición y atrición. A
causa de mi perversión pagaría la culpa al correr de mis días.
Las navidades vienen y van trayendo y dejando
recuerdos de lo que fue y no fue, de lo que es o será. Abrumados por la
melancolía en torno a la mesa de Nochebuena cantamos los villancicos. Canto de
villanos y ciertamente hay una dosis de villanía sentimental en estas
festividades que pasan tan rápidamente que parece que en los días más cortos
del año el tiempo se acelera. Saturno tiene prisa por devorar a sus hijos. Sea
lo que Dios quiera. Me siento reacio a narrar aquí el cuento de los Christmas
Carols. Los días navideños londinenses fueron los más felices de mi vida aunque yo entonces no me daba
cuenta. En el gélido cielo del invierno se tachonaban las estrellas de la
pascua. Saturno es el dios oscuro que abre y cierra las puertas de la vida. MJ
vigilaba mi vaso de agua mientras los hijos entonaban el Arre, Arre. Se me
caían las lágrimas. Mi llanto era el de un pobre viejo perdedor. Del peregrino
que había equivocado la ruta. Del ardoroso joven entusiasta que en los años
sesenta del pasado siglo buscaba un lugar en el Parnaso. El año 89 vinieron los
malditos rabíes del Candelabro y todo se derrumbó:
─Ahora mando yo. ¿No queréis caldo? Pues tres tazas
La emprendieron los inicuos a latigazos con nosotros
al grito de fuera fachas, abajo la ultraderecha y mueran los serviles. No nos
mandaron al gulag. De momento el gulag estaba ahí, era un campo de concentración
interior, donde todo eran envidias, soplones y traiciones, para poder
sobrevivir. Más tarde el horno crematorio. Yo escuchaba voces advirtiéndome de
la llegada de los tiempos del revés: el trashoguero cambio de género, naciste
con raja y te colocas pilila, Perico de los Palotes es nombrado el jefe de la
cosa. Los mandilones, aborto, memoria histórica, pollas en vinagre. Pongámoslo
todo del revés. El monumento a Pushkin volado en Kiev y en San Francisco el de
Cervantes. Colón era un asesino. El papa de Roma decía en una homilía “si vas a
misa y luego sales igual que entraste es que algo va mal”. Pues vaya una
apología de la estupidez asnal y la verdad es que aquel cura argentino tenía
cara de asno. Descubrimos que aquel pontífice era un burro que rebuznaba,
quería poner la religión de través. Aferrado a la táctica del jesuitón de que
el fin justifica los medios.
Mientras mis hijos brindaban con
los caldos más suculentos de España, yo miraba de reojo con envidia. Yo no
puedo beber por prescripción facultativa. Soy dipsómano. El vino fue parte de
mi vida, coadjutor de los mayores gozos y asimismo de las mayores sombras.
Aquella vez en que en un bar de General Ricardos me tundieron de lo listo. Una
patada en la cabeza me dejó un hoyo en la frente. Recuerdo aquel camarero
manchego rubio, los ojos inyectados de ira, que me abordó por detrás, caí al
suelo y sentí un dolor terrible como cuando te sumerges en un lago y te hundes
sin la esperanza en la cabeza. La patada en la cabeza de aquel esbirro aboyó
parte del pabellón craneal. Nunca durante mis años en el extranjero fui víctima
de una agresión tan brutal. Excepto una vez que mi mujer en una disputa
conyugal me mordió la oreja y casi me la arranca. A veces algo me duele el
pabellón auricular desarreglado. Me quedaron orejas de soplillo a causa del
ataque. Ni en Nueva York ni en Londres nadie osó tocarme un pelo de la ropa.
España la amada patria a la que yo había defendido con la pluma me maltrataba.
Fue durante los años difíciles de venganza e ignorancia. Me quedó aquella marca
pero teníamos democracia... Al correr de los años en mi sien deteriorada surgió
un tumor de piel que me operaron. Navidades sangrientas. Erifos hizo de las
suyas. Lo cual que aquella advertencia cuando vi la muerte tan cerca no sirvió para
desembarazarme de la botella. El vino y la ginebra constituían el tónico para
mis dolores físicos y psíquicos. Dolíame el cuerpo pero, sobre todo, el alma.
La bebida era el paño de lágrimas frente a mis decepciones y fracasos. La
Verónica apareció entonces paseando por la glorieta de Pirámides. El aire de la
noche gélido. Nieblas navideñas nebulosas del corazón. A lo lejos sonaban
tristes panderetas acompañadas de músicas tradicionales que cantaban a lo
efímero de la vida terrenal cuando los pastores y los Reyes iban juntos a por
leña para calentar al Niño que ha nacido en Nochebuena… Sobre tu cunita, niño,
he visto arder una farolica como la del tren. Me levanté, me rehice como pude,
enjugué la sangre que corría por la frente con un pañuelo de hierbas. Me habían
marcado con ese hundimiento en la cabeza. El fementido me había acudido un
patadón en mis partes y seguramente eso sería el origen de mi cáncer de
próstata. La mujer misteriosa daba vueltas a la glorieta de Pirámides. Se vino
hacia mi piadosa y con un lienzo recién sacado de la tintorería que olía a
rosas, me enjugó la sangre y las lágrimas. Nunca supe quién era ni de dónde
había salido aquella mujer. Quedó en el paño de la Virgen Dolorosa estampada la
imagen del Señor coronado de espinas. La Señora me susurraba palabras dulces,
mientras los taxis de Madrid bajaban por la cuesta de la Puerta de Toledo:
─ No bebas
más, hijo mío. El alcohol te trastorna. Es para ti veneno
A esta visión no le di la mayor importancia, estoy
acostumbrado a los milagros y tengo a Nuestra Señora por particular consejera.
Seguramente que ella me librará de las garras del cáncer de próstata, como me
sacó de las fauces del león y de las arillas de la sierpe que pretendía
estrangularme. Tampoco fui devorado.
Hasta san Antón pascuas son y yo aquellas pascuas me
di un atracón. Me ocurre cuando estoy nervioso y las navidades son fiestas
melancólicas. Yo no hacía sino pensar en la Suzi. Me harté de turrón y no paré
de mojar el gañote en copas de ginebra y de chinchón. Ande, ande, ande, la
marinorena que esta noche es Nochebuena, saca la bota María que me voy a
emborrachar. Tal incontinencia, aquel frenesí, desencadenó el mal que andaba
oculto en mis hormonas y fui la víspera de la fiesta de los burros cuando me
cogió un dolor terrible en los ijares, los cuadriles se me desgarraban como
mordidos por un mastín. Creí morir. Encendí varias pipas pues el tabaco me
calma. No se me pasaba. Se me apareció el rostro del abuelo Benjamín en su
agonía que hablaba de un ataque de canes por sus partes blandas y no hacía otra
cosa que santiguarse viendo venir a la muerte de cara. ¿Qué vería? Yo también
me preparé para lo peor. Se me saltaron las lágrimas y empecé a desgranar las
cuentas de mi rosario. Llegó la ambulancia del Samur.
Un médico jovencito y un enfermero que tenían la
bondad y la ternura del buen samaritano pintados sobre el rostro me
transportaron en bayarate hasta el hospital. Allí al cabo de muchas pruebas me
sondaron y el dolor se pasó. Bendito sea Dios.
Escuché la voz de Shakespeare. Inglaterra tiraba de
mí. Efectivamente, una fuerza tiraba de mí. England, my England, el país de
irás y no volverás, la Arcadia de Merlín, patria de los caballeros andantes y
errantes. Buscaba la fuente de la eterna juventud, el yelmo de Mambrino, una Dulcinea
me estaba esperando en la llanura del condado de Essex. Tiempo adelante me
pondría en camino. Los cuentos de Canterbury, las dulzuras de los sonetos de
Shakespeare. Una idea que no tenía que ver nada con nuestros antagonismos
históricos; las guerras napoleónicas, Gibraltar, la Armada Invencible. Yo no
era, por supuesto, Blas de Lezo, ni a la hora de orinar iba a colocar la minga
mirando al canal de la Mancha. La política es una cosa y la vida es otra. Sólo
encontré las buenas gentes humildes del Yorkshire y la mirada compasiva de
amigos entrañables. Pude entender lo que significa un sustantivo inexistente en
español y es la palabra compasión. Yo encontré compasión entre aquellas gentes,
algo que me faltaba en mi país y encontré el amor, un amor para toda la vida,
indeleble y que bajará conmigo hasta el sepulcro. Los bellos ojos azules de la
Suzi están clavados en mi memoria, no se apartan de mí, pero yo entonces no lo
sabía. Era un seminarista gordito que iba y venía recorriendo las calles de la
ciudad en bicicleta. Los largos veranos del pasado siglo parecían interminables
y la vida me sonreía; unas veces querías ser misionero, otras, cura de aldea de
misa y olla, mi olla mi misa y mi María
Luisa… bueno, ya veré, y ahí nos las den todas. Aquella ciudad de Segovia de tu
adolescencia guardaba las reminiscencias medievales de la ciudad-estado:
Montescos y Capuletos, como en la
Verona de Shakespeare. Las grandes
familias encastilladas en sus torres que albergaban el afán de poder y la
protección de la iglesia. Los Coronel, los Arias Dávila, los Cheste, los
Velasco, los Bravo etc... Odios seculares, rivalidades por el control del trigo
y de la lana. Abajo campando bajo los arcos del Azoguejo, los pecheros, los
sollastres, los acemileros, aguadores, pellejeros y pícaros. Arriba en las torres encaramadas de
la ciudadela las cinco familias que cardaban la lana. Romeo y Julieta,
Marcucho, Teobaldo, Benvoglio, el aya celestinesca y parlera y el conde Paris.
Yo los vi pasar por las empinadas callejuelas que iban a dar a la Puerta del
Socorro u oteaban el horizonte bíblico desde la de Santiago. Fray Lorenzo iba
con su canastilla con el doctor Laguna a recoger hierbas medicinales a los
pagos de Tejadilla. Un día fui al cine a ver una película inglesa. Echaban Romeo
y Julieta. Aquello me marcó. Yo me enamoré de Julieta. Pero tú quieres ser
cura, chico y los curas ni se enamoran ni se casan… Ya veré. Otros días ponían
alguna del cine negro inglés y yo soñaba con Sherlock Holmes, la niebla, el
puré de guisantes. Mientras tanto iba en bicicleta a bañarme en los bodones del
Eresma tan peligrosos que todos los veranos se ahogaba más de uno, pero yo
sabía nadar muy bien. Aunque la mayor parte de mis jornadas veraniegas estaban
cubiertas por mis obligaciones religiosas. Tenía que ayudar a misa al cura
chiquito. El capellán del cementerio era un tapón como va dicho. No medía más
de metro y medio y para consagrar le teníamos que colocar a los pies un escriño
y a la hora de alzar se las veía y deseaba para levantar el cáliz, la hostia y
el copón que eran mayores que él. Sin embargo, los domingos sus misas eran muy
populares cuando decía la de cazadores porque aviaba pronto el cura chiquito.
Poco más de un cuarto de hora. En menos que se persigna un cura loco, mejor
dicho. Me apunté a las clases de inglés y yo no sabía si era la alondra o el
ruiseñor el pájaro que cantaba en la amanecida. Acababa la noche y se abría un
nuevo día, una nueva fase para mí.
─Is it the lark or the nightingale?-
preguntaba Romeo a Julieta
Esta le contesta:
─The lark, quédate un
poquito más
─No puede ser
El ruiseñor es el nuncio de la aurora y la alondra del
entrelubricán antes de amanecer y yo ya soñaba con una de aquellas noches de
amor. Shakespeare me estaba tirando un guante. Habría que aprender inglés y yo
fui uno de los pioneros. Que abrieron para los de mi generación la ruta de
Inglaterra. Soñaba con las brumas del Támesis, el puré de guisantes de la
contaminación y el té de las cinco. ¿Quién cantaba? ¿La alondra o el ruiseñor? That
was the question. La frase me recuerda la noche más feliz de mi vida que
pasé con mi amada en un hotel de Hornchurch el día de nuestra boda. Aunque para
alcanzar aquella maravillosa connubial noche habría que pisar caminos de
abrojos, saltar muchas vallas convencionales y pagar peajes y fielatos en las
aduanas correspondientes. Pero el amor no entiende de trabas porque siempre
vence. En aquella voz de Shakespeare estaba la llamada del destino. Nos
convocaba el hijo del guantero de Stratford Upon Avon con su media sonrisa, dándonos
la bienvenida, subido al tablado de las antigua farsa en el corral de comedias
de del Globo londinense, y su voz era profética. Como un disco de los Beatles.
"I love you ye...ye... ye”. Veníamos pegando fuerte la generación Yeyé con
su carga inconformista, los pantalones campanas y las melenas merovingias. No
me prometía tesoros ni fama. Pues me auguraba que yo sería un escritor fracasado en vida y glorificado
en muerte. Esa era la parte de mi lote y acepté.
─La vida es una historia llena de
furor y de sonidos contada por un imbécil
¿Sería yo el imbécil? ¿Estaba destinado a representar
ese papel?
La corneja del hospital general me hablaba desde la
rama de un árbol del jardín abandonado. Aquel jardín abandonado era la ruta de
la muerte. Tu existencia, decía, es contingente casualidad. Es una novela
escrita por un loco a ráfagas en la cual los personajes se asoman al vacío. No tiene consistencia
lógica. Tú no crees en el dogma de las tres unidades pero narras lo
incomprensible del mundo de hoy y a veces aciertas corroborando la fase de
Shakespeare sobre la condición humana. El ruido, la furia y un músico que toca
el violín con las cuerdas rotas. Pero yo entonces era un adolescente gordito
que iba por Segovia en una bicicleta sin frenos. Se la dejé a uno y por poco se
esguardamilla.
Regresé
a la que fue mi alma mater años atrás al seminario vacío comillense. Subí la
Cardosa o cuesta ornada de tamarindos, acompañado de MJ y al ver el gran
edificio del Menor deshabitado y guarida de fantasmas no pude reprimir un grito
de añoranza. Encendí mi cachimba que siempre llevo conmigo como amuleto y
compañera de viaje e inspiración. El humo del tabaco actuó de lenitivo al dolor
de todos aquellos sueños derrumbados. Todo lo que pudo ser y no fue posible.
Por allí había pasado Samael, el ángel de la destrucción sobre la colina, pero
abajo en el acantilado las olas seguían batiendo las restingas del embarcadero
de Peña Castillo. Ya no se escuchaba el griterío de los pipis retóricos, de los
filósofos a los que ya les apuntaba el bozo y los teólogos a punto de ordenarse
que miraban el partido viendo jugar a aquellos chicos con la sotana
arremangada. Era la hora del recreo que los jesuitas llaman quiete y no corría
ya el balón buscando las porterías. Había transcurrido medio siglo.
El Stella Maris que preside una
estatua de la Virgen estrella de los mares se había convertido en un jardín.
Entonces era un campo de futbol, pero a la izquierda estaba el frontón bajo un
enorme cobertizo donde jugaban a pelota los vascos; aparecía intacto y el
seminario menor, cuyos tránsitos y aulas yo recorrí tantas veces
escuchando en medio del silencio de la fila el frufrú de la pana de mis
pantalones bajo la sotanilla, estaba en obras. La inmensa explanada del Stella
Maris era un jardín sembrado de ortigas y de helechos. Un eco lejano creí
percibir en lontananza cuajado de melismas gregorianos. Cantábamos la Salve. La
brisa marina jugaba al escondite con la luz de atardecer. Imágenes vinieron a
mi memoria de algunos compañeros de curso: el toledano Sonseca, los vascuences
Aramburu y Aburto, Massolíes gerundese, Antonio Pelayo el delegado de curso, un
vallisoletano al cual veo narrar a través de la Cope lo que pasa en el
Vaticano, Lorenzana y otros muchos. Los maestrillos Cavada y Heras que fue el
que me ayudó y venía a despertarme a las tres de la mañana para levantarme a
orinar, padecía yo enuresis. ¿Qué habrá sido de todos ellos?
El imponente edificio del seminario
menor era un rascacielos de diez pisos. Abajo en la planta baja estaba el
refectorio. Los desayunos eran ruidosos y un fámulo orensano nos hablaba en
gallego que no entendíamos pero que con su lengua acariciadora nos servía unos
platos de arroz con leche majestuosos y café con enfilada, todo lo que
nos diese la gana. A la entrada del refectorio se alzaba un púlpito de madera
de pino. Desde allí el semanero nos leía pasajes de la vida del santo del día,
el martirologio romano, o bien, capítulos del Kempis. En mi mesa se sentaba
Otto que era alemán, Santos burgalés, Bedoya santanderino, todos del pelotón de
los torpes, excepto Rubalcaba, toledano que era muy listo. En la fiesta del
Crisóstomo le tocó a Rubalcaba que era el número uno en el aula de Retórica
pronunciar en griego un discurso para honra y gloria de aquel padre de la
iglesia griega, obispo de Constantinopla, al que llamaban Pico de Oro (kris, oro y tomos, boca)
Rubalcaba tenía una excelente memoria y
perfecta dicción. Se nos enseñaba a vocalizar y pronunciar el castellano, una
disciplina la retórica que olvidaron los enseñantes de hoy. Después de
aprenderse el difícil texto de coro nos largó una filípica de Demóstenes
de casi media hora. Estupefactos quedamos todos. En la sala no se oía una
mosca; únicamente, se escuchaba la voz cantarina del ponente, y el sonido argentino
de las cucharas al golpear el tazón de café con leche. El refectorio aquella
mañana de enero semejaba al ágora ateniense. La nostalgia que siento al volver
al seminario vacío no sofrena mi resentimiento contra aquel lugar. No encajé.
Me dieron por torpe. Yo no valía para obispo. Fueron doce meses muy difíciles,
por más que me entusiasmase la Montaña con sus paisajes idílicos y aquellos
prados tan verdes cuando salíamos los seminaristas de paseo hasta Ruiloba,
llegábamos al monasterio de Cobreces cisterciense, y nos bañábamos en la
peligrosísima playa de Oyambre.
¿Quién me iba a decir a mí que yo iba a
tener una casita en lo alto sobre las peñas del acantilado del Cantábrico? Un
lugar tan bello y paradisiaco como el de aquel cerro de Peña Castillo. Dios
escribe al derecho con letras al revés, ciertamente. Con sólo quince años
aprendí en aquel caserón a sufrir y a ser humillado. Verumtamen, tú no vales
para nada. En matemáticas, en física y química era un desastre, aunque
destacase en lenguas clásicas y en inglés que siempre se me dio bien. Pegué un
estirón. Mis células andaban revueltas. No sabía dónde tenía la mano derecha ni
a qué carta quedarme. Verumtamen, tú no vales, te nos has colao. Vuélvete a tu seminario y por si
esto fuera poco no me servía la sotana, me quedó corta. La había heredado de
don Bienvenido, un canónigo de Segovia, amigo de mi madre que era casi un
enano, Verumtamen, tú no vales. No me mandaban dinero para comprar otra y
muchos se reían de mí. Me llamaban cazurro el segoviano. Los malos tratos ─bullying─ que me deparó a lo largo del
curso aquel maldito clérigo hijo del domine Cabra por no decir hijoputa me
señalaron de por vida y he tratado de revolverme contra su dictamen, es decir
que no soy un inútil, que valgo para algo. Su sentencia es una herida que llevo
grabada de por vida. La santa madre iglesia es santa desde luego pero está
llena de demonios. Pesaron como una losa para mí las descalificadoras las
palabras del prefecto Eguillor, aquel jesuita maligno experto en vejamen y en
desaires probatorio. Es una táctica
cruel que emplean en los noviciados jesuitas para probar la consistencia
psicológica del aspirante a jesuita. El estigma aún supura, pero me sirve de
acicate para volver los ojos a Cristo. Yo no encajaba en aquel seminario
destinado a ser fábrica de obispos y para ser obispo allí fui enviado. Tiempo
adelante, siendo alcanzar la excelencia y el amor divino, mi principal anhelo,
traté de demostrar a Eguillor que estaba equivocado. Así que cuando bajé por
última vez la cuesta de la Cardosa que da puerta al tirocinio me descalcé y
sacudí mis botas llenas de barro.
─De vosotros no quiero ni el polvo de la
zapatilla─ dije.
Escupí para arriba y uno de mis gapos
alcanzó una rama del tamarindo ornamental. Pronuncié una maldición que al
volver después casi sesenta años se había cumplido. El seminario cerrado era un
caserón poblado de los fantasmas místicos del pasado. Estaba vacío. Se produjo
la desbandada por mí presumida y anunciada. Yo era profeta
El primero de julio del año 60 eché mi primer piropo a
la Cibeles. La augusta diosa de piedra que siempre va en carroza tirada por
leones no me hizo mucho caso. Yo era un adolescente que regresaba a casa
derrotado del seminario de Comillas en el Correo de Santander. Mi padre vino a
recibirme en un jeep del ejército donde metimos los avíos de mi pobre ajuar, el
colchón, el baúl y la sotana. Entonces que te echasen de los curas y portar el
estigma de rebotado era una tragedia.
―Anda que buena tienes a tu madre, con un disgusto que
casi se nos muere, cacho perro.
Bajé la cabeza y le dije a mi padre que me pondría a
trabajar de lo que fuera incluso de picapedrero y así lo hice pero pronto me di
cuenta de que tampoco valía para albañil, no sabía cuajar el cemento en una
obra. Lo mío eran los latines y el inglés. Ínterin, mamá dio a luz a
mi hermana pequeña a la cual llevo 18 años y nos trasladamos a vivir a Madrid
desde Getafe. Allá quedaba el pueblón manchego envuelto en polvo y barro, los
aguadores de la calle mayor, la iglesia de la Magdalena enorme, los paseos las
tardes de domingo, el cine “Madrid” de sesión continua, el aburrimiento
provinciano. El resonar de los tambores del cuartel de artillería al izar
bandera y las misas de doce en los escolapios. En Madrid me coloqué de profesor
de latín en un colegio y por las tardes asistía a las clases del
bachillerato nocturno en el Ramiro de Maeztu.
El profesor Antonio Magariños, lo que son las cosas,
me suspendió en la lengua del Lacio. Yo no le caía bien. Ya estaba viejo y se
fatigaba durante las clases en las que explicaba a Tito Livio. Moriría al poco
tiempo. Fue un gran promotor del deporte durante el franquismo como consejero
del ministro Elola Laso del Frente de Juventudes. Cuando tuve en mis manos la
papeleta del suspenso volví a sentir la maldición del jesuita Eguillor:
"tú no vales no das la talla, no vales, te nos has colado". Fui a una taberna y me emborraché. Era mi primera
borrachera. Todas las campanas de las iglesias de Madrid doblaban a clamor
cuando acabé mi derrota por los chigres de Cuatro Caminos. Había muerto el papa
Juan XXIII. Al regresar al hogar (vivíamos en la calle presidente Carmona) mi
madre que era muy lista debió de notar los signos de embriaguez en mis andares
tremulantes, la lengua tartaja, los ojos saltones y la boca oliendo a peleón:
― ¿Dónde
has estado, cacho perro?
― Por ahí
― Murió el Papa
―Y a mí
¿qué?
Dormí la mona y se me pasó el cabreo. Me di cuenta de
que a lo largo de mi vida tendría que luchar contra aquel conjuro de Eguillor
que se había repetido en el profesor Magariños que era un gallego bastante
retorcido. Hinqué los codos, aprobé el preuniversitario e ingresé en Filosofía
y Letras y en la Escuela de Periodismo, dos carreras a la vez aparte de las
clases en el colegio san Pio, todo lo que ganaba se lo daba a mis padres,
excepto una pequeña cantidad que me reservaba para tabaco, aquellos
"Celtas" largos que me hacían carburar. Estaba agotado. El verano del
año 64 me fui a un campo de trabajo en Fladbury.
Fue una experiencia traumática. El campo estaba lleno
de piojos y nos mataban de hambre, amén de la desagradable experiencia que tuve
al llegar a Londres por primera vez, una aventura de la cual hablaré más
adelante. Estaba en Worcester, muy cerca de la aldea donde vino al mundo
William Shakespeare, en Evesham. Nos dedicábamos a recoger ciruelas y fresas. ─un negocio en España ahora─.
Teníamos que pagar al portazgo de aprender inglés y de aquella sentada fue muy
poco lo que pudimos aprender de dicha lengua que la ponen difícil pero que es
una de las más fáciles del mundo, excepto cuando la hablan los castizos de
Londres en su endiablado cockney que
se come la mitad de las sílabas.
Eso sí; tomo casi diez
pastillas (Enalpril, Furosemida, Elektreia, Mastical y otras) al día y me
siento algo cansado por las mañanas. Me dio por escribir una novela en la cual
yo soy el protagonista, el antagonista y el deuteragonista. Nadie busque plots,
ni tramas, ni deus ex maquina como en un serial turco o una comedia de capa y
espada. En Estas páginas mi corazón sangra, se indigna, se aburre. Profaza,
acusa, yerra, se arrepiente, vuelve grupas y otra vez a empezar. Son vivencias
de infancia y artículos que subo a la red. No hay que maldecir a Google ni a
las nuevas tecnologías. Internet es el bien y el mal: las misas celestiales del
patriarcado de Moscú se transmiten juntamente con el porno duro, y esos chats
en los cuales las mozas de medio mundo enseñan sus bandullos. Ciertas salas
parecen clases de ginecología. Son los teatros donde toda aberración sexual
toma asiento; yo los llamo berreaderos por el mucho gemir de estas prójimas y
no sé si lo fingen o el maniluvio salaz
de las fucking machines es real. La masturbación es general y de lo más
guarro; algo real que atrae a las masas porque hay mucho salido por el mundo
que mira y se la menea de cara al tendido. Estos sitios nos llevan a una
reflexión: se han cargado el romanticismo. Tanta lascivia y tanto voyeur salaz viene a darle la razón a
Schopenhauer que era respecto al amor cortés
muy pesimista. Yo me resisto a creer que Eros sean unas piernas
esparrancadas con la raja del clítoris al fondo, que de menos nos hizo Dios,
pues yo estuve enamorado de la Suzi, aquella inglesa que fue lo mejor de mi
vida, lo más bello de mi romanticismo indomeñable y con cuyo recuerdo bajaré al
sepulcro. Los ocios de mi convalecencia me permitieron analizar el psique de
las modelos. Hubo una rusa guapísima que fue comprada por un tratante de
blancas polaco que comerció con su cuerpo. Me enfrenté al macarra el cual me
quería matar. No soy un alfaqueque pero, si hubiera otra vida, creo que me gustaría
ser como aquel mercedario fray Juan Gil
del convento de Arévalo que
rescató a Cervantes de los baños de Argel. Yo sería alfaqueque de putas.
Libertador y desfacedor de entuertos.
Largo me lo fiais porque a Olga la Larga no sé si la gusta el oficio lo que sí
sé es que es ninfómana insaciable por cuya causa abandonó a su marido en
Siberia y a una hija. Hice mis indagaciones pertinentes y lamento decir que esa
historia acabará mal. El macarra polaco es celoso, muy católico,
cruel y sentimental y la maltrata. Un hombre celoso que se mete a pimp o souteneur
de hetairas en esa profesión dura menos que un caramelo a la puerta de un
colegio. Pero estas son las historias de hoy. Lo que pasa en internet. Este
libro se compone de asuntos que subí a la red. No busquen tramas ni argumentos
porque la trama soy yo, escritor de ochenta años con más de medio siglo de
oficio, al que vetaron lo neonazis
sionistas (son más viejos que el andado para adelante pero España y yo somos así)
de modo y manera que a día de hoy en nombre de la libertad se asesinan a los
libertarios del pensamiento. No me quejo, me río, pues estas son historias para
no dormir. Cumplo con el primer mandamiento del periodismo que es narrar algo y
yo lo narro a mi manera. Otro no lo podría hacer por mí, ya que en mí hay una
vivencia exclusiva de aquel amor inglés. Por eso muchas entradas de este libro
se muestran redactadas en dicha lengua. Puedo decir con Graham Greene que
Inglaterra me hizo y tal vez me deshizo. Nunca pude ser del todo inglés pero tampoco
un español total, por más que haya defendido a mi patria y mi cultura a capa y
espada a través de mis dos corresponsalías en Londres y en Nueva York. A estas
alturas de mi existencia, cuando ya me queda poco, veo lo acontecido desde la
distancia a veces con compasión, otras
con remordimiento humorístico y en
ciertos casos con rabia pero me consuela haber sobrevivido a mis enemigos. Por
desgracia yo sé de donde viene la afrenta y no paro en barras. Pienso en la
muerte que nos cerca, hablo de las experiencias de mi infancia en un pueblo
castellano donde viví los últimos coletazos de la edad media. Allí se acendró
mi espíritu religioso al tiempo que me
di cuenta de que para sobrevivir hace falta mucha mano izquierda y no tomarse
las cosas demasiado a pecho. Estoy fascinado por la novela picaresca.
Investigando a conciencia, descubrí quien fuera el autor del Lazarillo.
Ni me lo han reconocido ni me lo agradecieron pero mi tesis insoslayable está
ahí. Es lo mejor que dimos al mundo desde el Buscón hasta la Pícara
Justina, el Guzmán de Alfarache, Vicente Espinel, El Estebanillo,
El diablo Cojuelo. Es un género típicamente hispano que aporta a la
literatura universal resignación cristiana, longanimidad y aguante. Los picaros
son místicos al revés que nos enseñan a afrontar las penalidades de este mundo
cruel sin hipocresía. Tengo que agradecer sobre todo a los hombres y mujeres de
la editorial Círculo Rojo que tanto me han animado a sacar adelante mis
humildes producciones, aun a sabiendas de que mi estilo y mi narrativa, siendo
de una vibrante actualidad, pertenecen a un ayer que parece lejanísimo pero que
está cerca de nosotros. Para los nuevos amos del mundo ir por libre es una
añagaza. La exclusiva del pensamiento está en sus manos. Esperemos que no sea por
mucho tiempo. Yo por eso escribo para desenmascararlos.
El domingo de Ramos
será una pantomima en la borriquilla y el buche, los cantos del hosanna, gloria
al hijo de David, rey eterno de bondad Hosanna que viene en nombre de Jehová,
compramos un ramo y nos pondremos zapatos nuevos, tiraremos de las carrozas de
la procesión, veremos a los soldados desfilar ante los pasos, Segovia olía a
primavera. Veneramos y adorábamos al Hijo del Hombre plasmado en aquella figura
de escayola. El anticristo suplanta de forma tan atroz al cristo y no quiere
morirse. Yo me subí a muchos andamios, me caí de muchos burros y no aprendí de
mis trompazos. Culomagno vestido de blanco y esclavina, bautiza neófitos y
enseña el alta del hospital, no quiere morirse, se niega a que le canten el
gorigori, no quiso ser sacramentado. Aderita, la de Gordaliza, fue mi madrina
en tanta tribulación, una mujer se convirtió en mi baluarte, me puso a cubierto
de los disparos de las poderosas armas de guerra. Ella era la virgen que me
salvó cuando íbamos al Escorial en espera que llegasen los mensajes de los
Viernes de Dolores. Tales telegramas no venían, o eran un tongo que se marcaba
la pitonisa con la voz cascada… hijos míos. El morbo y la depresión me
impulsaron a tales esperpentos, llegué a darme cuenta de que toda la
parafernalia eclesial era un engaño. Me habían echado del ministerio. Escuché
los jipíos y suspiros de la saludadora que hablaba en nombre de Satanás y
comprendí que Wojtyla era su aliado. Dios me permitió vivir tiempos de la gran
impostura. Culomagno el judeoargentino vino a poner la guinda. No obstante, en
aquellas nefastas vivencias quedé persuadido de la presencia de Cristo en la
historia. Satanás hablando desde la cima
de la encina más antigua de Prado Viejo a veces hablaba en acento gallego,
otras en andaluz. La voz de la sorguina, cuando se ponía en trance, sosegaos,
reminiscencias demoniacas tenía. Todo era una burda impostura lo de las
apariciones del Escorial. Las turbas sin embargo estaban hechas un flan porque
el monarca de los dominios, do no se ponía el sol, largaba su sermón en cinta
magnetofónica, lo que no dejaba de ser una ucronía. Aderita mientras tanto
rezaba por mí.
Mi amigo Quintiliano
Quindejas al que llamábamos "Soguillas" cuando éramos guajes regresó
de Foncalada tras su visita al cementerio, lugar más romántico y mejor
ventilado no puede haber en el mundo para dejar la carcasa, con el ánimo
entristecido y yo voy a tratar de poner blanco sobre negro los puntos de su
azarosa biografía. Me llamo Eutimio Guzmán
pero en el pueblo me llamaba Quinolas por mi afición a la brisca. En esta parte
de Castilla todo quisque tiene un segundo nombre. A Quintín lo conozco muy
bien. Fui su amigo de infancia, fuimos juntos a la escuela e ingresamos en el
seminario al mismo tiempo. Él llegó a cantar misa. Yo colgué la sotana en
primero de Teología. A los dos nos une un estrecho vínculo de amistad y
compartimos la afición por la literatura, vivimos enterrados entre libros y nos
fustiga la misma comezón desalentadora por estar viendo morir al mundo en que
vivimos y la destrucción de nuestros sueños. Ya somos viejos, pero hemos
sobrevivido a la peste pandemita que asuela toda la tierra. Aunque con
diferentes ideas los dos hemos sido periodistas. Somos en una palabra el yin y el
yen hecho carne, la tesis y la antítesis sin que nuestras diferencias políticas
empañen el vínculo de nuestra amistad. En la iglesia e Fuentesoto, pequeña
modesta y con algún desaliño, construida bajo el reinado de Carlos III, antes
era románica, olía a flores ahumadas, a retamar pinariego, a humo de las velas
cuando se apagaban los hacheros. Había goteras y por un hueco del techo se
colaba alguna paloma, también vimos un día una pareja de mochuelos amorosos
dándose el pico. En lo alto del retablo frisaba un anciano con la bola del
mundo en su regazo de luengas barbas patriarcales; era el Padre Eterno señor de
la creación, de esa manera el arte barroco representaba a Dios. Al lado del
ventano había un boquete por el cual se colaban la lluvia y la claridad de los
solsticios. Las golondrinas anidaban en lo alto del retablo y revoloteaban en
torno a la cabeza coronada de espinas del cristo crucificado que remataba la
bóveda. Alguno de la parroquia se distraía en misa viéndolas volar y mirando
para arriba. Pensaban que era el Espíritu Santo que bajaba a la hora de alzar.
La traza del templo era pueblerina. Imágenes toscas ocupaban los rincones de
las capillas. Sumaban casi medio centenar. Las tallas de Nuestra Señora y la de
san Antón eran las más importantes. El 17 de enero, cuando la iglesia honra la
memoria del santo eremita que un cuervo alimentaba trayéndole cada mañana un
panecillo, era la fiesta de aquella aldea segoviana. Por tales fechas empezaban
a cacarear las pitas y los gallos a entonar gritos triunfales con voz firme.
Venían los músicos de Peñafiel y los confiteros de Aranda. Había baile y la
orquesta de cinco gaiteros tocaba, subidos a un carro del país. El abuelo se
ponía la camisa nueva, guardada entreaño en el arca, y se iba a misa cojeando
con su pata chula camino de la iglesia construida en tiempos de Carlos III en
sustitución de otra antiquísima. A los chicos nos daban una peseta para comprar
garrapiñadas de Alcalá o hacer una puesta en el bote del Tío Bigotes. Los
viejos sentados en los chimorretes de la plaza veían partidos de pelota a mano.
También se jugaba al chito de a perra gorda. Cuando se apostaba a real eran
palabras mayores. San Antón en lo más álgido del invierno porque arreciaba la
cuesta de enero solía traer sol para alegrar la fiesta con días que se
alargaban un poco más después de la Epifanía. Por la noche helaba. Había
carámbanos en los aleros de los tejados cuyos canalones parecían llorar a moco
tendido, y en las jarrillas del alumbrado. Los chicos para espabilar el frío
jugábamos a la pídola y al zorro pico zaino mientras los grandes y los
“corines” (que así llamaban a los de Fuentesoto) se calentaban con besos al
jarro de buen vino o con copitas de ojén y aguardiente.
LIBRO SEGUNDO
¿Cómo es que a san
Antón, pensaba el Maudillo para sus adentros, siendo un santo penitente lo
pintan con esa cara de pillo? Con ese escapulario mugriento que parece no
lavarse en tres meses cuando santa Escolástica le traía la muda, y ese cerdito
que lleva del ronzal. Todos los domingos mientras ayudaba a misa al cura don
Saturnino el niño no dejaba de mirar para arriba. Le hubiera gustado hablarle
al santo eremita, decirle por lo menos “buenos días” pero san Antón estaba
callado como un cartujo. Su indiferencia era cabal. Aquel bienaventurado de la Tebaida
egipcia no quería saber nada de aquellos chicos que van a melones y a veces les
coge el guarda o se dedican a destruir nidos y a la noche como hay poco que
hacer echan concursos a ver quien la tiene más larga y se la meneaban en
cuadrilla. A ver a quién se corría antes.
─Ya me ha venido.
Era un grito triunfal.
─Es que ya eres
hombre.
Para eso su amigo
Vicente, que no hacía esas guarrerías, era todo un experto, se sabía todos los
nidos de collalba que empollaba la pájara en las Suertes Viejas donde la tierra
era colorada y las legiones de Cesar construyeron un campamento romano. A lo
mejor es que piensa que todos somos unos sarnosos, decía Maudillo entre sí.
─Pero cómo quieres que
te hable san Antonio, pedazo de adobe. Las visiones de los santos sólo pueden
tenerlas aquellas personas que se pasan la vida rezando como tu abuela Rita
─¿Sí?
─Pues claro, hombre,
claro
─A tu abuela Rita ya
se le han aparecido Dios y la Virgen muchas veces
Quien así hablaba era
Elpidio, el de la Melania, número uno en la escuela, el hijo del alcalde a
quien su padre quería llevar al seminario pues decía que era muy listo y
valdría para cura. Hasta puede que llegase a obispo.
La abuela Rita es baja
y es coja, tiene mal genio. Lleva siempre un bastón de enebro para zurrar la badana
a sus nietos que no se reportan o no hacen bien los mandados. A la abuela Rita
no le gusta ir a meses porque dice que si las nueras… ella solita, bien solita,
bien se vale y cada uno en su casa y Dios en la de todos. No quiere agobios.
Ella su misa y su novena y su bastón. Los viernes acostumbra a quedarse en la
iglesia un rato más para el Vía Crucis. Por enero empiezan a cacarear las
pollitas y va al nidal a recoger los huevos. La víspera de las Candelas los
quintos le robaron una gallina clueca para correr el gallo y bien que lo
sintió, demonio. El incidente puso a la abuela Rita de un humor de perros. El
Maudillo pagó los platos rotos, cuando al salir de la escuela se dirigió a casa
de su abuela con la bolsa donde traía la enciclopedia y el pizarrín.
─¿Abuela usted vio por
casualidad a san Antón?
Ante la pregunta la
vieja se quedó de un aire y sin saber por dónde tirar. Respondió a la pregunta
con otra pregunta como los gallegos.
─¿Qué haces tú aquí,
modorro, ya te dieron suelta?
─Vine a preguntar una
cuestión importante. Elpidio me dice que usted, como tanto reza, tiene amistad
con el cielo y se le aparecen los santos. ¿Y san Antón cómo es?
─Pues como le pintan,
hijo: la barba larga, la calva patriarcal y el cochinillo que le acompañan como
un perrillo de aguas, pero tú estás un poco salvaje, Maudillo, deja a los
santos quietos. Ellos bien están en los retablos. No cumpliste lo que te dije,
te olvidaste de una formalidad. Al venir a casa de tu abuela ¿qué se dice?
─Buenas tardes tenga
usted, señora Rita
─¿Y después?
─Besar la mano
─Buenas tardes tenga
la mi señora
─Ahora ya puedes pasar
El muchacho sigue a
través de un pasillo largo camino de la cocina. En ese corredor lóbrego como la
cueva de Montesinos le daba la tía Juanilla, la pobre, sopas al Salvita y Pedro
el sacristán cortaba el pelo a los hombres porque ejercía ese menester de
barbero, hombre de muchos oficios pobre seguro. En aquel tiempo todos éramos
pobres aunque felices pues no había otra cosa. La tía Rita estaba haciendo
buñuelos y soplillos. Y la Tía Maricruz a la cual llamaban “Nuestra Señora de
los Siete Tobillos” por su pie equino echaba de comer a las gallinas. Olía bien
y se estaba caliente al lado del llar.
—¿Quieres tomar pan?
Maudillo dijo que no
con la cabeza agitando su rubia pelambrera.
─Pues entonces date
ligero, ve a la fuente a llenar la botija de agua. Después merendarás.
La fuente estaba a
unos cien metros de donde tenía la abuela el corral. Era un manantial que
escupía un torrente de agua casi una catarata desde el interior de la roca
viva. Llenó el cántaro, y ya se iba a volver cuando se escucha un tumulto y
ruido de voces y alaridos. Venía la vacada y se había escapado una res pero
¿cómo sería la cara de san Antón? El gañán del Fermín que arreaba a la boyada
desde la vega de Pecharromán pegaba grandes voces e iba dando brincos mientras
movía la tralla con agresivo bataneo triunfal:
―Apartaisus que
va torionda, busca el toro padre y es peligrosa; tiene el celo por vez primera
vez la novilla que hasta ayer era chota.
A las voces del
mayoral la gente que pasaba por allá buscaba burladero en los soportales o se
escondía a la puerta de los pajares o debajo de los carros. El Maudillo que
siempre había sido más valiente que nadie se quitó la chaqueta y a modo de capa
quiso torear al eral:
―Eh, toro
―Maudillo, quítate de
ahí, que te amurca la vaca ¿no ves que está torionda y se tira al bulto?
Pero el chaval como si
nada… cuando se quiso recordar ya estaba en el suelo derribado más por el miedo
que por los cuernos del astado. Conque la vaca pasó de largo a toda velocidad.
Debía de tener buenas entrañas. En la caída a Maudillo se le quebró el botijo y
resultó con un siete en los pantalones. Cuando regresó al hogar la abuela Rita
sacó su bastón a pasear y le puso al niño el culo como un tomate. Después de la
paliza le dio de merendar. Las barbas de san Antón no eran barbas merovingias
de chivo, eran más bien cartoplanas. Mariano de la Melania que se preparaba
para el seminario venía de dar lección con el señor maestro:
―¿Qué, zurraronte la
badana?
―Tú eres un
gilipollas. Y toda la culpa es tuya
El Maudillo crispó los
puños y le largó una patada al hijo de Melania para que no se entrometiera
jamás en donde nadie le llamaba. El Mariano regresó a casa chorreando sangre
por las narices. Pasaba por allí el Tío Colodro que se llamaba Nicolás aunque
unos decían Colodro y otros Coñete pues
insertaba en sus conversaciones un montón de veces la palabra coño y le gustaba
jugar al puño puñete. Todas las tardes iba a la bodega y regresaba a casa
hablando con las estrellas y haciendo eses con sus albarcas. Era el borracho de
Fuentesoto.
―Cuantos besos habrá
dado usted al jarro, tío Coñete
―No muchos pero te
participo que me gusta el traguillo. El vino es vida
―Ya, ya
―Tú que sabrás,
modorro, de los avatares de la existencia. Yo estuve en la guerra y por poco me
matan. En el botiquín el capitán médico me dio un cucuruchito de aguardiente y
reviví. Los rojos nos hicieron una emboscada pero yo gracias al vino sobreviví.
Saltaparapetos lo llaman.
―¿Fue la Virgen la que
estuvo de su parte o fue San Antón los agentes de aquel milagro permitiendo que
volvieses a Fuentesoto sano y sano, tío Nicolás?
― No sé, quío, no sé. Tal vez fueran los dos a la vez.
Por eso cada mes les llevo un bodigo y mando decir una misa por el cabo de mi
batallón que cayó en la batalla de Brunete.
El tío Colodro alias
Coñete bebía sin parar tratando de evitar los malos recuerdos de la guerra. Por
su parte el Maudillete estaba obsesionado con las barbas de San Antón. Quería
entender qué pasaba allá arriba, quería ver a Dios que dicen que se le apareció
a un pastor y le habló desde lo alto de una encina del somo.
De ordinario no suele
ir nadie a la iglesia. Por eso el cura cerraba el templo después de misa. Desde
muy antiguo desde los tiempos de los moros hubo una batalla en Fuentesoto culo
roto siete varas y otro poco (decía el cantar), los sarracenos atacaron aquel
recinto, los cristianos les tiraban
piedras desde la torre y no pudieron pasar, pero quedó un hueco en la pared y
por esa ranura se introdujo Maudillo con la idea de hablar con los santos a
solas. Se conoce que no había ningún bienaventurado de servicio aquel día. El
niño llamó y llamó sin respuesta alguna. Toda la milicia celeste se había ido
al bar para celebrar cualquier batalla contra la hueste de Luzbel.
―¿Y a nosotros?
―A vosotros que os den
por el ano― dijo san Pedro Damiano ― calma, un poquito de calma y esperad. Que
habrá para todos.
―Esperaremos si es preciso
toda la eternidad.
―Uy largo nos lo
fiáis. Eso es mucho esperar.
Una urraca
afanosamente estaba construyendo un nido en la cima del retablo por encima de
la cabeza que representaba al Padre Eterno. Maudillo alzó la vista hacia los
ángulos de la bóveda de luneto y observó con gran sorpresa que san Antonio Abad
no estaba en su sitio. Había bajado de a hornacina y se paseaba por las gradas
del presbiterio
―!Ahí va!
Pasó junto a él y
llevándose el dedo índice a los labios le dijo a Maudillo
― Chist, vengo de la Tebaida y allá no se puede hablar.
Mi regla es más estricta que la de los cartujos. Ni media palabra o te capo, te
mando al infierno con Satanás.
Entonces Maudillo, que
sólo escuchaba a su cerebro no a la voz del santo, se desató en un largo
coloquio, le confió sus planes: quería ser seminarista, que su hermano
Crescencio viniese con bien de la mili, que pariese un ternero la vaca Marela y
unas cuantas cosas más. San Antón seguía de monitor de los misteriosos
silencios. Cosas incomprensibles; dudas nos asaltan a los creyentes pero hay
que seguir en el machito, no desanimarse. Fe es creer lo que no vimos. Las
golondrinas alteaban en torno a la cabeza coronada de espinas del Redentor y
sus gorjeos un tanto fúnebres eran para recordar aquella tarde en Jerusalén
cuando el velo del templo se rasgó y tembló toda la tierra. Eso que no era Semana Santa ni tiempo de
misterios, ello ocurrió por las Cabañuelas cuando las lunas de agosto. Vertía
lágrimas el cielo a través de las lágrimas de San Lorenzo. Las golondrinas
estaban poniendo perdida la calva del Padre Eterno pero sus cagamentos eran
agradables al Señor, no eran blasfemias como las que lanzaba el tío carretero al cuadrar el aro de hierro a
las ruedas. San Antón, la gallina pon, seguía dándose paseos patriarcales por
los ánditos de la iglesia. Los demás santos de la corte celestial permanecían
en sus edículos quietos. El niño no se daba cuenta de que no puede haber ni
interacción ni intercambio entre el mundo real y el trasmundo. ¿Quién podrá freno a sus
fantasías? Los que zarpaban por el istmo de la laguna Estigia jamás volvían.
Era una mañana de primavera y Fuentesoto amaneció pleno de vida. Por las rendijas
entraban efluvios olorosos de adelfas y grosellas del huerto de don Adolfo el
señor médico. Era un perfume que recordaría toda su vida. Los santos no eran de
carne y hueso sino de cartón piedra. Maudillo no lo sabía. Así que si con
barbas san Antón y sin ellas la Purísima Concepción
Venivolans,
aquel grajo de voz desagradable, ojos mínimos, y una de las aves más feas de la
creación, resultó no sólo mi mejor amigo en el lecho de dolor, sino también mi
confesor, mi confidente, mi zar consolador que se hizo cargo de mis desdichas
mentales y de mis flaquezas físicas. Sabiendo que era el mayor deseo que yo
albergaba en mi corazón una mañana de mayo, volviéndome a izar de los pelos
como a Tobías y sin hacer el menor caso a las borrascas y tormentas que asolaban
el canal de la Mancha me llevó a Inglaterra. Aterrizamos aéreos, invisibles,
insensibles, éramos espíritus puros en Bishop Storford, una ciudad dormitorio
al norte de Londres con nombre abacial. Allí vivía ella. Pasado la glorieta de
St Albans, cerca de una vieja abadía cisterciense. Su casa era un pequeño piso,
ella nos abrió la puerta. A mí no me veía. Me había transformado en un espíritu
puro, pero Venivolans la hablaba perfectamente en inglés. El pájaro le daba un
poco de miedo, pero luego a lo largo de la entrevista fue acostumbrándose a su
presencia. Al ver a mi amada después de medio siglo rompí a llorar. Ella
también. A la entrada del pisito había una tarjeta en el cajetín de correos:
“Suzanne Marie Parra, teacher”
No se había vuelto a casar, guardaba mis apellidos. Tampoco había renunciado a
su profesión de maestra. Nos quedamos parados el uno frente al otro sin
sabernos qué decir. Al cabo de un minuto, durante el cual cruzaron los
recuerdos de más de medio siglo, habló ella rompiendo el silencio invitándome a
una taza de té. “Come in, old Ton, would
you like a cup of tea, love”. Oh yes. Quise decirla que ella era mi vida,
que la amaba con todo mi corazón, que estaba enfermo con la misma enfermedad
que tenía el rey de Inglaterra Carlos III, que me gustaría que ella cerrara mis
ojos. Que lejos de ella la vida había sido un tormento. Que había sido infeliz
y muy desgraciado a pesar de mi matrimonio y que estaría dispuesto a regresar a
su lado y pasar los últimos años de mi existencia. No me salieron las palabras.
Suzanne me miró con una sonrisa y sus ojos se humedecieron. Podríamos
discutirlo. Te convido a cenar. Aquí está este cuervo amigo que no cesa de
graznar. Cada graznido es un aplauso aprobatorio. “No puede ser, old Ton. I dont go out with married men” (yo
no salgo con hombres casados), dijo la Suzi rechazando mi invitación.
Suzanne
estaba hermosa. Era una bella viejecita que no había perdido ni su belleza, ni
su candor, ni el sentido del humor. Volví a pedir perdón... Sorry... Sorry,
Suzanne. No tenía más que decir. Era incapaz de disimular mi vergüenza y mi
arrepentimiento, en ese instante nos esfumamos el cuervo y yo. Después del
desaire al no aceptar ella nuestra invitación regresamos a Madrid. No la
volvería a ver nunca más. Había sido un sueño feliz. Siempre vencerá el amor.
Fue muy bello vivir pero incluso el amor tiene un final.
Cierra junio mes
de amor inflamado por la llama del Espíritu Santo. Yo me fui a mi pueblo a
bailar al santo y allá estaba el pescador galileo con sus llaves en la mano que
cierra el tiempo y abre nuevos pagos. Estaban los trigos bien encañados en la
pedriza. Este año hubo un cosechón. Daba gusto ver las suertes viejas, los
majuelos con las uvas pintonas que darán el vino de hogaño pero vi las bodegas
vacías, medio derrengadas bajo la sombra de los almendros amargos, donde nos
sentábamos después de trillar las parvas en aquellas largas tardes de verano.
El ingente raudal de la fuente venía
ahíto de agua fresca y pura, donde yo de niño llenaba botijos de agua ¡Ay fuente
de Fuentesoto cuantos recuerdos, cuantas vivencias, cuantos botijos de agua y
cuántas cántaras de vino! Alguno rompí y la Patro la mesonera que estaba de
pechos sobre el balcón, la de la posada, mirándome se deshacía, la muy canalla,
en carcajadas al ver mi desolación.
─Te va a
romper el culo tu tía Paulina.
─Quiá,
ella sabe bien que aquí a nada que pises tropiezas con un guijarro. Así es la
vida. Llena de avatares y peligros
─¿De
dónde sale esta agua, abuelo? ─ Me pregunta mi nieta Carla a la que quiero
tanto. Es un regalo de Dios,
─Pues
mana de lo hondo de la montaña. Sale fría en verano y caliente en invierno. Por
eso llaman a esta fuente la Fonfría.
Luego le
explico lo poco que sé de geofísica y de aguas termales tan apreciadas por los
romanos que tenían acá varios destacamentos y castramentos para hibernar. Aquí
hay diez pueblos que reciben del nombre de castro y esas piedras que ves fueron
labradas por los canteros de Roma.
─Mucho
sabes, yayo
─Algo
sé, de pasar mi vida entre libros, especulando y enredando por el hilván de las
palabras que nos acercan a los dioses pasito a paso, pero vámonos hija a bailar
al santo.
Bajada
la cuesta de la huerta del médico y del molino viejo que ya no maquila, ahí
estaba la procesión y viejos y jóvenes de la aldea bailaban al santo; algún
mozo disparaba cohetes en medio del rebullicio de danzantes. Los voladores se
cernían en lo alto en el ardiente sol de Castilla un mediodía de verano. Habían
pasado tantos años casi tres cuartos de siglo. El tiempo corre raudo. No conocí
entre los del corro que bailaban a san Pedro ─la muerte había diezmado las
filas “ubi sunt” habian pasado muchos años─ más que a Marcelino el de la tía
Caya que bailaba la jota sin demasiado garbo pero desde la torre del camposanto
de la vieja iglesia en lo alto creía ver a muchos muertos asomarse por la
pared, estaban llorando. A estos sí que les conocía. Sus caras me eran
familiares. Mientras, los dulzaineros, calzón de limiste, cincha roja y camisa
blanca bajo el chaleco negro atacaban la chifla impregnando la calle de
melodía:
─La tía
Melitona ya no amasa el pan porque le falta la levadura y la sal… y aunque me
des cinco duros no voy contigo al pinar porque tienes sabañones y me los puedes
pegar... Arsa.
Viejas
coplillas de la raza que resonaron a través de los siglos. Fuentesoto romano y
románico, godo, judío mitad árabe y mitad cristiano tierra de frontera de hoz y
dalle, los aperos arrinconados en el desván, las colleras del macho cordobés,
el cabezal y los ramales, artolas y aguaderas, los cantaros en un rincón,
inservibles ya a causa de la traída el agua corriente. Al pasar por la calle
real un ángel me acercó a la imagen de mi abuelo Benjamín tratando de
incorporarse en su lecho de muerte para ver pasar el santo delante de su
ventana por última vez. Catorce días después fallecería de cáncer de próstata a
los setenta el 13 de julio de 1957. Empezó a dolerme el alma por la tristeza y
la añoranza de los que se fueron: mi abuelo, mi padre y mi madre, mi tía
Paulina, mi primo Agustín y una hermanita que me precedió y murió de seis meses
el Año Triunfal. Henar Llamábase, y Ponciano, y tantos y tantos de mis
allegados muertos. Sí, eran ellos viendo pasar la procesión asomando la gaita
desde las tapas del cementerio. Conclave de espectros al otro lado de la
eternidad. Un cura congolés rezó el responso y uno haciéndose el gracioso dijo:
“Es más negro que los cojones de un grillo”. Bueno nosotros fuimos a ellos de
misioneros y ahora les toca a ellos misionarnos. La vida es así; no hay curas,
y dejémoslo ahí que los de Fuentesoto son algo recontrajodidos. El señor cura
no baila porque tiene corona, baile señor cura baile que Dios todo lo perdona,
gritó entonces el presbítero que llevo dentro de mí. Viva san Pedro bendito y
un año más
Cigüeña
malagueña la casa se te quema los hijos se te van a Pecharromán, escríbeles una
carta que pronto volverán. Sin embargo, ella no volverá. La noticia de su
muerte me ha pillado en Pecharromán entre las piedras sagradas de empapado de
arquivoltas de fustes columnas y capiteles arquillos y canecillos del arte
románico espectral que canta en la cantería la belleza de las antiguas dueñas
medievales. Y Mili la solista representaba a la pobre Adela. La del romance. Una
niña se ha muerto de mal de amores. Tuvo la culpa Juan y la Dolores. Era la
solista, la que tañía el almirez y el pandero o cantaba los solos del grupo de
aquellas canciones que vibraron emocionantes en nuestra lejana juventud. Fueron
los epígonos de la revuelta juvenil del 68.
Milagros
era una bella segoviana risueña y triunfal. Se parecía un poco a la Suzi la
Dulcinea inglesa, dama de mis altos pensamientos y formaba casi
parte de la familia puesto que su abuela doña Aniana, la partera de Segovia,
años cuarenta me sacó del vientre de la Juanita, no sé cómo acabé con ella la
pobre. Di yo en báscula seis kilos. Todo un record para un recién
nacido. Así que, por mi cumpleaños mi pobre madre ponía una vela a San
Antonio, o bajaba descalza a la Fuencisla en acción de gracias, para a la tarde
ir a visitar a doña Aniana, la abuela de la solista del grupo Mester de
Juglaría que acaba de fallecer en el verano de 2025.
Siempre llevábala pasteles de cabello de ángel. Por eso la muerte de
esta mujer que cantaba los viejos romances como los ángeles me ha conmovido
hasta las lágrimas. Las cigüeñas volverán al nido en lo alto del campanario de
la iglesia de Pecharromán pero Mili nunca volverá. Descanse en paz.
Hoy
estoy enfadado con Dios o al menos perplejo, cosas que no entiendo. El 26 de
julio de 2024 amaneció cernido de nubes, me levanté temprano. Estaba preparado
el morral con la tortilla de patatas, la bota de vino y la de agua, y el palo
de acebuche, mi querida cachava con la cual me desperdigo por estos montes de
Dios y me abro paso entre los tojos o amedrento al jabalí que acecha en el
mohedal. Iba a dirigir mis pasos hacia esa ermita tan blanca y dibujada de Santa Ana de Montarés, son quince
kilómetros, pero a ultimo hora no salí, tuve una negra corazonada de que algo podría pasar, así que decidí no
acompañar a mi hija pequeña que sí que subió en compañía de sus amigas las
mozas de la aldea. Desde 1976 no solía faltar a esta fiesta de prado que tanto
veneran los pixuetos. En las paredes de este pequeño templo rural cuelgan
exvotos de enfermos que curaron, gorros de marinos que salvaron de un naufragio
y otras ofrendas. Las parturientas y los enfermos que adolecen de algún mal a
los huesos suelen pasarse por la espalda unas cadenas. La gente de la mar de
arribada, al divisar en lo alto del monte la ermita blanca, suspiraban con
satisfacción al regresar de las costeras, ya estamos en casa. Montarés es un
cotarro de bellezas paisajistas como pocos, lugar de España en la costa
cántabra, viejos recuerdos y añoranzas. La santa Anina ye muy guapa.
Después de la misa, la procesión y tambor y gaita. ¡Ay romerías del alma¡ A la
santina la sacan en andas primero a ella y luego a su esposo san Joaquín el de
las barbas. Son los abuelos de Cristo. Manín llamémosle así era uno de los que
portaban el paso; había hecho la promesa de llevar en cuello sobre las andas la
venerada imagen, iba descalzo por la explanada, haciendo caso omiso a los tojos
con espinas y de los cantos puntiagudos.
¿Cuál
era su promesa? Estaba divorciado y él un labrador y ganadero
honrado no comprendía estos trajines de la vida moderna. Un juez de Pravia ─ ¿pero
hay justicia en España?─ determinó dividir a la familia y compartir la
paternidad de sus dos críos, un guaje y una guaja. Por cuya causa había sufrido
depresiones. Esa era a nuestro humilde parecer que se concertaran paces en
el matrimonio el origen de su voto ir descalzo pisando abrojos en la procesión
de la santa. Subió Manín con el tractor con su guaje de once años en el
remolque. Después de la romería, acampada, merendola de tortilla de patatas, un
gaitero amenazaba la fiesta, algo de vino, mozos y mozas bailaban la danza
prima en la explanada. El pueblo asturiano sabe gustar de la folixia como
ningún otro. Ya de atardecida había que bajar. Y Manín y su niño enfilaron la
pina cuesta camino de casa, el tractorista perdió el control del vehículo que
fue a estrellarse contra un hórreo cerca de casería.
─Salta, nin,
salta por amor de Dios
El padre
pegaba voces pero el niño no saltó. Ambos perecieron aplastados contra el muro.
No le valieron las penitencias, ni las suplicas a la santa. ¿Dónde estaba la
mano divina? Comprenderán mis lectores como tantos y muchos en el concejo la
razón por la cual estemos compungidos. No encuentro palabras para exponer mi
aturdimiento ante tal sinrazón.
─¿Por
qué, Señor, por qué?
No
hay respuesta. Ello forma parte de la clave misteriosa de ese silencio de Dios.
Descansen en paz. Una familia destrozada. ¿Fue el alcohol? ¿Fue eso que llaman
violencia vicaria que tiene a nuestras familias aterradas? Santa Ana y san
Joaquín tengan en el cielo a Manín y a su guaje. Nosotros no sabemos nada.
Únicamente cabe rezar.
No es
que me haya alejado de la iglesia pero circunstancias largas de explicar y la
entronización del papa Prevost (un pontífice como Dios manda) me empujaron a
arrodillarme ante el tribunal de la penitencia.
Otro
aliciente: esta pascua de resurrección y de pentecostés (Pfingstein lo
llaman los germanos) he sentido aletear la paloma del Espíritu Santo a mi
alrededor. Para “descargar el saco” opté por acudir al penitenciario de la
catedral de Segovia, don Crescente, que era de mi curso, contemporáneo y
compañero de seminario. Le recuerdo bien no muy grande de talla pero
fuerte como un quejigo, jugando a la pelota con mucho brío, pegaba unos
manganazos que eran como disparos contra el frontón de la torre Carchena, esto
es: el paredón del cine Cervantes que decíamos la huerta del seminario. Le
pedí cita en la capilla del Cristo que remata la nave del crucero de la última
catedral gótica. Una tarde de mayo me arrodillé ante aquel cajón, que llaman tribunal de la penitencia, para
despachar mi confesión auricular diferida tanto tiempo. No sabía cómo empezar
la declaración de mis culpas pero ¿Qué pecados se pueden cometer a los 81 años?
─Ave
María purísima
─Sin
pecado concebida ¿Qué te trae por aquí, Antoñito?
─Pues
vengo a confesarme contigo Crescentín
─¿Cuánto
hace que no recibes el sacramento?
─Más de
tres lustros
Noto al
penitenciario revolverse alarmado en su asiento detrás de la rejilla. Suspira,
se hace un largo silencio y después dice:
─Tres
lustros son quince años
─Cabales─
digo.
−En
Sevilla y en Linares veinte mulas son diez pares.─ dice el penitenciario─
¿Perdiste la fe, Parrita?
─Quiá.
Sigo los viejos misales y rezo El oficio divino del rito de San Pió V.
─Fue
abolido
─Por eso
mismo y me hice ortodoxo ruso, en Londres fui ordenado diacono por el
metropolita Antonio
─Que
disparate pero Xto lo perdona todo. Además veo que obraste con rectitud de
intención.
─¿Vas a
misa?
─La rezo
en casa
─Esas
misas no te valen. ¿No te acuerdas de lo que nos enseñaba don Demoque, ¿te acuerdas nuestro profesor de Moral? mi
predecesor en el cargo que era un experto canonista. Las leyes no te las puedes
saltar a la torera, están ahí.
─A ver
cuarto mandamiento ¿Honraste padre y madre?
─Les
ayudé en lo que pude. De joven entregaba todo lo que ganaba en casa y de mayor
cuidé de ellos hasta que fueron viejos. Pero ellos me devolvieron mal por bien,
yo era la oveja negra de la familia. Me salí del seminario y eso jamás me lo
perdonó mi madre.
─Bueno,
eso ocurre en las mejores familias. A ver el quinto. ¿Mataste o heriste de
palabra u obra a un semejante?
─Ganas
me dieron de matar a más de uno, padre, pero en lugar de agredir a los que me
agredía o difamaban traté de volver la otra mejilla.
─Bien.
El sexo mandamiento. ¿Cometes actos lujuriosos?
─Que
cosas tienes, Crescente. A estas alturas, ya somos más viejos que san Hilario.
Castos a la fuerza. Me operaron de la próstata y fue como una emasculación
química. Sin embargo, la vista y el oído son los últimos que pecan y a mí me
gusta consultar las páginas porno de internet
─Ay,
Dios pero ¿qué cosas dices pues? Eres un hombre casado.
─Sí pero
mi parienta anda a lo suyo, se cansó de mí y yo me alivio de mis cuernos
entrando en esos chats infames donde toda suciedad encuentra un hueco. En el masturbatorio
cibernético veo cómo se satisfacen las
mujeres de medio mundo, se meten el dedito, vuelven la vista y eyaculan espuma
por la vagina. A mí no es que me solace esto. Es que siento horror y asco ¡cómo
está el mundo facundo¡ Ya se cumplen las profecías de Sodoma y Gomorra al
alcance de un clic. Las peores, las más hernecidas, duchas en la felación, el
sexo anal son las rusas, el beso negro etc. Estoy por decirte que casi me
enamoro de una. Una siberiana guapísima. Aparece en su portal, luego cierra la
ventanilla cuando es requerida de amores por alguno de sus lujuriosos
solicitantes para un privado. Regresa al cabo de un cuarto de hora todo
despeluzada y dando la impresión de que el cliente de turno la ha dado una
paliza luciendo moratones en nalgas y pechos.
─Uy por
Dios y ¡esa porquería miras¡
─Se
llama Olga y yo trataba de convertirla hablándole de las penas del infierno. Me
escuchaba una vez que parlamenté con Olga la Larga con atención y luciendo una
cara virginal con aire de no haber roto nunca un plato. Le hablé de que la
prostitución es no solo peligrosa para la salud del alma sino del cuerpo
también. Oídos de mercader. Las que caen en ese abismo no pueden ser redimidas.
Les puede el vicio. Son adictas al sexo. Le hablo como diacono de la iglesia
rusa pero por toda respuesta me mostró un gran cipote de plástico y dijo una
blasfemia: “este es mi Dios”. Fue vendida por un macarra judío de Polonia y
acabó en Estambul en un lupanar pero consiguió regresar a San Petersburgo donde
se gana la vida haciendo la carrera. Sexo cibernético.
─Esta
Estrella, Crescente, ilumina los cielos tenebrosos del terror del milenario.
─Pero
hombre, querido colega, ¿cómo te metes en esos tinglados pecadores?
─Es mi
forma de evangelizar. Yo soy también sacerdote. Porque tengo órdenes sagradas
bizantinas y porque soy periodista y me gustaría anunciar a la juventud de los
peligros de estas corrupciones, de estas perdidas, que se ganan la vida
mostrando el clítoris.
─Eres
presbítero sí pero cismático. Tus misas y sacramentos no valen.
─Porque
lo digas tú.
─Son
pobres mujercillas acabarán en la cárcel, el hospital o la calle
─Sí
ciertamente. Vosotros los que os quedasteis en el seminario ─le digo a mi
antiguo colega─ no sabéis la fuerza que tiene el diablo y yo donde me ves soy
un luchador contra la bestia. El argentino que acaba de morir trabajaba para la
sinagoga, los malos de esta película.
─¿Cómo
te atreves?
Mi
confesor frunce el ceño, percibo su enojo, espero una de aquellas guantadas de
cuando jugaba al frontón; tarda de reaccionar unos minutos para concluir:
─Roma
locuta, causa finita. No te puedo dar la absolución
─¿Por
qué?
─Pravedad
de materia. Es decir que el pecado es demasiado gordo. Has de recurrir a otras
instancias, al Papa, por ejemplo. Renegaste de tu fe.
─Jamás.
Sólo cambié de rito; el latino por el griego.
─Pero
los cánones son los cánones, Parrita. No te cabrees
─Sí me
cabreo y me indigno pero para ti la perra gorda que para eso eres el
penitenciario de esta diócesis.
El viejo
penitenciario Crescente al que yo tanto apreciaba cuando éramos latinos y
jugábamos al fútbol en Baterías, aquel viejo campo de tierra lleno de
guijarros, me despide con cajas destempladas y yo estoy a punto de mandarle a
tomar por culo pero aprieto las cuentas de mi rosario y me voy que bufo. Dios
los perdone a él, a la puta rusa, y a
una iglesia que no ha sabido estar a la altura en su lucha contra el diablo.
Esperemos que el papa León XIV retorne a la iglesia de Roma por donde solía.
Amen. Mi exomologesis acabó como el rosario de la aurora. ¡Mira que negarme la
absolución cual si fuese yo un hereje; así pagas nuestra amistad, Crescente, de
cuando íbamos juntos en la terna a pegarle patadas al balón en el campo de
Baterías! Pues metete tu absolución por los cojones. Ego te absolvo a
peccatis tuis... Pienso para mi consolación que ciertos sacramentos no son
dogmas ni imprimen carácter; son meros símbolos convencionales y que sólo
Cristo puede perdonar los pecados. No un cura inepto, mal encarado, y
gilipollas.
Me dio de alta la doctora Zapata
pues gracias a sus desvelos y a la posología que me recetó “Furosemida” y
otras drogas que le hacían la guerra a las células dañadas de mi próstata fui
recuperándome, pero Venivolans el clemente pájaro de la sabiduría seguía
empollando huevos en su nido de lo alto del zumaque del jardín abandonado de
Puerta de Hierro pero no faltaba a las citas en mi casa cuando regresé al hogar
muy contento por haber superado mi mal y dando gracias al Altísimo.
Cada mañana como su sentido de la
orientación era magnifico y no necesitaba tontón para volar sobre cualquier
punto del mapamundi allí estaba picoteando en el alfeizar y llamándome por mi
nombre. Transgredía las leyes de la gravedad, del espacio y del tiempo. Las
urracas son unos córvidos que viven muchos años. Venivolans, lo supe después,
había cumplido ya las mil primaveras. Había salido del cascarón en plena
edad media, en la época de las Cruzadas. Por eso sabía tanto, estaba ágil y
sólo un redondel blanco cerca de la cresta indicaba que no era un recental y
había jurado bandera mucho tiempo atrás. Los cuervos encanecen igual que los
humanos. Un mañana, pasado más de un lustro de lo de la operación, llegó al
alfeizar de mi ventana jadeando:
─Vamos venga, Verumtamen
─¿Qué pasa, Venivolans?
─Hoy volamos a Rusia. Quiero mostrarte
San Petersburgo y te vas a llevar una grata sorpresa.
Las alas del cuervo amigo eran una
alfombra mágica y nos presentamos en la bella ciudad de Pedro el Grande en un
periquete. Rusia había ganado la guerra a los europeos, Vladimir Putin, ya anciano,
seguía controlando los designios del gran país y antes de aterrizar comprobamos
con satisfacción cómo una escuadrilla de Mig-21 nos daba escolta hasta que
aterrizamos en el patio del monasterio femenino de Novodievichi.
Enseguida nos presentamos en la iglesia.
Agolpados en las naves del templo una multitud de creyentes escuchaba el canto
melodioso de las letanías (Ektenia).
La melopea era tan dulce y carismática que nos pareció encontrarnos en el
paraíso:
─¿Qué es esto, Venivolans? ─ pregunté a
media voz.
─Tu
amiga Olga la Larga profesa
los votos solemnes. Ya no es Olga la Larga. De ahora y de aquí a la eternidad
se llamaría Sor Estrella de María Magdalena.
Miré para la profesa. Estaba más hermosa
que nunca. Era un bellezón. Vestía un traje blanco de novia y coronaba el velo
de gasa una guirnalda de flores frescas. Me sonrió. Parecía reconocerme y su
mirada me transmitía un mensaje de paz y de agradecimiento. Ahora ya no soy de
ningún hombre, soy una nueva esposa de Cristo. Porque este viejo diácono había
pedido a la Virgen por la intercesión de María Magdalena que abandonase
los chats inmundos donde los menoreros de todo el mundo estampan su salacidad
lujuriosa. Olga la Larga se dio cuenta de que no era una mercancía. Tampoco una
cualquiera. Que tenía un alma, un alma rusa. Hizo penitencia y un buen día
despidió al macarro polaco que la explotaba y llamó a las puertas del
monasterio de Novodievichi donde profesaban las muchachas nobles de
Petersburgo. La atmosfera de aquel lugar transpiraba el perfume de la
antigua realeza.
Venivolans a todo esto me hizo una
confesión:
─Olga no era una cortesana como las
demás. En medio del albañal y de ese revolcadero de los prostíbulos mediáticos
conservó un aire de dignidad y de distinción de verdadera zarina, que tú
supiste distinguir y es que ¿sabes? Era una descendiente de los Romanov.
Un miembro de la estirpe de los zares. Nicolás II el monarca asesinado en
Zverlok era su tatarabuelo.
─Andá
─Fuiste el primero en darte cuenta
porque fuiste un periodista muy intuitivo, acaso con dones de penetración
mágica. ¿Eres vidente?
─No sé pero algo muy misterioso noté en
aquella mujer
─A continuación, el vidente dio paso al
diácono que se sumió en oración noches enteras y sufriste mucho cuando el chulo
la golpeó y apareció en pantalla Olga con moratones en los ojos.
─Hermosa historia. ¡Qué grande es Dios?
Que siempre abre los abrazos y acoge al pecador
Casi nos mareamos con el olor del
incienso que ascendía clemente hasta los cielos. Los apóstoles pintados en el
tablero del iconostasio parecían sonreírnos. Asistimos a esa pulsión angelical,
a esa belleza de la filocalía del rito ortodoxo.
Durante dos horas estuvimos cerca del
cielo y al cabo regresamos a Madrid sin detenernos en visitar el Ermitage ni la
catedral de san Isaac, la mayor de la cristiandad o pasear por la Perspectiva
Nevski que conservaba las huellas de las pisadas de Dostoievski y otros autores
de la gran literatura rusa. Esa tarea la dejamos para otra ocasión.
─Santa María Magdalena, ruega por nos
Viene el apocalipsis y
yo con estos pelos, embarrancado en mi Quietorium la novela que empecé
para una narrativa del cáncer de próstata. Dos años van a cumplirse el día de
San Pedro que me operé y estoy como una rosa. Meo a caño roto como un padre de
la iglesia sin zambullo y no hay micciones
nocturnas; sólo dulces sueños eróticos de la virilidad que perdí. No
tengo añoranzas. Me visita cada mañana el ángel del Ayuno que me dice adelgaza
y he dejado de hacer el tonto por las tabernas. El mundo vive un Pentecostés,
en lugar de un Apocalipsis. De los viejos y los eunucos es el reino de los
cielos. No hacen mal a nadie. Dios es uno y trino pero Alá akber. Es
grande. Irán derrotará a la bestia. Oigo gruñir y berrear al Ojiporcuno el gran
matarife que apacienta los puercos y él es uno de la piara. Su compadre el
Orejudo que se proclama a sí mismo el elegido ha perecido achicharrado en su
bunker y a mí no me duelen prendas. Tengo entre manos una novela pero será
imposible que pueda ser difundida; los canales de comunicación están ocluidos.
Hoy es un día triunfal. Amanece en libertad sin presiones ni coacciones. El
destino viene a ser nuestro para los que vivíamos humillados y ofendidos por la
estirpe canalla. A lo largo de estos años tú, Venivolans, te comportaste
como un monje interlocutor de los ángeles. Hablabas con el querubín y el
serafín. Por eso estabas siendo perseguido. Mira, está loco, decían tus
enemigos y tú, meteco en tu propia patria, ibas desfilando por las calles de
Madrid vagabundeando con las estrellas. El arcángel Miguel te sacaba de las
zarpas del león mientras Apolo y la ninfa Diomeda se hacían el amor causando un
gran alboroto entre las olas de la resaca. Afrodita nació de la espuma en un
achuchón de esos polvos triunfales de los dioses del Olimpo y acaba de llegar
Zvezda la ninfomaníaca rusa quejándose de que ya no hay hombres capaces de
satisfacerla. Quiere fornicar en la Red. ¡Qué fuerte¡ esta es la jurisdicción
de los farsantes pero ¿habrá o no habrá guerra nuclear? Dejemos que gruña el
gorrino en su cohorte y que lance postas como bostas, que son enormes
perdigones, como misiles por el culo diciendo en inglés como Tarzán o Mohamed
Alí:
-I am the
greatest. America first.
Dios nos libre de los
rubicundos como Judas quienes para asesinar y exterminar pueblos se basan en la
Biblia. Son unos genocidas. El jingoísmo americano es una suerte de fascismo,
un movimiento nazi fraguado por judíos, como tantas y tantas cosas.
Erifos se presenta,
letal, con su cara desgreñada, dando tumbos y parlando en alemán con las
farolas. Es el diablo en la botella, cuerpo de cristal ahumado y cabeza de
corcho ¿Vencí a la dipsomanía secuela, madre, que tú me dejaste con tu desamor?
Yo te perdono. Fui hijo en rebeldía desde la primera leche que mamé. El carro
de mi existencia hizo molino pero Cristo me salvó. Las hice muy gordas y de mis
yerros nadie tenía la culpa, ni siquiera los norteamericanos a los que
consideraba funestos.
Estuve toda la mañana
reflexivo en el lecho del dolor que no era en verdad el lecho de Procusto,
gracias a los desvelos de los facultativos y enfermeras (y al Paracetamol) que me atendían aunque el colchón lo sentía
un poco húmedo. Mis antecesores en aquella cama se habían meado sin remisión y
sin dodotis. ¡Pobre humanidad¡ poca cosa somos, sobre todo cuando viene la
enfermedad. No pasé mala noche del todo. Recordaba nombres, veía paisajes,
escuchaba las conversaciones de gente que había muerto, desfilaban en mi
memoria los pasajes de mi vida más variopintos, algunos felices, sobre todo
aquellas noches de amor con la Suzi, y otros cruentos, mi vida vacía, las
tardes de borrachera en el Café Gijón donde hice el ridículo, el amargo y
peligroso sabor del vino, los reconcomios de mi exilio interior, mis desajustes
al zeitgeist o espíritu de los tiempos. Me agarraba a mis crucifijos y a
mis rosarios como a un clavo ardiendo, yo no era más que un náufrago de la
existencia que clamaba con los apóstoles, cuando se hundía mi barca:
"Señor, sálvanos que perecemos" y he aquí que de repente vemos por el
horizonte una sombra blanca y no era un barco, era Cristo que caminaba sobre
las aguas. Ingrávido, sonriente, desafiando las leyes de la gravedad, un
milagro. Hombres de poca fe. Si creéis, podréis domar serpientes, expulsar
diablos, resucitar a los muertos. El dolor moral, el arrepentimiento
sobrepujaba al físico. No se escuchaba ruido alguno.
La muerte viene de un
modo silencioso que ni te enteras y yo me decía para mis adentros "bueno
tienes ochenta y un año, Verumtamen, puede que ya vaya siendo hora. El Señor te
otorgó la gracia de una larga vida”. Pero yo quiero un poco más. El día de San
Pedro del 29 de junio del año 23 fui operado en Puerta de Hierro de un cáncer
con metástasis ósea. A partir de la operación empecé a recuperar la salud (los
facultativos estaban admirados de mi analepsia casi milagrosa) porque antes
había estado muy malito. Me sondaron y estuve algunos meses con un zambullo
pegado a la pierna donde se recogían mis micciones a través de un canuto que salía
por la uretra. Cuando me sondaba una enfermera que no fuese Inma, veía las
estrellas pues Inma la enfermera extremeña tenía unas manos santas y tan
tiernas que con una habilidad maestra
insertaba la canilla en mi vejiga. Las manos de Inma la pacense eran
suaves como los dedos de la guadalupana
y penetraban a través de la cánula con la suavidad del vino de Pitarra.
El hombre y la mujer son sólo aguas residuales o el imbornal de una gran
cloaca. Un túmulo de mierda pero me puse en cura gracias a la ciencia y la
pericia y las manos taumatúrgicas de Inma y la oncóloga Zapata. Las paredes
insonorizadas evitaban que llegasen las imprecaciones y ayes de los dolientes,
aunque de tarde en tarde se percibía el ruido de una camilla del enfermo al que
llevaban a la morgue. Las enfermeras discurrían con paso silencioso y hacían la
ronda por las salas sin ser apercibidas como soldados de imaginaria en una
lucha imperceptible contra Tanatos a fuerza de pastillas y de dulces miradas de
compasión. ¡Tú que te crees, Venivolans, que no existe el bien¡ pues sí que
existe, es más fuerte que el mal. ¿Me escuchas Venivolans, te vamos a rebajar
los humos, limpiar tu alma, largo nos lo fiais, y hacer de ti un hombre nuevo?
El Espíritu vuela sobre tu cabeza. Lo que pasa es que no se le ve.
Entró en el cuarto
Maricarmen la enfermera de mi sección con un vaso de agua y una tableta de
Nolotil. Esto te sentará bien. Que descanses. Gracias, hija. ¿Duele? Un poco.
Ahora te traeremos otro analgésico. Si necesitas, algo toca el timbre que
tienes encima de la cama. Por las mañanas yo observaba el furor y la solercia
con que una picaza en el jardín central del sanatorio construía su habitáculo.
Era un nido grande casi como el de una cigüeña sobre el árbol cuyas ramas
tocaban casi el ventanal. El fármaco me
sumió en una letárgica duermevela
y tuve sueños fantásticos mientras un diácono entonaba responsos y a los
fallecidos en la peste del 17 los llevaban a enterrar en angarillas subiendo la
cuesta del viacrucis que acercaba a los fieles difuntos a la iglesia de san
Gregorio, donde estaba la necrópolis. Allí estaba el Quietorium del somo, la
última morada de miles y miles de campesinos de aquel pueblo de Segovia. Un
somo y un soto y una historia inescrutable y difícil de desentrañar. Por otro
nombre el huerto de los callados y por otro el corral de los huesos. Muchos
entierros vieron mis ojos, cuando era monaguillo, meneaba el incensario o
sostenía el cirial y la cruz. Nunc dimittis, vita mutatur non tollitur.
Puedes llevarme, Señor, estoy listo. La vida se muda, no se destruye como la
energía. ¿Serían verdad aquellos salmos en latín que cantábamos en el prefacio
de la misa de difuntos? Abajo en el soto cantaban las aguas del raudal. Se
veían los bardales de las puertas carreteras, los rebaños de la mesta que
pasaban por la solana y algún vejete sentado en su silla al lado del cocedero
con un enjambre de moscas pululando alrededor de la bragueta, seguro que era un
enfermo de diabetes, tomando el sol de la dulce España en sus últimos días. No
faltaron pesadillas. Vi escenas de mi vida pasada como un tráiler. La película
tenía algunos lances gloriosos y otros desastrosos. Se disparaban los
recuerdos. Era como si toda una turba de demonios fiscalizase mi existencia.
Arriba estaba el poderoso Miguel pesando mi alma en su balanza. Las buenas
obras en un platillo de la balanza. Al otro, las malas. Esa balanza de san
Miguel que los canonistas llaman la romana ─statera─ ¿qué dictamen
emitiría sobre mi vida pasada? ¿Me iba a morir? Según reza el himno de infantería,
la muerte no es el final, pero, así dichas tales cosas, cuando uno está a punto
de embarcar en la lancha de Aqueronte, la frase suena a retórica. Nada real.
Pero me sentí un pobre diablo, muy poquita cosa, impotente para luchar contra
los hados. Lloraba constantemente y mis lágrimas mojaban el embozo de las
sabanas. Lo que ocurriría al otro lado de la muerte no era de mi incumbencia.
Caía fuera del alcance de los pobres mortales. De pronto escuchaba voces,
gritos en cinta magnetofónica. Les pasa a todos los que van a morir, se
arremolinan los recuerdos, las vivencias, los arrepentimientos. Se me vino
encima la pella de mis errores. Ojalá no hubiera hecho tal cosa. Me pesa haber
dicho lo otro. Yo pensaba en Otilia a la que tanto ofendí. Fue el error y el
amor de mi vida. La dejé a las puertas de la iglesia cuando en sus entrañas
portaba un hijo mío. El dolor que yo sentí por aquella prevaricación era mucho
menos llevadero que cuando la oncóloga me estampó su diagnosis.
─Tienes cáncer
─¿De qué?
─Próstata.
─Ah
─Pero con el
tratamiento podrás sobrevivir.
Estaba en la
colina de Primrose Hill; la dulce Diana
Percival me sonreía. Me coloqué el recinium de los sacerdotes de Júpiter junio es el mes más hermoso en Londres y empecé
a oficiar la liturgia incansable del amor en una noche corta cuando amanece
pronto y llega sin sentir la aurora. Reviresco. Di de lado a todos mis traumas,
trillé mi parva y amontoné. Todos sus besos en mi boca pero todo acabó en aquel
dolor terrible en Bath del que estoy arrepentido. Creo que Diana Percival vive
en Australia.
Quietorium.
Arrepentimiento. Me vengó de lo que acababa de pasar y he de transcribirlo con
pesar pues toda vivencia mía experimentada la traslado al papel puesto que vivo
entre chacales y la cuartilla blanca de cada mañana es mi refugio y mi solaz.
Toda novela es como una misa cantada con introito canon, eucaristía y bendición
final. Satanás aléjate de nos. En aquellos días, necio de mí y de mi alocada
juventud, no sabía distinguir entre sustancia y accidente y por eso diré con el
ritual romano al colocarse el manipulo en la mano izquierda "merear,
Domine, portare manipulum fletus et doloris▬ merezca, Señor, portar el
manipulo del dolor y del llanto ▬ y más tarde al colgar la estola:
Redde, domine stolam
inmortalitatis quam perdidi
Yo aspiraba a la
utopía y acabé entre las aspas del molino de viento que aventó a don Quijote
por los aires silbando por lo bajo la última balada del ahorcado "The
windmills of my mind".
Pues a cada fraile su
escapulario. Sopla el viento de la historia y cambian de dirección las veletas
de la torre y la gente se pregunta adónde vamos a parar:
─¿Cuál es tu escala de
valores, Venivolans?
─Yo que sé.
Pregúntaselo a Verumtamen. Él es un experto en ciencias ocultas y artes
mágicas.
─Que va. Es sólo un
gilipollas. Un regatón de libros, un librero de lance que va a la feria de
Arévalo todos los martes, donde tiende un puestecillo y trata de vender libros
a los que no saben leer y se vanaglorian de no haber abierto un libro en su
vida. Es un refugiado, un exilado interior, una víctima del sistema.
─Pero se ríe de todos.
Es un judío converso de Segovia.
─¿No es católico?
─En teoría. Sólo con
la boca pequeña de puertas afuera. No cree en los curas, ni come jalufo.
─Odia el jamón. Le dan
asco los cerdos. Los que gruñen en la cohorte y los que gruñen por televisión.
Fue, sin embargo, bautizado en la iglesia de San Millán por ablución.
─Si no es cristiano
viejo, ¿cómo es que odia tanto al sionismo?
─Va contra el signo de
los tiempos pero morirá en la religión de sus padres, volviendo al expirar la
cara a la pared pues al igual que todos los de su raza posee un nosequé. Es el
espíritu de la contradicción. A veces sublime en las alturas angélicas y a
veces hozando en el barro dentro del henil de los cerdos. Eso sí; es un mastín
de la noticia y creo que tiene dotes proféticas. Anda con pies escaros por
aquello de que quien no recoge desparrama. Es generoso y sensible. Muy
vulnerable pero no del todo mala persona.
Ancho era mi corazón
pensando en tales cosas. En un hospital las horas pasan lentas. Se escucha una
voz interior misteriosa que es el grito del arrepentimiento. Mis ideas no
cabían en el mundo. Tengo cáncer... tengo cáncer. Voy a morir. Aguarda un poco.
Viví entre las garras del alcohol, los celos, los cuernos, los palos, la mala
hostia española. Entre mentiras, sueños inalcanzables, soflamas y traiciones.
Esto fue una carrera de ratas. Tuve un amor ausente. Me casé por desesperación
con una mujer que no amaba tras una noche de borrachera. Me acababan de soltar
de la comisaría. Yo venía desde Londres a casarme con Sotrondia que me dejó a
la puerta de la iglesia. La lié parda en una cafetería de postín. Un secreta me
apuntó con la pistola. Recuerdo aquella noche de horrores, aquel calabozo con
la puerta verde. Los gritos, amenazas, careos, voces destempladas. Creo que la
Virgen de Covadonga me salvó por medio del comisario Llorente. Teodoro Llorente
había sido un compañero de seminario. Una tarde de verano fuimos en bicicleta
desde Segovia hasta Mozoncillo, el pueblo de Andrés Laguna, en bicicleta,
merendamos té con pastas en ca su abuela. Te entiendo, Venivolans. Esa señorita
de Sotrondio te dejó a la puerta de la iglesia ¡qué bochorno¡ pero recuerda que
tú hiciste lo mismo con la Suzi y Dios castiga sin piedra ni palo. Asúmelo. Se
hizo justicia. Un curita de la nueva ola se metió de por medio.
Sin embargo a la pobre
Sotrondia la he de pedir perdón. Supe que falleció de cáncer. Fue por mi culpa.
Llevaba razón la Suzi cuando dijo:
─You have hurt
many people.
Hice daño a mucha
gente. En efecto. Estoy arrepentido. Ayer fui al cementerio y coloqué un ramo
de guirnaldas en tu tumba, hice la consuetudinaria ofrenda de las Protelias a
Diana y me acordé de Otilia mi único amor a la que tú despreciabas. El
quietorium o columbario donde se guardan las cenizas de papá, del abuelo, del
tío Perico y del pobre Agustín estaba dentro de las helgaduras y de los huecos
de paloma del columbario y aquello me recordó a las catacumbas de los primeros
cristianos, polvo en espera de la resurrección, polvo pecador y enamorado, el
eco de las risas, de los cantos y de los llantos de los que se fueron. Di
voces:
— ¿Alguien ahí?
El silencio de los
sepulcros yo escuchaba. No se movía ni el aire impertérrito. Nadie parecía
contar con una respuesta ante el misterio de la existencia. ¿Para qué nacemos?
¿Por qué estamos aquí? ¿Cómo es que la vida se acaba tan presto? Mis células
andaban un poco alborotadas. Tras ser diagnosticado con cáncer de próstata
estuve seis meses sondado sin salir de casa, meando a través de un canuto
conectado a un zambullo pegado a la pierna. La anuria es una de las enfermedades
más penosas pero luego de ser operado en la mañana del 30 de junio de 2023 repelé. Y ahora, recuperadas mis capacidades
mingitorias, meo largo y tendido como una Padre de la Iglesia.
El tío Pedro tocaba la
marcha real, me pareció ver sus dedos gafos pulsar el teclado del armonio como
cuando al final de las misas de tres curas interpretaba la marcha Real desde el
coro y el abuelo Benjamín afilaba las hoces antes de la siega, percibí el
bamboleo de los carros cargados de haces, cuyos cubos cantaban, dejando una
rodera, al subir la cuesta de las Siete Revueltas y, sentado en el trillo,
cantaba el prefacio, entonando en fa bardón las jocosas diferencias vernáculas
de cada uno de los pueblos de la Villa y Tierra: Castro los chivos
Torreadrada las Cabras, Membibre para molinos, Aldeasoña no vale nada,
Sacramenia para albarcas, Fuentesoto cagaberros que se crían en Peñacolgada
donde se caga y se mea la zorra cuando a ella la viene en gana. Cada pueblo
un mote diferenciador poseía, siendo esto motivo de rivalidades y peleas en las
fiestas patronales. La melopea infinita sonaba a lo largo de la tarde dorada
bajo el sombrero del Elpidio que era de paja. Canto gregoriano a la manera
aldeana. ¿Quién anda ahí? Ninguna respuesta daban. Era mi imaginación que percibía
los sonidos, los olores y mis ojos contemplaban el cielo radiante del páramo.
Pero yo estoy recapitulando sobre mi
vida pasada y sólo encuentro desdichas, fracasos, esquelas mortuorias, actos
fallidos, días de autos, comparecencias ante la justicia, engaños,
mendacidades. Mi historia es una larga novela picaresca. Quise escuchar la
música del Celestial Zar Consolador. Tírate del terraplén, no te harás daño.
Recomendaciones suicidas del diaño. Una voz que me empuja a lanzarme desde lo
alto del acueducto romano. Treinta metros. No lo hagas, se me apareció una
mujer del velo transparente de las diosas. Con el pañuelo de Orenburg. Gracias
a ella no me tiré al Támesis. Era un hermoso día de primavera. Venía el
deshielo. Soplaba viento del sur y yo caminaba con Masha del brazo por un
bosque de la Vasilievske Ostrov desde donde se veían las torres de Petersburgo.
Ay Dios mío, siempre volviendo a los rusos por obra y gracia de mis copiosas
lecturas. Rusia es el molde de un enigma. Durante muchos años yo caí en la
lazada de la fascinación rusa, pegado a mi radio de onda corta, escuchando las emisiones de Radio Moscú con
un aparato que compré en Nueva York cuando era corresponsal de Pyresa. Escribí
un libro el año 1993 que quedó inédito: "Rusia el molde de un enigma".
Soplaba una brisa que
arrancaba las hojas del espino milenario y la torre románica con sus dos ojos
grandes que miraban para el pueblo de forma enigmática advirtiéndole de los
Novísimos. Caronte aguarda, la torre de la antigua iglesia de San Gregorio miraba
para la aldea las cavidades vacías del campanario, y fijándose bien ofrecían el
perfil de una guadaña. El quietorium siempre en calma. Allí sepultaron a un
quincurión romano que desvió ruta cuando su falange se dirigió a Uxama. Cinco
de sus vélites vinieron a recogerlo y querían reportarlo en andas hasta la
cohorte, pero el centurión dijo: “enterradlo en Foncalada y que la tierra le
sea leve”. Luego quemaron incienso a los dioses. Aquellos páramos guardaron
para siempre el perfil augusto de Roma. Los militares de Augusto fundaron en
aquel monte sagrado un ara a Júpiter. El vino de la tierra fue la causa de
aquel desvío. Paró en una bodega
(caupona) de Sacramenia de las que abren sus fauces en el cerro
internándose en la montaña y honró a Baco con profusas libaciones y subió hasta
Foncalada dando tumbos. Al legionario romano los campos se volvieron del revés,
la tierra arriba y las estrechas calles a sus pies, pues de la tajada que
agarró perdió el camino y se perdió él. Caldos exquisitos de la tierra, vinos
traidores. La cencellada de la noche castellana heló sus huesos y sucumbió
arrecido antes de alcanzar los castros de aquella tierra alta. Mucho me
impresionaron a mí desde niño aquellas cavidades de ojos vacíos de un
campanario sin campanas que se llevaron los soldados de Murat cuando la
francesada; me hablaban del destino misterioso que a todos aguarda y no cesaba
de darme golpes de pecho en un acto de contrición. Mucho me pesa, Señor, de
haberte ofendido. Por las tapias del cementerio se alzaban las cabezas de gente
que yo conocí, sombras distantes, la puerta cerrada del recinto y el hastial
solemne de sillares como nuevo y tenían más de diez siglos. Habían exhumado los
restos de mi hermana Henar fallecida en 1941.
Parte del antiguo
templo había sido derruido. Uno de los lienzos de pared mostraba las adarajas o
quixaras devastados por la destrucción. Aquella era una tierra de frontera y el
antiguo templo sucumbió a cierta razzia de primavera del moro Almanzor que pasó
por allá tocando el tambor. Traté de explicar esto a mis paisanos rabaneros por
las fiestas de san Pedro cuando di una conferencia pero me cortaron in medias
res. Dijeron que el parlamento era muy largo. Nadie es profeta en su
tierra. Bajé besando las cruces del
calvario a un pueblo en quietud que me resultaba extraño, retomando los pasos
perdidos de la infancia. Escuchaba los carros cargados de hacinas, los cantos
de la gente que iba a la siega, el son de las esquilas de los asnos castrones y
el gruñir de los marranos en el henil. Corté el cordón umbilical del cariño,
pero sigo unido a tu amor como el arado a la esteva, aun estando desencajadas
las belortas y la reja sin filo. Soy yo, parlando desde una época que pasó,
hombre de ayer que no encuentra resquicio. En verdad, no maldigo a los dioses,
feliz de haber llegado a viejo cuando mi infancia parece que fue ayer. Un hado
perverso al ostracismo me condenó y todos se ríen de mí. Ya lo hicieron con
Job. Propalo quimeras, redacto fantasías, porque he visto dar vueltas a la
cabeza furibunda de la medusa quimérica con melena de león, el cuerpo de cabra
y la cola de dragón, vagina de mujer y bálano viril; las ubres las arrastra por
detrás y por delante, pegan bandazos a diestra y siniestra como el destino
cruel. Y proclama al igual que el pregonero de la gran manifestación del ocho
de marzo la emasculación liberadora a petición de los Huecos Grandes. En la
fiesta de las vaginas las Euménides nos cantan las marzas. Las gomias
marimachos van seguidas de la peste en la gran cabalgata de la Reina Ester.
Tiempo de voraces tarascas aniquiladoras. Una reina putona que le cortó a Haman
la cabeza después de hacerle el amor quiere enmendarle la plana a la doncella
de Nazaret. Desfilan gritando consignas y escupiendo gargajos contra la
religión estas busconas atalajadas con arreos y carteras de ministras,
empoderadas se llaman a sí mismas. No pueden, pese a las apariencias, esconder
el pelo de la dehesa; se educaron con las ursulinas, se ríen de la maternidad
con un no es no y un sí es sí, y con mi cuerpo yo hago lo que me da la gana.
Son los postulados de una sexualidad insaciable e irascible sin control. Carmen
Fernández del Toro la gran bollera encabeza la gran manifestación. Entran en
las iglesias y descabezan las imágenes de la Virgen María. Los buharros bailan
mientras tanto en la plaza del Carmen su rigodón con banderas arco iris
desplegadas al viento. Yo no iré nunca a esa demostración. Lo mío es la fábula,
el placer y el arte de las tres verdades que se fraguan en mi imaginación y en
mi ilusión inventora. Hijos sí, padres no. Pero esto es un trágala, chiquitos. Nos adentramos en el reino de las quimeras
del que nadie vuelve con el cuerpo sano. El alazán apocalíptico trota al paso
entre gritos y consignas y reportajes in situ de las reporteras de la Telebasta.
Allá van las féminas de la exaltación arrastrando sus pies enfermos de
quiropedia y sus labios malos que piden la lanceta del cirujano que les haga
una quiloplastia. Mujeres de silicato saltan a la red, opíparos bustos
hinchados artificialmente. Acampa en el prado el sindicato de las peores
furcias. Es la hora de los coños grandes despiadados. Es cosa de arreglar todos
esos morros caídos a causa del desenfreno, les gusta demasiado chuparla. Hijos
sí maridos no. Vivan los vientres de alquiler. Las cotorras se suben a los
árboles empuñando el micrófono con punta de alcachofa y largan sermones
preñados de visceral oratoria anti viril. Es el tiempo de Acuario. Vengan los
marimachos, mujeres al poder. Estoy triste con este desvarío, pero me consuelo cantando
el evangelio mirando para Aquilón, el quiasmo de la cruz de Constantino se
perfila sobre el horizonte. Ellas no vencerán pues su grito es contra la vida.
La espada de Miguel acabará con el libertinaje, aunque han conseguido ponernos
a todos el bozal. ¿Madre por qué callas, por qué no te enfrentas a ellas y
levantas el pendón de la verdad? Ahí tenemos al preste Zabulón haciendo misa en
las campas de Iraq. Su antecesor fue el responsable de la muerte de Hussein y
de la gran efusión de sangre porque lo mandaba el Gran Sanedrín y en el
Vaticano os callabais por la cuenta que os tiene. ¿Y el holocausto de Siria y
las aguas del Éufrates y del Tigris que bajan raudas de sangre de las muchas
víctimas de estas guerras? Madre no calles más. Los enemigos de la iglesia se
esconden bajo el halda de tu sotana blanca. Deja de sonreír con tu cara asnal,
Culo Magno, y de mover tu inmenso pompis que emite cuescos con olor a mate.
Dice que el catolicismo no es la religión verdadera pues ahora sí que estamos
buenos. Uno se desunce tan fácilmente de los genes. Hoy dije mi misa como de
costumbre y quedé en paz conmigo y con el mundo dispuesto a trovar aun con
cierto rezago las vivencias del pasado a título de inventario, nada más, sin
ánimo de lucrarme ni prurito artístico pues soy un escritor fracasado. Todo se
fue por la posta. En el entierro de la sardina di a la tierra lo que es suyo:
mis sueños redentores. Sigo siendo cura. Mis manos fueron ungidas por el
obispo. Me separé de la iglesia con el Vaticano II. La Virgen me apartó de esa
patulea de clérigos fornicarios vagabundos y borrachos. Tuve un amor o muchos
amores, fui leal y nunca cometí adulterio con la sacristana ni con la mujer de
cualquier feligrés incauto, esos curas que miran con ojos de fauno y ponen en
la cabeza el mirmillón como un saliente Príapo protuberante en el casco. Con
eso y todo, la clemente Venus madre de todos los hombres me devolvió a ese
epicentro mágico (okolos), cordón umbilical, manantial de vida. Venimos
de ese flujo que se derrama en esas eyecciones guarras que las meretrices en
pantalla tienen a gala mostrar coram populo. Hijos somos de un excremento
líquido y nos cagamos cuando exhalamos el último suspiro. Orgullosas están las
exhibicionistas de que les vino el latigazo consolador de pilas en ristre
volviendo los ojos de placer para poner los dientes largos de los mirones que
pagan un euro por contemplar el lastimoso espectáculo de estos estertores
venéreos. ¿Y qué dicen las feminoides? Nada. Estamos en la era de Acuario. ¿Existen los dioses del Olimpo? ¿Serán las
religiones una excrecencia de la mitología pagana? No sé, pero a mí me gusta
rezar la misa según el canon gregoriano. Mi alma se llena de una tranquilidad
venida de lo alto cuando me dispongo a consagrar.
Luego reconózcame
pecador. Para distraerme pulso los portales porno de la red y miro para las
hembras y ¡qué hembras, Señor! Venus nació de la espuma y el primer hombre fue
extraído del barro. Los cóhenes y
macarras de este gran puterío cibernético hacen caja y no dan abasto; cada vez
hay más mujeres en el mundo empeñadas en no esconder sus galas naturales, lo
que les dio Natura, unas por prurito, otras por coqueteo, otras por necesidad,
otras por vicio, como las viudas milf, que el porno es la gran oferta. Recordemos que este es el
tiempo de Acuario, una constelación húmeda que otorga el mando a las hijas de
Eva. El hombre se siente desterrado e impotente. Sexo y más sexo y exhibiciones
procaces donde toda lujuria tiene cabida. Aúllan algunas como lobas. Otras, más
precavidas, gimen imitando a las gatas en el celo de enero. Aguardando el
vestigial o denario con que Roma pagaba a sus putas. Hoy es fácil irse de picos
pardos. Basta con un clic, abrimos internet, y ala allá están las señoras
meretrices muy emperejiladas. Pienso,
madre, que tú no me pariste en el dolor, pero no en el alfaque de los bajíos de
la secreción vaginal. Yo soy un tío que mamé buena leche y de calidad. “A este
lo crías con polvos finos, Felicitas” oí decir al tío Genaro el sacristán que
era un borracho empedernido. Tú no te colocaste en la cabeza el “pallolium”, la mantilla corta con la cual
iban las mujeres de la vida caminando por las calles de Roma. A uno que me
llamó una vez hijo de hetaira le hinché los morros.
Nos están dando gato
por liebre, nos venden la burra mal capada, yo estoy sumido en mar de dudas
pero sigo para adelante tras los pasos de mi amigo Quosquetandem. Deja que las
olas del mar de la vida te suman en los océanos del absurdo, piensa tú que es
bello vivir. Bueno lo que tú digas, Quosque. Luego Verumtamen el otro yo me
dice lo contrario. Así estamos entre Ibis y Cabidis. El bombo de los noticieros
se repite, cada mañana nos cae el premio gordo: cañonazos en Bajmut, tiros en
una escuela de párvulos de Carolina del Norte. Zelensky que berrea y pide más
madera. Se queman nuestros montes. Una niña de catorce es violada por catorce
tíos en cuadrilla. La metieron en el retrete. Cuando un monte se quema algo
tuyo se quema, piensa en el adagio. Relinchan las yeguas andaluzas preñadas por
el viento, dijo Góngora. Paren potros percherones. Por el valle de las Luiñas
chillan en las cuadras de Armagedón los caballos del Apocalipsis. Escribote yo
sin esperanza, ya sé que mis novelas se dan un aire de misas cantadas. Amontono
con dolor de atrición los recuerdos. Tú no sé lo que me has dicho, cállate,
Verumtamen. Ya sé que maté a la Susi. Fue mi único amor, después vinieron las
furcias, esas yeguas preñadas por el viento. Carmina la Polvorosa hoy lo traen
todas las revistas del corazón la preñó un centauro y parió un muleto a los
setenta años mitad hombre mitad cuadrúpedo. No era ciertamente un bujarrón,
pero átame esa mosca por el rabo. Medio país elucubra sobre el caso si es
lícita la inseminación subrogada. Mal debe de andar Ucrania país corrupto
cuando sus mujeres por un puñado de dólares se ofrecen como vientres de
alquiler. La preñez de la Polvorosa no cuadra. Es un imposible metafísico.
Vamos a contar mentiras tralará pero es de lo que vive la gente, que quiere ser
engañada. Vulgus vult decipi: ten, tu
primer reloj y desde entonces pasados muchos años sigue contando y cantando las
horas. Tenías toda una vida por delante. Te sentaste a contemplar el tiempo.
Pusiste tu culo gordo sobre el
cuadrante de Cronos que sigue dando los cuartos, las en punto y las medias
impertérrito. Inexorable. Por entonces todo mi afán eran las declinaciones
latinas los verbos fuertes griegos y las misas cantadas. No concibo la
existencia sin liturgia. Aquel mi primer reloj suizo sabe mucho de mí. Iba a
compás del gran reloj de la Torre Carchena. Ni adelantaba ni atrasaba. Desde la
altura observaba nuestros juegos a la pelota en el frontón de la Huerta del
Judío, pared con pared con la pantalla del Cine Cervantes. El rabino don
Cleofás hacía de árbitro de aquellos juegos infantiles en sueño transformados
bajo la sombra de aquella morera centenaria que era el árbol del Bien y del Mal
en el rincón de la muralla casi de frente al aljibe donde se estancaban las
aguas del acueducto. ¡Ay aquella obra de romanos¡ Pero no te estrujes más el
cerebro con las hojas urticarias, ramios de la literatura. Lo tuyo fue un
absurdo: roquetes y misas cantadas. Regando fuera del tiesto. Fuiste demasiado
solemne para un época tan ramplona y venal como la que te tocó vivir. La
realidad es más prosaica de lo que se creen los ilusos, zurcida de crueldades,
enfermedades, asaltos, estupros, robos, desfalcos, guerras, la vanagloria, el
crimen, la envidia, la mala uva, la política y tú atendiendo a las leyes del
levirato te fuiste a casar con la viuda que era la mujer de tu hermano. Se te
partió el corazón cuando supiste que tus hijos no eran tuyos. Un tropiezo de tu
dama. Aquellos renegrones en los cuadriles, en las tetas y en las piernas, y
luego dijo que se había dado un golpe con la puerta. Aquello fue la sepultura
de mi matrimonio. Me fue infiel. No me amó como la Suzi. Ella sería para
siempre mi gran amor inglés. La Etsi una bandera de conveniencia. Callé y
aguanté más de los que puede soportar un marido engañado. Suzi ¿qué fue de ti?
El abuelo Benjamín era otra cosa. Casi fue el que me
crio en la aldea de Fuentesoto, pueblo también románico con una vega triunfal
camino de los monasterios de Cardava a la cual se asomaban los somos, cañadas y
eriazos. Por lo menos no me tiraba piedras cuando pisaba sus viñas como el
otro, el de Membibre, un ogro, el cual estuvo a punto de deslomarme de un
cantazo porque le pisamos mi hermano y yo el majuelo. Aquellas vivencias
hicieron de mí un escritor, acaso un escritor iconoclasta y a redropelo del
sentir general. Mala cosa llevar la contraria pero yo siempre me mantuve en mis
trece, seminarista fracasado pasado por el filtro de la literatura pero mi alma
se moldeó en aquel seminario cuyas vivencias rememoro cuando estoy aquí
postrado en la cama del hospital recién operado de la próstata. Próximo a
la muerte o a la analepsia, me curo en salud dando albergue a mis reconcomios,
no encuentro sino traiciones, mala baba, julepes y mohatras de pícaro (no podía
ser de otro modo, nací en Segovia, madre de la picaresca) y una misteriosa
supervivencia a los avatares. Este es un tiempo de expiación. Los noticieros
nos traen cruderrimas imágenes de niños masacrados en Palestina, aparece
Natanyaju con rostro de Herodes. En Oriente hay un cisma prologado por el
patriarca Bartolo, ese obispo de barbas hirsutas mientras Zelenski aúlla
pidiendo dineros y quemando iglesias rusas. Ucrania reivindica Crimea la vieja
Quersonesos mostrando su faz terrible epítome de las crueldades de la guerra.
El sicario Biden y Trump en comandita, padrinos del sionismo, quieren acabar
con toda la fe que teníamos los creyentes y demostrarnos que Cristo era un loco
antisemita que se hizo pasar por hijo de Yahvé. Tendido en el lecho del dolor
en esta cama de hospital convaleciente de una operación de próstata, ya puedo
mear gracias a Dios pues anduve medio año con el zambullo pegado a la pierna
izquierda y exonerando mis orines en una bolsa de plástico, rumio sobre mi
pasado. Me dan ganas de gormar mi arrepentimiento pero soy incapaz de vomitar
toda la bilis que llevo dentro. Es como si viese un trailer de lo que mi vida
pasada fue. Tiempo pasado, tiempo presente en el lecho de Procusto pues más que
el dolor físico o la incomodidad es la pena moral que me aqueja por no haber
hecho las cosas bien. Perdono a mis enemigos. Este sea mi llanto de atrición
por la Suzi. Las ideas se agolpan, quieren salir a toda prisa, pues siempre
pensé y escribí a gran velocidad, y me aturullo, me atasco y pierdo el
anhélito; vuelve el ritmo pero mi vida es un eterno combate con las ideas y los
formularios volcados en palabras, angustia vital, desazón, vértigos, el vértigo
del escritor que sólo se cura escribiendo, bufando pipadas de humo, o camino de
la despensa, somos propensos a criar carnes porque escribir da mucha hambre y
somos propensos a engordar. Luego está la indignación por lo que narramos. Nos
echamos a cuestas los pecados de la humanidad. Es la furia del español sentado
en su sillón que se desgañita contra la injusticia contra esto y lo otro.
Extraño mi cachimba (en el hospital no dejan fumar) que ha sido compañera de
mis largas vigilias, mi ametralladora, mi “novia” y mi tormento, que a veces no
me deja ni respirar Mi cachimba nunca me traicionó, me sigue a tordas partes
cual perro fiel y nunca me da un disgusto ni me martiriza como mi mujer. Saltan
las imágenes de un lado a otro, se enredan las palabras. Viene Maite la dulce
enfermera. ¿Cómo estás, cariño? Quisiera fumarme una pipa, no se puede,
corazón. Dentro de un rato vendremos a hacerte una extracción, más tarde la
compañera te tomará la tensión. La urraca del patio central faltaba poco para
acabar de construir su nido. Las noches se hacían largas e insomnes. A la
madrugada el diligente córvido seguía su labor. Pronto te darán de alta. Esto
no ha sido nada. ¿Nada? Un cáncer, hoy el cáncer si se coge a tiempo es
curable. Más duro lo tenías si fuese de pulmón. Era lo que temía yo, pero el
tak que me hicieron reveló que estaban limpios. Soy un fumador empedernido. El
vicio lo cogí a los catorce años con un mataquintos que sabía horrible. Me vio
mi padre que venía del cuartel y apagó la tagarnina de un sopapo. Zas. Vi las
estrellas. Ando en desacuerdo con Andrés Laguna autor desconocido y al que yo
he descubierto como autor críptico del “Lazarillo
de Tormes” gloria inmortal de la novela picaresca y que he sacado de pila
librándole del anonimato de siglos, que dijo:
─Se escribe por la honra pues la fama es la orla
de la artes.
No, señor, hoy se escribe para echar los demonios
fuera, lanzar pestes contra los nazis y los judíos que pueden ser consistentes
en el mismo perjuicio, los extremos se tocan, la serpiente cambia de piel. Eso
de ser escritor famoso debió de ser antaño, hogaño el vulgo vierte suspicacias
sobre nosotros. Nos mira mal. Somos delincuentes y nos desprecia o nos compadece
como enfermos bipolares, o adictos a un vicio tan inconfesable como el
onanismo. Escribir consiste en masturbarse con palabras y eyacular
proposiciones y asuntos que no son de recibo. Somos menoreros de la pluma. La
gente lo que quiere es que la dejen en paz, que no la vengan con historias. Tú
no te pases, mira lo que te digo. El escaparatista de Arévalo un martes de
mercado me largó está pregunta a bocajarro:
─¿Sigues escribiendo?
─Sí
─¿Y te la meneas?
─¿Por qué no?, de vez en cuando
El cara de pájaro, ese librero de lance, de la cuesta
de Moyano donde antaño trabajaban las putas y ahora se venden libros usados, Gómez
se llama y es valenciano, un tipo malauva, el cual me ha maltratado, timado y
puesto en berlina todo lo que ha querido, me recibió con una frase que es todo
un dardo al bandullo de un poeta.
─Tus libros no se venden, deben de ser muy malos.
─Si no los pones en el escaparates y los tienes
ocultos en la sacristía ¿cómo se van a vender, cacho cabrón? No está hecha la
miel para la boca del asno.
Le hubiera dado al bibliopola un garrotazo en los hocicos
pero no estaba de nones sino de pares. Por lo demás buenas tragaderas he. En
una bella mañana de octubre no merecía la pena meterse en reyertas con un
hijoputa. Escribir es llorar, Larra dixit; hay que estar dispuesto a ser
crucificado y coronado de espinas cuando no de gargajos como le ocurrió a
Lázaro de Tormes en lo del cabezazo de la acrotera del puente romano. Y decir
lo de Pablillos:
─Ojo, Pablos que asan carne
Sin embargo, tonto de mí, no me olí la tostada, todos
me apalean y difaman. La desconsideración, la mala educación y el morbo
visigótico o envidia son estigmas de
esta nación. No es cosa fácil vivir entre españoles, el país más bello del
mundo pero en España siempre amurcan los toros. Nuestra religión guarda
esencias del minotauro. Nos apasiona la tauromaquia. Tengo que confesar a mis
detractores para que se calmen y no se pongan nerviosos que yo solo emborrono
papel para dejar de fumar. Me divierto
como Unamuno con papiroflexias o pintando monigotes. Así nos las van a dar
todas en un carrillo. El abuelo Benjamín era otra cosa. Tenía una faja blanca
rodeándole la barriga con flecos que parecían filacterias, a la manera de los
israelitas, para que no se le cayeran los pantalones y al orar que lo hacía de
mañana y la noche se balanceaba como tratando de conseguir que sus plegarias
llegasen a Adonai, para que Yahvé le diera un empujóncito. Las mujeres en misa
se sentaban en cuclillas a la morisca delante del hachero y eran fatalistas los
de mi pueblo en sus conversaciones, sea lo que Dios quiera (makfut está
escrito, y escrito estaba) Dios lo ha querido, tendrá que se ser así y Alá
Akber. Todos nos prosternábamos ante la cruz del Calvario pero había
reminiscencias antiguas saliendo a la palestra, otras adoraciones de
los dioses ibéricos: Baco, Cibeles, Mitra, Eritreia. Éramos judíos, moros,
paganos y cristianos, al de por junto y cada uno hijo de su padre y de su
madre. Hacíamos a tres velas, a tres palos, la convivencia a veces resultaba
penosa pero fue posible y cuando el abuelo se quitaba el abuelo
cinto… Habíamos ido a melones y nos pilló el guarda Melares, quien a la noche
se presentó en casa y dijo tu chico fue cogido in fraganti haciendo destrozos
en la finca de la tía Piquilaya. Son cinco pesetas de multa. He aquí el
papel. Recuerdo bien aquella noche. Era una bella noche de luna cuando me
solmenaron.
─Ah sí, bájate los pantalones, chiquito que te voy a
sacar el duro del culo y los melones de la Piquilaya.
Diez vergajos con la correa ni uno más ni uno menos.
Fustigados con la solemnidad y eficacia de un lictor romano. Desde entonces no
se me ocurrió ir a melones, ni a peras, ni a sandías. Fueron los chicos del
pueblo que me malmetieron y yo inocente de mí caí en la lazada. Era yo tan
ingenuo que me creía todas sus infamias. El Pedrete el del tío herrero, el
Elpidio, el Agustín mi primo hijo del sacristán y su hermano el Maudillo, el
Micha hijo del sastre que era tan pequeño que no podía con las albarquillas, el
Julián el de la tía Pilar y el tío Pedro Sancha pero el más cruel de todos
era el hijo del tío herrero, Pedrete.
Fue el que me encomendó la tarea de asaltar el melonar de la tía Piquilaya.
─Entra ahí en eso, segoviano, y arramplas con un par
de melones.
─Tengo miedo, mi abuelo me dice que hay que respetar
lo ajeno.
─Tú ¿miedo? Eres hijo del sargento Parra.
─Yo no tengo miedo a nada
Y salté la cerca. Fue entonces cuando vi venir al de
la tercerola y la chapa de guarda jurado pegando voces y juramentos apuntándome
con la escopeta. Del canguis que me entró se me cayeron los melones del regazo
y creo que me cagué en los pantalones literalmente. Los melones no estaban
maduros, eran badeas. Los otros habían puesto pies en polvorosa, me dejaron
solo como siempre. El maldito Melares me trajo para el pueblo por las orejas y
yo llorando como una magdalena. Acto seguido, me condujo al cuartelillo, vino
el juez de paz, el tío Bernardo. ¿Qué ha hecho el chico? Robar melones. Vaya
una educación. Que se avise al señor Benjamín Galindo. Mi abuelo el pobre
estaba avergonzado y corrido de mi “hazaña”. El juez de paz era su amigo. Eran
quintos, él, el tío Dominguín y mi abuelo. Nacieron en 1885. Se ufanaban de ser
quintos del rey Alfonso XIII. Habían participado en la guerra de Cuba. El trío
de veteranos del Desastre (aun guardaban en un arca los correajes y el uniforme
de dril a rayas) sentabánse en un banco de honor en el presbiterio
durante las ceremonias religiosas. En las misas solemnes eran los primeros en
besar el portapaz que les ofrecía el monaguillo como gesto de autoridad. La
noche que recibí la somanta de palos con la correa del abuelo era una noche de
luna, lo recuerdo bien. Así pues, para Segovia que me mandaron en ca mis padres.
Al día siguiente.
Al día siguiente tomamos el coche de linea de la
empresa Gutiérrez
─No podemos contigo. Así que te mando a tu padre a que
te dome.
Cuando regresamos a Valdevilla la colonia militar
donde vivimos mi madre me recibió con la zapatilla. Así te comportas, dijo, y
me puso el culo como un tomate. Yo no tuve la culpa; fueron el Pedrete y el
Agustín los que me malmetieron para asaltar la cerca de la tía Caya. ¿Robar?
Vaya un hijo. Traté de escapar y anduve perdido por los peñascales de
Valdevilla recorriendo los andurriales del río Clamores llorando mis desdichas,
esta vez temiendo la correa de papá. Venida la noche, llamé a la puerta de la
casa que era verde y de madera de pino con mucho tiento y sigilo. Me estaban
buscando. Mandó mi padre al machacante por ver si me encontraba y yo no daba
señales de vida, así que estaban preocupados. Pero cuando aparecí a la puerta
de casa en vez de la correa fui recibido con besos y abrazos. El
sargento Parra saltaba de alegría, hijo, hijo. Por dónde te has metido, dónde
anduviste. Tu madre y yo creíamos que te había ocurrido algo. Me senté a la
mesa. Huevos con patatas fritas. El abuelo había traído un clarete que pasaba
bien al cabo de tantos sinsabores por culpa mía.
─Bebe, Silvino. Bebe, hijo, que este clarete es
superior y es de la cosecha del año pasado.
─Gracias, señor suegro, de hoy en un año.
Y tentó la bota embelesado con un largo trago. Por la
provincia de Segovia los casados llaman al padre de su mujer “mi señor”.
─El chico es un poco mostagán pero hay que meterlo en
vereda. Hay que llevarle al seminario.
El dictamen del abuelo se efectuó al cumplir yo once
años. Había habido muchos curas en la familia. Estaba don Linos, pariente
suyo, que ejercía el arciprestazgo de Calabazas, el P. Galo que se fue de
misionero a África y nunca se volvió a saber más de él; si se le comieron los
negros o colgó los hábitos, o don Priscilo cuñado suyo nombrado por oposición
canónigo magistral de la catedral de Burgo de Osma. Tanto los Parra como los
Galindo tenían fama de beatos y no existen dudas de que esta veta tan clerical
y bíblica les venía de su ascendencia. Aquel rincón extremo de la provincia
segoviana había sido repoblada por moros y judíos y se produjo el milagro de que
Alá, Moisés y Jesucristo conviviesen en plena armonía, practicando usos y
costumbres, ritos, intercambiables, diciendo ojalá cuando les acuciaba un deseo
de que algo ocurriese, o pronunciando el nombre de Jesús al estornudar o al
besar el pan cuando la hogaza se caía de la mesa. Pero yo creo que veníamos de
los arévacos, aquellas tribus numantinas que no consiguió dominar Roma del
todo. De ahí que muchos de aquel pueblo a los que llamaban los coritos nos
habían soltado para allá cual prosa sin peinar. Estuvieron de tertulia ellos
dos dándole tientos al jarro hasta la madrugada. Yo me dormí como un bendito
LIBRO TERCERO
La olma que había
frente a la iglesia de mi pueblo tenía más de dos mil años. Había sido plantada
por los soldados de Trajano (la historia hace nacer a dicho emperador en
Pedraza) que era un poco paisano nuestro y era mayor que la de Pedraza, un
redondel su tronco de cerca de quince metros que no la abarcaban veinte
paisanos, cuyas raíces desde el arroyo circundante se extendían por todo el
pueblo desde la casa curato a la pobeda. La olma allí estaba siempre
mirándonos, impertérrita, augusta, siglos y siglos, contemplando el paso de
generaciones. Sus ramas florecidas se extendían por los lados a manera de
grandes candelabros protectores. Los niños de la aldea trepábamos por el tronco
hueco, nos sentábamos, echábamos risas y jugábamos a la malla. Sus ramas
crecían hasta tocar la punta de los aleros y las raíces reptaban subiendo la
ladera del calvario donde estaba el camposanto. La quima formaba un corro donde
se sentaban a tocar la gaita y el tambor en las fiestas patronales. Y algunas
veces se celebraban los concejos. Había sido plantada seguramente en tiempo de
los romanos. Y esto no son conjeturas sino probabilidades porque aquel
villorrio en una esquina de la provincia de Segovia estaba emplazada dentro del
itinerario de Antonino. Fuentesoto, al pie de una fuente salutífera que manaba
un chorro ingente de agua calda por el invierno y muy fría por el verano, debió
de ser un vivaque o manor donde descansaban las legiones que iban desde Astorga
a Uxama. Al recordar aquel árbol de mi infancia se me caen las lágrimas porque
su tronco y sus raíces guardaban el polvo de las crepidas o botas militares de
las acies de Roma y vieron pasar a los guerreros moros que arrebataron el
castillo a los visigodos y después a los Tercios de Flandes. Más tarde, a los
guerrilleros que lucharon contra la francesada. Aquella era la tierra del
Empecinado. De últimas, se había venido diciendo que nuestra raza viene de los
judíos; creo que se trata de una tesis poco segura y sin base histórica.
Algunos debieron de morar en Sepúlveda y Sacramenia y Riaza que estaban
cercanos pero por lo general los rasgos faciales de nuestros antepasados no
eran israelitas. Éramos tierra de frontera. Estábamos en una linde. Al otro
lado de la cordillera era ya tierra de moros. Se fundieron las razas. Esa
simbiosis misteriosa de judíos, moros y cristianos que conforma ese enigma
nacional que es España. Los musulmanes allí apercibidos tras la conquista del
valle del Duero fueron bien recibidos, se asimilaron, aunque conservasen
algunas de sus viejas costumbres venerables, trabajaron la piedra de las
iglesias románicas y nos enseñaron a regar las acequias de la vega. Todos los alarifes
y los molineros de las aceñas eran moriscos. Pienso que esta exaltación del
judaísmo, ahora todos los españoles quieren venir del pueblo elegido, no es más
que una entelequia propagandística pues siempre habrá que estar con el poder.
Somos godos, provenimos de los vacceos. Somos numantinos, indomeñables, gente
difícil, acostumbrados al sufrimiento, guardadores de las viejas tradiciones
cristianas y de los santos del calendario. El año 53 fue talada aquella olma
cuando pusieron el coche línea Peñafiel-Madrid. Un sacrilegio ecológico que
quizá anunciase los terrores del milenario: las aldeas vacías, la despoblación
del campo y la emigración a las ciudades. Pero los iberos somos así de recios.
La España carpevetónica desprecia cuanto ignora y prefirió subirse al carro de
heno del progreso. Aquel ulmáceo creo que era el más antiguos de Europa,
divinidad maternal que guardaba el secreto de los antiguos dioses protectores
del pueblo. Allí me mandaron mis padres los veranos, una boca menos porque
entonces no había. Yo era un niño frágil tierno, crédulo y muy guapo. Las
vecinas del barrio de San Andrés Puerta del Socorro lindante con la judería
vieja donde nací me comían a besos. ¡Qué niño tan guapo tiene usted, señora
Juanita! Ya ves, mis padres me mimaban demasiado por ser el primero y por haber
venido después de una hermanita, Henar, que murió a los tres meses de
meningitis el año 41. Yo era un niño triste, ingenuo, de mirada reconcentrada al que le gustaban
los libros. Una de las primeras fotos que conservo aparezco con un libro en la
mano. Estaba sellado mi destino, he de decir, lo que son los genes, mi nieto
Pelayin es también muy guapo, creo que más guapo que yo y menos triste y más
simpático. Iba a un colegio de pago, las Jesuitinas y allí aparecieron los
primeros signos de rebeldía que me persiguieron toda la vida. Escribía con la
zurda y la monja sor Josefina me ataba la mano a la silla para que escribiese
con la derecha. Demasiado crédulo e inocente, algo soñador, pensaba haber
venido a un mundo hermoso y agradable donde no existían traumas ni dolores ni
pecados. Donde no existían ni los perdedores ni los malos. Cuando me mandaron
al pueblo “a tirar varetas” el contraste fue cruel. Antoñito, espabila y llevo
sin espabilar toda mi vida. Por eso me las dieron todas en un carrillo. Los
muchachos aldeanos se reían de aquel pobre niño de ciudad. Le hacían toda clase
de perrerías y aprendí sin utilizarla una palabra que está ahora muy de moda: bullying.
Papá y mamá cerraban la casa y se llevaban con ellos a Javi el preferido de mi
madre, el más simpático. Papá tenía una comisión como instructor de reclutas
del Campamento de Robledo. En tal comisión de servicio enseñaba a los
estudiantes de la IPS que hacían una mili especial y salían de sargentos y de
alférez. Robledo era un paraíso a la sombra del monte Peñalara contiguo a la
Granja de San Ildefonso. Más de diez mil tíos (quince bajo la lona se reunían
en aquellas chabolas en aquellas chabolas circulares Robledo era el Grafenwohr
español). Había los domingos unas misas
de campamento impresionantes en el Llano Amarillo. Recientemente fui a
visitarlo y se me cayó el alma a los pies. Crecían zarzas cerca del sagrario
donde se exponía el Santísimo y el cristo de la buena muerte había sido
profanado. Era un tiempo triunfal que nada tiene que ver con la tristeza y el
egoísmo de ahora pero en fin, corramos un tupido velo porque tras de tiempos
vienen tiempos. A mí me sacaban billete en el Gutiérrez el coche de linea que
hacía la ruta Segovia-Aranda de Duero. Mi abuelo Benjamín me estaba esperando
en el empalme de las Suertes Viejas con el carro. Uncidos al yugo del carro de
mi abuelo tiraban dos mulos. Uno el “Sevillano” y el otro el “Noble”. Este
último tenía poco de su nombre porque era mohíno y más falso que Judas; en una
ocasión a tía Paulina la tiró una coz que por poco la deja sin nariz cuando fue
a hacer pis a la cuadra. El cambio fue traumático, insisto. Fuentesoto me hizo
abrir los ojos y contemplar las contrariedades, injusticias y arbitrariedades
de la vida No había leche y nos alimentábamos de pan y cebolla. El abuelo
Benjamín era otra cosa, pese a la pobreza y a las carestías de aquel tiempo. No
había seguridad social y cuando el abuelo enfermó de la próstata hubo que
vender algunas tierras para pagar al cirujano del Hospital de la Misericordia.
Quedó mal y sufrió muchísimo. “Tengo muchos dolores hijo es como si un mastín
me ahincase los dientes en la rabadilla”, me decía el pobre. Los chicos de mi
edad eran paupérrimos. Calzaban albarcas y peales como los romanos. Cuando me
acanteaban, volvía a casa por los pantalones rotos por la culera y el peto con
unos retales que me hizo la tía Dominica con un mono de soldado con un tirante
fuera. No se me olvida: la experiencia más traumática y cruel que padecí un verano
fue cuando el Rufino un gañán don la cabeza abombada que odiaba a mi padre por
ser militar y toda su familia era de izquierdas me azupó su perra, era un
cánido color marrón y los ojos fulgurantes que me mordió el culo y parte de los
tobillos, volví a casa llorando con el pantalón roto y sangrante. Aquella
maldita perrita ratonera atendía por el nombre
de “Maula”. Toda la vida se me representa aquella perrita enana de color
canela ahincando sus dientes en mis calcaños. Fue en la era del Tío Maudillo.
Desde entonces tengo pavor a los perros. Las risotadas que se daba el Rufino en
la era de Maudillo se me quedaron grabadas. En el infierno deben de resonar
eternamente estas carcajadas satánicas que fue tan vil como incitar a la Maula a que mordiera en el trasero a un niño de
siete años. A pesar de los sufrimientos y humillaciones que padecí en aquel
pueblo Fuentesoto tan feroz yo seguí amando aquel lugar que fue el escenario de
mis primeras correrías infantiles, añorando sus piedras románicas, y la olma triunfal
que fue derribada para dar paso al Albarrán, un verdadero sacrilegio ecológico.
La venalidad de aquellos pueblerinos, sus mofas, sus carcajadas me enseñaron
una cosa: hay dos Españas
Delitescens es una bella palabra latina significado esconderse y
en medio de tanta bulla y de tanto grito a muchos no nos queda otro remedio que
encuevarnos. Huimos al desierto buscando un apartamiento que nos aleje de la
horda mediática. Los altavoces del éter no cesan de referirse al coronavirus.
Se ha convertido en el afrecho y abrevadero de los medios. Esta catafases
o afirmación no la hago a humo de pajas, tampoco estoy loco, aunque a veces
miro para atrás con ira y siento el punzón de los recuerdos que me hieren.
Tengo el alma en carne viva y por eso escribo desde este catábulo o zaquizamí,
zulo literario, abrevadero y refugio o cuadra en el sótano de mi morada
convertido en oratorio, fumadero, escritorio, biblioteca y apiarium
(colmenar) donde libo el dulzor ático de la miel de la palabra. Escucho a
través de ondas hertzianas voces que me llegan del extranjero. En un par de generaciones cambió el mundo
hasta el punto de no reconocer yo al niño o al mozo que fui dentro de esta gran
catarsis trascendida que ha mandado las viejas ideas a un rincón. Hoy Día de
Difuntos ya no se venera a los santos antepasados. Salen a la calle las
máscaras de Jalo güin. Sin embargo, yo voy a la ofensiva, quemo las naves como
Cortés en mi empeño de remar contra corriente. ¿Dónde está el Jalo y donde el
güin? Vete tú a saber. Acabo de cerrar el blog que fue para mí durante cinco
lustros abrevadero de ideas y afrecho de lealtades y deslealtades. Pero Google
no paga una peseta, observa, absorbe como una esponja y luego lo convierte todo
en marketing. Este palimpsesto o cuaderno de bitácora fue mi aguja de marear,
así como la barrera contra la que embisto glosando la actualidad a contramano.
La actualidad es una anáfora repetitiva, una lucha de buenos y malos. El malo
Putin y el bueno Zelensky. Vivimos tiempos de guerra y desde el día de San
Matías del 22 no damos ni pie ni mano. Estamos con el alma en vilo. No me ha
ido mal en este tiempo a excepción de algunos fatídicos encuentros con Erifos
algunos para beber el vino del dolor y la desesperación. Pero Fray Jarro es mi
enemigo hoy la política mundial y nacional son una larga borrachera. Los
españoles no sabemos beber En esta situación atípica los buenos son los malos y
yo me pregunto dónde está la justicia de Dios y grito con Cristo en el
Calvario:
─Dios mío, Dios mío
por qué me abandonaste… Elí, Eli, lamma sabactani
Todo eso que yo
aprendí ya no sirve para nada es de mi gusto. Dicen que soy un hombre que vivo
en el ayer y me refugio en los matacanes de la antigua muralla de York,
centinela en mi tronera auscultando las evoluciones del río Ouse que fluye
hasta matrimoniar con el Támesis, los vientos cambian. Ayer teníamos lebeche,
hoy sopla el terral y tú, Etsi, ¿dónde estarás? ¿Qué habrá sido de tu vida? ¿Te
casaste? como yo. Y sí volví a pasar por la vicaría, pero este segundo amor
sucedáneo de lo que tuvimos tú y yo fue un trago amargo, me eché una cruz a la
espalda, alquilé una mula aragonesa que me cocea cada día, contraté una
verduga. En mala hora porque Lavinia convirtióse en mi verdugo. Pasó a ser el
arráez que fustigaba mis espaldas con el látigo de la ignominia y he ido
bogando por los siete mares bajo la sombra de ese rebenque que fustiga a los
pobres cómitres incautos, condenados a galeras. Es el destino que aguarda a los
locos y a los criminales. Lamento mi suerte porque lejos de ti esto no es vida.
El destino se portó conmigo de manera cruel, si bien creo que lo tengo merecido
por los malos tratos que te di, los celos, las voces, las recriminaciones. Vivo
rodeado de papeles y de palabras escritas. Fui un goloso de palabras porque
creo firmemente en el axioma de en el principio era el Verbo y las palabras
guardan un poco de ese aliento divino. ¿Estaré loco? Todos han mudado de piel (versipelis)
yo continúo adherido a mis principios. ¿Soy un diamante en bruto o una
florecilla en agraz la cual no acaba de madurar? Tranquilos. El peristilo sigue
en su vaina. Amanece todos los días. A todo esto, se dirige mi clamor contra
los predicadores de vereda. Han regresado a las tertulias los émulos de fray
Gerundio de Campazas. Ya no hablan de la vida eterna sino de los métodos para
conservar la salud. Radio Carcamal vocifera contra las toxinas y don Rafa hace
de su capa un sayo vociferando contra los peligros del cáncer, la crasitud, la
vida sedentaria y falta de ejercicios. Todo el país se calza las abarcas y se
tira a correr por las veredas. Un aluvión de informaciones nos refieren los
peligros del Corona Virus que se ha convertido en eje de marcha del sistema.
Las páginas de Internet son un perpetuo obituario que nos traen cada mañana la
lista de los fallecidos. A contrapelo de sus sermones yo no voy a dejar de
fumar por más que estos señores me atruenen las meninges advirtiéndome de los
peligros del tabaco, siempre habrá de tenerse en perspectiva un enemigo,
alguien contra el cual batirse. Antaño fueron los rusos. Cuando yo vivía en la
Isla de los Muertos (Staten Island) siempre estaba a pie de obra escuchando las
noticias de una emisora de Manhattan Radio WW700W7. Dicha estación cada cierto
tiempo interrumpía sus emisiones. Sonaba una sirena y al cabo surgía la voz
engolada de un locutor para realizar un llamado:
—Estimados
radioescuchas, esto es un simulacro de alerta. Atención. Atención. Si hubiese
sido una emergencia real, les impartiríamos instrucciones sobre cómo y dónde
acudir a un refugio de los diferentes que hay en esta isla.
Yo estaba acojonado al
sintonizar tal mensaje. Pensaba en la guerra de las galaxias. Ya están aquí.
Que vienen los rusos. Como en la Guerra de los Mundos de Wells que hizo cundir
el pánico por aquella capital. Pensaba que vivimos en un mundo en el cual la
ficción se entrevera con la realidad y en la supremacía de los medios de
comunicación para dominar a las masas. Era la América de Jimmy Carter discípulo
en la academia de guerra de Annapolis del almirante Rickover especialista en
mísiles intercontinentales. Eran los años 70 cuando América vivía la
efervescencia de la guerra de las galaxias. Los malos eran los soviets como
ahora es el virus y el tabaco y Putin. Ronaldo Reagan la ganó y determinaría la
caída de la URSS. Yo por mi parte pobrecito español nacido en una ciudad de
provincias había aterrizado desde el medievo de una ciudad episcopal como York
sobre la Gran Manzana el emporio del futuro la ciudad automática que decía Julio
Camba. No era más que un lamerruinas que viajaba desde el humanismo católico y
sentimental hacia la tecnología del gran diseño de los nuevos amos del mundo.
Cogí el tranquillo. Me costó lo mío pero aquel mensaje de la radio de Manhattan
emitiendo noticias las 24 horas del día para la ciudad que no duerme y aterriza
como puedas marcó mi existencia, desde entonces tengo pesadillas y emulo del
almirante Rickover, odio la guerra especialmente la de exterminio que supondría
una conflagración nuclear. Aquello me marcó, conservo su huella indeleble.
Vivimos con miedo a la bomba, aunque no deja de ser una ironía que el enemigo a
batir sea las toxinas que encargó míster Trump a los chinos y esas toxinas
corporales y bacterias que andan por el aire al que se refiere don Rafa el de
Radio Carcamal. Hago propósito de apagar el transistor que no deja de difundir
proclamas y consignas sobre los peligros del tabaco y la vida sedentaria, yo
seguiré escribiendo en mi acetábulo del jardín de atrás y fumando en pipa, mi cachimba
y yo estamos unidos hasta que la muerte nos separe. Me siento acosado por las
dudas. Los pecados y fracasos de la vida pasada pesan lo suyo y allá voy
trepando con mi cruz a cuestas buscando el silencio de los montes y la
fragancia de los pinos. Una grulla me arrulla con sus cantos espaciados
midiendo el tiempo de mis vigilias. A la puerta de la verja que protege la
entrada de la casona donde vivo un centurión romano alza su penacho sobre el
muro, no es un soldado romano, Es un ángel con alas. Vísperas de Todos los
Santos buen tiempo y las máscaras de Halloween tras las cuales se esconde el
pateta. Todo el mundo anda haciendo el tonto en bacanales y bailes de
disfraces, vuelve el bacanal tras la pandemia, bajé al estanco a comprar tabaco
y allí me encontré a don However que es de los que no se cortan un pelo y el
cura de mi aldea don Xantipa, alto, huesudo la cara triste, palentino y algo
pesetero. Ya frisa casi los ochenta pero de joven era un clérigo gayaspero, las
mozas se acorralaban a los pies del confesionario y lo perseguían hasta la
rectoral pidiendo no precisamente absoluciones sino la gracia de Dios. En
España el poder siempre atrajo las faldas por eso entre la monarquía y la
clerigalla se llevan al huerto lo más granado del elemento femenino. Solteras,
casadas, viudas forman parte de su patrimonio sexual. Hubo obispos como el
cardenal Mendoza que guardaba un verdadero harén en su palacio y de reyes ¿qué
decir? A Felipe IV le daban tantas bascas eróticas que refieren sus biógrafos
que padecía una especie de furor uterino a la inversa, llegando a procrear
setenta hijos entre legítimos y bastardos. Alfonso XII donde vas triste de ti
bebía los vientos por las coristas amargándole la vida a su mujer la reina
austriaca María Cristina. Su hijo Alfonso XIII inventó el cine porno y
siguiendo la tradición de la dinastía no daba paz a la mano. Por su lecho
desfiló el gran puterío matritense, marquesas, señoras de la limpieza e incluso
novicias de los más aristocráticos monasterios de Madrid. Sigue la racha; Juan
Carlos I es hoy la comidilla de las redes y aunque actualmente no pueda con los
calcaños y ande en el exilio, sus coimas se cuentan como las cartas de la
baraja. Así que el bueno de don However no pudo resistir sus impulsos
republicanos en el estanco al ver al cura de nuestra aldea cuyas correrías por
los pueblos del concejo sentaron cátedra pues preñó a muchas. Mismamente cuando
voy al surtidor a llenar el depósito el que me sirve es Fabián.
─Súper... llenar
Fabián ríe para el
cuello de la camisa y ni se inmuta.
─En este país nadie
está libre de dudas. Se lleva aquello de que nadie puede decir este cura no es
mi padre. Por eso abunda tanto hijo de puta.
Clava el mozo sus ojos
burlones en mí para que me aplique el cuento. Pues eso, mi amigo However al ver
al arcipreste en el estanco le soltó una andanada:
─¿Cómo está el cura?
Xantipa que no es
tardo de reflejos le soltó otra:
─Pues de pie como me
ves.
─Con ese monstruo que
tenéis en el Vaticano
However quedó cortado
ante la contundencia de su respuesta, recogió su cajetilla y se largó. Silencio
administrativo y procesal, el cura de mi aldea es un buen pájaro y listo como
los ratones colorados. Regresé a mi chabola en lo alto de la montaña y me asomé
a la ventana para ver el paisaje. La cima del Fornax mostraba sus crestas
peladas coronadas por molinos de viento. Aun no había nieve, aunque dicen que
por los Santos la nieve en los altos y por San Andrés en los pies. Aquel verano
de sequía traía de cabeza a los científicos. Todos hablando del calentamiento terráqueo
y del cambio climático. El Fornax formaba parte de su familia casi de tanto
salir a observarlo por el ventanuco que da a la huerta del Niso. Casi invita a
subir. Para él era una tentación, realizaría escapadas ascensionales cuando era
mozo. Ya no, pues le dolían las piernas. La cumbre coronada albergaba una
ermita blanca a la que acudían los romeros el día de Santa Ana. Fiestas de
prado. Tambor y gaita. Ahora me resigno a verla desde lejos remembrando el vino
y la sidra que bebí en mi juventud, es el monte más alto de la Sierra del
Viento en perenne coloquio con la cordillera del Cordal de Pravia que desciende
hasta el mar horadando el paisaje de picachos y nemorosos valles. Era el paso
antiguamente de peregrinos compostelanos. Mirándole desde abajo le contemplo
extasiado bañando mi vista con el verde de pinares que cubren las espaldas y
costillares del Fornax. Fue un antiguo volcán. Ínterin, hago examen de
conciencia aterido de punzantes recuerdos en los que estalla la melancolía y el
arrepentimiento. Veo a Etsi encaramada en lo alto de la cúspide. Ella era una
dulce Gioconda inglesa. Su sonrisa sale en cada retrato que conservo de su
persona. Me mira con sus ojos zarcos que envían a la vez dos mensajes: ven y
aléjate. Todo está consumado, you are not welcome. Podría tomar un avión
de Ryan Air y plantarme en menos de una hora en su pueblo, mi hija vive cerca
del tercer aeropuerto londinense. Expurgo mi archivo interior y ella sigue ahí
intacta, inmarcesible; por haberla amado, valió la pena vivir, I was a lucky
man. Los dos años más felices de mi vida los pasé junto a ella. Un serafín
de fuego vigilaba la garita de sus ojos. Tras el maná vino la sed. Todo lo eché
por la borda. Mas, tiré para adelante, fui andarríos, correcaminos sin brújula
devine en pícaro al igual que ese cura don Xantipa. Lancé una moneda al aire
caras o culos, salieron cruces y vine a dar en la áspera Castilla madrasta de
sus mejores hijos. Si España fue mi cuna, Inglaterra me hizo, Nueva York me
deshizo y Asturias me rehízo. I learnt things the hard way, no quiero
pensar en aquella Eduvigis que me dejo a la puerta de la iglesia. El rechazo
marcó sin embargo otro camino. Y por él estoy aquí, inconstancias de la vida,
misterios de la existencia. Hay que engañar. Eso forma parte de la
idiosincrasia del pícaro. Desde entonces me asustan las bodas, los trajes de
novia me parecen camisas de fuerza, yo soy libre, voy a mi aire. A ti también
te dejé a las puertas de la iglesia Etsi, luego el destino se vengó conmigo.
El día que nació Helen
amaneció espléndido, pero luego tornó el aire de calima. La maternidad de
Westow Croft al norte del Yorkshire era una vieja mansión que había servido de
hospital de sangre durante la guerra. Pocos saben de la entereza y sufrimientos
del pueblo inglés durante aquella contienda cuando los alemanes bombardearon
todo el condado. Era un edificio victoriano rodeado de pinares detrás un
cementerio. Acudí a primeras horas de la mañana no me dejaron pasar:
—Your wife is in
labour
A mi mujer la habían
trasladado en una ambulancia de madrugada y yo hice autostop hasta York y desde
allí me reubiqué a la localidad en un yermo que llaman “moors” donde el viento
sopla con ganas. Estaba yo muy nervioso y me entretuve dando paseos por el
lugar, no había un alma, penetré en el cementerio. Lo recuerdo bien había una
sepultura reciente de una muchacha de veinte años. Las flores y la corona
mortuoria estaban frescas y la tierra removida se amontonaba en un túmulo.
Saqué el rosario que siempre llevo conmigo y recé los cinco misterios por
aquella joven desconocida que acababa de ser inhumada precisamente cuando mi
hija estaba a punto de nacer. Fue un parto lento y difícil. A Suzanne la
pusieron cloroformo, nada de epidural. En los años setenta la ginecología
inglesa estaba aun en agraz y me pareció muy primitiva. Todo el día me
entretuve ensimismado con mis pensamientos. Por fin a las nueve y media de la
noche precisamente a esa ahora había venido yo al mundo veintiséis años atrás
vino al mundo mi primera hija y aun no puedo zafarme de aquella impresión.
Suzanne estaba cansada pero me lanzó una sonrisa con sus ojos verdegay era una
mujer hermosísima la más bella de Inglaterra y apretó mi mano. Y le dije: “Well
done Zanny, you are a heroine”. Al poco rato se me acercó el
doctor Isherwood hermano del famoso poeta inglés de la década de los Treinta y
estrechó mi mano:
—Míster Parra
you have a beautiful daughter.
—Thank you Sir,
She is going to be beautiful, Her name is Helen the shining one.
Isherwood era el
médico de Pocklington, siempre llevaba una cartera de cuero en la mano y una
sonrisa en los labios. Era el clásico doctor inglés with good bed side
manners. La madre de Suzanne y yo tomamos un taxi y regresamos a Wilberfoss. Mi
suegra la pobre de la cual había heredado mi esposa su belleza era un manojo de
nervios. Creo que celebramos la llegada al mundo de mi primogénita con media
pinta de ale yo y un babysham ni suegra, eran las doce de la noche cuando
entramos en nuestra casa de Wilberfoss. Todavía quedaba algo de luz en el cielo.
Helen nació el día más largo del año. The limelight hacía que la tarde
se apagase muy lentamente. Era el entrelubricán del hemisferio norte que en
verano alarga los días y en invierno hace que a las dos de la tarde sea de
noche. Esperando el sol de medianoche. Los nervios, el amor y la añoranza de
aquella jornada no se me pasaron todavía. Tardé en dormir y escribí este poema:
Unos vienen y otros
van que así es la vida rueda que no cesa
Nadie se acuerda de
vosotros difuntos aquí enterrados pero yo murmuro una oración por vuestra alma
cuando mi hija va a nacer
Dormís ahí en el
camposanto detrás de la torre normanda de la iglesia
Descansad, pues, sois
promesas bajo el césped
De una nueva vida que
empieza
Os puedo consolar
diciendo que no hay muerte
Vita mutatur non
tollitur
La vida cambia no se
arrebata
Vendrá la resurrección
Dormid y descansad
Esperando su llegada
Cristo vendrá
Retozarán los corzos
del alba en la ensenada
Oiréis cantar al
grillo
En los interregnos
Son secretos
documentos que mi Fe me ha revelado
Muertos sois en la
esperanza
Ve con tales nombres a
la vida
Hija de mis entrañas
A la alegría del vivir
del sufrir y padecer
Elena la
resplandeciente
Olivia, rama de olivo
Que paz nos trajiste
Fruto de nuestro amor
y nuestra sangre
Nos fuiste dada por
Dios
Carne de mi carne
Llanto de mi llanto
Vida de mi vida
Fruto de mis entrañas
Mi amigo
Quintiliano Quindejas al que llamábamos "Soguillas" cuando éramos
guajes regresó al Requejar- apud-Tejares tras su visita al cementerio lugar más
romántico y mejor ventilado no puede haber en el mundo para dejar la carcasa
con el ánimo entristecido y yo voy a tratar de poner blanco sobre negro los
puntos de su azarosa biografía. Me llamo Eutimio Guzmán pero para
el vulgo soy “Timi Quinolas” Debe de ser por mi afición a la brisca y los
juegos de azar y al vino que es una carta en la mesa presa. Bebe y aléjate de
las mujeres. Eso es muy difícil, tío. ¿Cómo lo conseguiste? Ah mediante la
reportación, abstinencia y continencia. “Vinum bonunm laetificat cor hominum”.
La cita viene del Eclesiastés... No me vengas con monsergas, Quinolillas que ya
nos conocemos. Sé que eres adepto a los postulados del Príncipe de la
Mentira... Soy sobre todo la sombra del Soguillas, nos damos caña. Le
contradigo con mis propias conclusiones y silogismos Él no me conoce ni de
vista pero yo bien que lo conozco a él. Siempre le canto las cuarenta, copo la
banca y él ni se entera el pobre porque es un cura apóstata que anda algo
perdido yendo de acá para allá, de sinagoga en sinagoga, de quilombo en
quilombo, de taberna en taberna y de rota en derrota. Somos tahúres de la
palabra. Los dos somos de Segovia, la patria del “Buscón” y del “Domine Cabra”.
Escuchamos voces, atendemos a la llamada pero luego resulta que estos gritos
son refracciones del aire que sale de una boca que no existe. Bajo el tornavoz
del púlpito coronado por la Paloma del Paráclito pongámosle paños al pulpito se
han vaciado los templos de la habitual predicación. Los sermones evangélicos se
han convertido en mensajes comerciales compra esto, adquiere lo otro, venga a
nuestras rebajas. Son las homilías de un tiempo. La moralina del consumo, la
verga de don Venancio, que anuncian por la tele. Con estos polvos se te va
alargar la polla, se te pondrá dura como un burro. Culto a Príapo para gloria
de Afrodita. Vivimos un tiempo de vacas gordas en la abundancia pues la vida se
ha hecho más fácil y cómoda con los nuevos inventos. La tecnología es la gran
sustituta de la teodicea. Aviad pronto, chiquitos, y no os quejéis tanto que
nunca vivisteis mejor ni lo tuvisteis más a huevo. Pues también es verdad
¡cáspita! A los dos nos une un estrecho vínculo de amistad y compartimos la
afición por la literatura, vivimos enterrados entre libros y nos fustiga la
misma comezón desalentadora por un
tiempo que se va, mientras nos resistimos a abandonar la partida. Este tapete
verde de la vida nos hipnotiza viendo morir al mundo en que vivimos y la
destrucción de nuestros sueños. Ya somos viejos pero hemos sobrevivido a la
peste pandemita que asuela toda la tierra. Aunque con diferentes ideas los dos
hemos sido periodistas. Somos, en una palabra, el yin y el yen hecho carne, la
tesis y la antítesis, sin que nuestras diferencias políticas empañen el vínculo
de nuestra amistad subliminal de coloquios entre las sombras que suenan a dolor
de atrición y de arrepentimiento. También nos une al amor a un Cristo
heterodoxo que circula por nuestros redaños barra libre y poco tiene que ver
con ese Jesús usurpado y trastocado por los vaticanos. Él es el que no
desaparecerá. Está en la historia cuyas palabras no pasarán. Al menos eso es lo
que esperamos. Yo me propongo escribir la historia del pobre Soguillas al que
unos dan por loco; otros dicen que es un santo mártir de la causa y para la
mayor parte, sintiéndose indiferente, que es uno del montón, atravesando el Mar
Rojo del cambio de hora y de era.
El primero
de octubre día de la onomástica del Caudillo convalecía yo en el hospital de
Puerta de Hierro de una operación de cáncer de próstata y se me apareció el
bien aventurado don Camilo José Cela. En vida fue muy amigo mío y me dijo
hablándome al oído:
─Oye,
Dumveneris, como ya curaste de lo tuyo, toma tu camilla y anda.
─ ¿Qué dices
Camiliño?
─Sí. Por
estas que son cruces, levántate de la cama de este hospital que huele a muerto
y vete a la Alcarria. Quiero que escribas mi segundo viaje a la Alcarria.
─Domine
non sum dignus. Dios no me dio una pluma tan brillante como la tuya. Yo
solo pongo borrones negros sobre blanco.
─Algo
saldrá. Recuerda lo que te dije una vez en aquella entrevista que me hiciese en
el piso de Torres Blancas.
No atendí
los ruegos de mi maestro pero un cuervo que hablaba desde su nido en un árbol
del patio de la sala donde yo estaba postrado y muy malito empezó a leerme los
grandes libros de CJC “El Pascual Duarte”, “La Colmena”, “Judíos moros y
cristianos” y “Madera de boj”. Es una literatura como Dios manda que a mí
me gustó poner en práctica. Que no me hablen de Proust, ni de Joyce ni de Kafka
epígonos de la anti literatura. Yo voy por lo segao. Ya estoy inoculado
contra la pandemia. Ayer me puse la inyección en el hospital de la Misericordia
de Avilés, regentado por las hermanitas de San Vicente de Paul, la toca blanca
esa toca enorme que parece un avión la cruz al pecho y el rosario a la cintura.
Radio Florito se pasa la santa mañana tardes y noches dándonos noticias de los
altibajos de la pandemia. Cómo evoluciona todo esto. No se informa de lo
verdaderamente importante de donde salió el morbo, cómo se trasmitía la cepa,
quien trujo el bicho, en qué probeta lo incubaron la madre que lo parió; si
fueron los murciélagos o los chinos de Wujan. Hoy tantos muertos ayer tantos
contaminados. Se desinforma y se nos confunde. Eso es tomar el rábano por las
hojas. Don Híspido Estadístico juega al chito con nuestros temores pero de algo
hay que morir y que se mueran ellos. Salimos del Notejode, librándonos
de unas para meternos en otra, en el Nosajodio, la pescadilla que se
muerde la cola, vueltas y vueltas al trillo y no es que me quejo no porque
entré en el bombo de los escogidos pero a muchos colegas les ha salido la hoja
roja y pronto dejarán de fumar. Los españoles que fuimos durante mucho tiempo
carne de cañón, carne de horca y carne de prostíbulo, ahora nos hemos
convertido en carne del tósigo letal del Covid, desde que la pandemia habitó
entre nosotros en el maldito año bisiesto de 2020. Son cosas del Covid y de la
gran peste aniquiladora. Les dirá un
funeral ese Fray Buscón el del pelo blanco que anda saqueando a los ricos para
dárselo a los pobres y él, receptado el donativo de los famosos a los que acude
con frecuencia al no haber sarao o fiesta donde no esté invitado o no se cuele
este páter que es un vivales, se guarda
los cuartos, quedándose con el santo y la limosna. Dios confunda a quien no
espabila y este fraile es un lince para la pasta. Huele los dineros a leguas de
distancia. Nunca te dirán lo importante por los micrófonos de Radio Florito que
dirige un colombiano que ha saltado desde la panza del caracol. Imposta la voz,
presume de voz y se mete con los venezolanos y con los cubanos. El hipócrita ve
la paja en el ojo ajeno y olvida la viga en el suyo. Colombia es el país que parió más prostitutas. Es el vivero de la
gran meretriz. El de las putas de Internet Todas hablan español y uno al verlas
siente vergüenza de su idioma castellano. Es una nación aprisionada entre las
garras de la bestia. Colombia me parece a mí que tiene la forma de coño
buscando el gran carajo. Nicolás Maduro me parece un tipo mucho más digno al
menos patriota pues no se rinde ante el bloqueo comercial de los gringos que
quieren asfixiar a su patria matándola de hambre, anhelantes de su petróleo.
Venezuela y Cuba humilladas y ofendidas no agacharon la cerviz. Colombia es el
gran burdel de los EE.UU como lo fue Cuba en la ´poca de Batista. García
Márquez se le iba la fuerza por la boca, mucho palabrero para luego nada decir
y es que ha caído particionero en manos del sionismo, solipsismo que nos ahoga
como esa serpiente que avanza por el mundo enrollándonos al cuello con sus
pestíferos y letales arillas. Pues ese es el jefe de Radio Florito emisora de
derechas de toda la vida sucursal del Maligno, director un tal don Verbilindo,
más dura será la caída. Como no tengo otra cosa que hacer: oír radio, ver
novelones por la tele y estar aditivo a los chats porno de la red en la cuadra
en la que vivo pues me entero de todo, o a lo mejor no me entero de nada. Me
lavan el cerebro con una de esas mangueras municipales con las cuales nos
refrescábamos las pantorrillas cuando éramos niños mientras cantábamos el “aquí
no llega bombero tu manga riega y si llegare no me mojare”. Estamos calados
hasta los huesos. Estamos todos hechos cisco. A don Puertas no le cuadran las
cuentas y hace numeritos al objeto de reducir demografía y para ello pone
cuatro remedios: pornografía, conflictos regionales, desamor y virus. Vacía las
aldeas como si fueran las cuadras de Alfeo. Labor de Tántalo. Los pueblos vacíos, se derrumban las iglesias y las
campanas de bronce se hacen cisco pues como es la campana así la badajada, pero
ya no tocan a misa. ¡Si serán
elucubraciones mías! Mis amigos me llaman negacionista pero yo me considero un
tío legal. Llegan en cayuco oleadas de emigrantes, invaden las islas, inundan
las ciudades donde viven hacinados y
expuestos al morbo cainita, que es como llaman algunos epidemiólogos de nuevo
implante socarronamente. Don Guillermo va y compra a bajo precio las tierras
pignoradas y las vende o las explota al máximo exponente. Así es como se
hicieron millonarios los Rochild con sus palomas mensajeras y sus inversiones
millonarias durante las guerras napoleónicas. La serpiente no deja de crecer y
de arrastrarse. Llena de baba o de lefa el suelo que pisa escupiendo sus fauces
el veneno de la entraña con lengua
retráctil y allí donde toca el escupitajo de la gran culebra no vuelve a crecer
la hierba. Yo la vi cómo se arrastraban por las crujías de Cuidados Intensivos
del hospital de la Misericordia de Avilés mientras una enfermera peruana muy
amable me vacunaba contra el Covid. Su voz era dulce y cantarina como el de una
sirena. ¿Por qué estás alegre, hermana? Porque hay que cantar cuando se lucha
contra la muerte. No se podía dar un paso por las salas. Los viejos ─les tocaba
el turno a los nacidos entre 1942 y 1944, éramos una buena peña de setentones
en la flor de la senectud─ como ovejas que llevan al matadero todas para el
arrastre. El rubio Sisenando ahora está muy callado pero no paraba de darnos la
murga con los chinos, quería hacer la limpieza étnica, una verdadera sarracina
como antes se llamaba y empezó a gobernar por tuiter a los chinitos les voy a
meter un brazo por una manga pues hay que ver lo que ha cambiado el mundo
cuando yo era niño los frailes repartían huchas por el Domund para que
saliésemos a cuestar por los chinos y ahora son estos hombres de tez amarilla y
ojos oblicuos, al socaire de Mao con su libro rojo y Chu-en-lai, nuestros
colonizadoras. Tecnologías punta. Llegan hasta nosotros con un libro de Mao en
el bolsillo. Es un libro rojo en caracteres chinos que lanza profecías
inexorables. Europa se ha dormido. Kaput. Morirá de su propio éxito. Son ellos
los que nos leen la cartilla de Fumanchu. A mí me parece que don Sisenando el
rubio con esa melena de camionera de la Ruta 66 un nabab del ladrillo con las
cuatro reglas mal que bien aprendidas fue el culpable en razón a que temía su
competencia, les mandó los padrinos escondido en un tarro fatal donde se
guardaba el especifico que suelto en el aire y dejado por correr por las
cañerías o almacenado en la cabina de los aviones había de causar la muerte de
millones de seres humanos. Juegan al trompo con nosotros. Promulgan la
eutanasia y aplican anticonceptivos. Sobra gente en el mundo. A pesar de todo,
la vida sigue siendo bella. Las terrazas de los bares están repletas de gente
que toman piscolabis con mascarilla. Muchos factores que yo no acabo de
entender se mezclan en este totum revolutum de la peste aviar verdadero
flagelo del género humano del que todo es confuso tanta información de
mezcolanza desinforma. Por lo visto el año bifronte dos veces veinte del siglo
XXI fue el año de Nostradamus el de gemir y crujir de dientes. No nos pongamos
trágicos. Sea lo que Dios quiera. De algo hay que morir.
LIBRO CUARTO
En 1977
agosto caía sobre Nueva York plomo derretido hubo un apagón gente quedó varada
en los ascensores los semáforos dejaron de funcionar los quirófanos quedaron a
oscuras y los pacientes agonizaban en la mesa de operaciones un caos. La ciudad
automática la ciudad que no duerme paró de pronto. Con el corte del fluido
eléctrico bajaron desde Harlem al bajo Manhattan las tribus urbanas y empezó la
gran pecorea, el looting. En la gran pecorea yo vi a morenos que
saqueaban las tiendas arramblaban con televisores lavadoras infernillos. Muchos
neoyorquinos de buena voluntad se preguntaban si no había llegado el
apocalipsis. El apagón nos hizo mascar el polvo de la derrota demostrándonos lo
frágil que somos. Se va la luz y todo se interrumpe porque el soporte vital de
nuestras ciudades se cifra sobre la tecnología. Un simple fusible da en quiebra
y adiós mis pavos que atruena. Yo vivía en el piso 24 de las Torres de Water
Side Middle Manhattan. Salí de casa y bajé a tientas por la oscura escalera.
Saludé en el vestíbulo al janitor un portorriqueño simpático
de pelo rizo en mis conversaciones mezclaba el inglés con el castellano
spanglish. Pude ganar la plaza donde estaba sentado mi amigo el rabino Yankel
que también mezclaba el inglés con el yiddish. No estaba aturdido el buen rabí que
vestía camisa blanca y una dulleta que le llegaba hasta más debajo de la
pantorrilla.
─Hello, there. How come?
─This is a signal of Apocalypses─, dije
Yankel empezó a reírse por toda la barba.
Exhibía en su atuendo personal cierto descuido pero miraba con ojos penetrantes
de Einstein. Sus barbas apostólicas estaban blancas, sus tirabuzones negros, el
zapato sucio y mal atado. Era un judío ortodoxo observante de la ley. con un
gorro imponente de felpa sobre la cabeza casi tan grande como medio paraguas,
los tirabuzones, la barba en parroquia,
los ojos tristes de tanto leer y la frente algo macerada por darse la testa
contra el muro de las lamentaciones. De las espaldas colgaba como de una percha
su sucio dulleta. Yo no comprendí cómo tan dulces personajes pueden ser odiados con tamaña inquina aunque
comprendí que si uno por uno representaban a los mansos corderos del evangelios
unidos en comandita se transforman en tigres pudiendo llegar a ser gente
fanática, toda la peña, al reivindicar la Tierra prometida. Imbuidos de ese
misticismo que desdeña los halagos del mundo y el poder y la riqueza que ellos
controlan. Ya me dirás. Pertenecía a un pueblo indestructible que seguía
vistiendo como los padres del Viejo Testamento observando su dieta y rezando la
Shemá al levantarse y al acostarse. A los askenazíes no les era permitido
hablar con un goim pero solía saludarme y conversaba conmigo. Quizá observando
con su ojo clínico y su vista gastada de tanto escudriñar los textos sagrados
que a lo mejor yo podía pertenecer a su elenco. Sabía que en España hubo
infinidad de conversos que mudaron de credo en apariencia por más que en
secreto siguieran con sus abluciones judaicas sus cantos y todos esos elementos
residuales de nuestra herencia mosaica.
─Eso es una canallada que inventaron los nazarenos.
Cristo es un veneno. El mundo no se acaba.
─ ¿Cómo qué?
El apocalipsis de san Juan fue escrito por un judío el apóstol san Juan en la
isla de Patmos.
─Ese apóstol que tú dices era un griego.
─ Paparruchas,
el mundo es eterno.
Me quedé de un aire horrorizado por la blasfemia que
acababa de escuchar. Había un supermercado en las inmediaciones y la gente
salía cargada con garrafas de agua mineral. Tampoco manaba por los grifos el
líquido elemento. No funcionaba la bomba de las cañerías. El verano neoyorquino
del 77 fue tórrido y hubo un gran apagón. Se produjo un caos en la ciudad
automática. Los ascensores no funcionaban, en el metro quedaron atrapados los
trenes de cercanías, hubo violaciones y navajazos y desde Harlem y Brooklyn bajaron las hordas de
negros y portorriqueños y asaltaron las tiendas de electrodomésticos. Se veía a
muchos individuos cargados con televisores de plasma, trajes y zapatos de marco
a lo largo de la Quinta Avenida.
Arramplaban con todo. Las hordas devastaron la gran Manzana sujeta el
expolio de la gran pecorea.
Le dije al rabino que esa idea de la impostura que
achacan los de la Vieja Ley al Salvador no era suya. La había lanzado Nietzsche
el padre del nazismo. Yankel volvió a reírse y me ofreció un pitillo Malboro
puro sabor norteamericano. Me mostró la cajetilla:
─Dime, español, ¿cuántos cigarrillos hay aquí
dentro?
─Veinte menos dos, que vamos a quemar tú y yo, dieciocho.
─Eso es. Una verdad matemática. Algo que puede
ser demostrado y probado. Vuestro Nazareno no puede demostrarse. Pudo
ser un invento.
─Un invento─ replico─ que dio la vuelta a la historia.
La cruz está en todas las partes. En las torres de las iglesias y catedrales,
en las salas de los hospitales a la cabecera de los enfermos cobijando a los
moribundos, en las aulas de las escuelas sonríe los cielos formando el arco
iris de Constantino in hoc signo vinces y se reclina incluso
sobre el pecho de las mujeres mundanas. La cruz es el Logos, la sabiduría
infinita que hace que el mundo siga girando
─ Humbug,
retórica pura retórica – dijo Yankel con una frase de Scrooges el personaje de
Dickens en Christmass Carols.
─ En ese
caso toda la Biblia es lo mismo: una historia de hazañas bélicas, o una novela
rosa con referentes epitalamios de carácter erótico como “El Cantar de los
Cantares”
Quedó pasmado ante mi blasfemia
─ Es la
palabra de Dios. Es el pacto entre Yahvé y el pueblo elegido. Algo que los
idólatras no podréis comprender. Somos el pueblo del libro y la tierra. Algún
día volveremos a tomar posesión de ella.
─ Eso es
puro sionismo
─ Yo no soy
sionista. Israel no ha de ser nunca una nación vulgar con sus parlamentos, sus
políticos, sus corrupciones, sus periódicos─ afirmó rotundo Yanquel sin perder
su sonrisa.
La ceniza del Malboro se le había quedado esparcida
por la pechera. Por debajo de su traje solar negro le asomaban las puntas de
una faja blanca las filacterias. Su mujer y su hija que presenciaban divertidas
nuestra conversación a longe (de lejos), como las buenas mujeres en el Calvario,
le hacían señas para que acabáramos nuestro intento de solucionar los problemas
de la humanidad pero al rabino le divertía contraatacar. Quizás les
sorprendiese ver a Yankel discutiendo con un goim. A todos los judíos les
encanta discutir sin pelear. Un proverbio ruso advierte que donde hay dos
judíos surgen tres opiniones diferentes. A Waterside Plaza llegaban las
voces de los depredadores que saqueaban las tiendas de la First Avenue y allí
estábamos los dos entregados a nuestras disquisiciones teológicas. Como Daniel
en el foso de los leones impávidos ante una atardecida llena de furores. El
mundo siguió marchando sobre sus ejes. Esto es la guerra. Apagadas las
televisiones, funcionaban a toda mecha los transistores de pilas, relatando los
incidentes del apagón. Creo que con esto de la pandemia Covid vuelve a
repetirse la situación de apagón que yo viví en el tórrido verano del 77.
El año 1964 con veinte años cumplidos el preuniversitario aprobado y en
segundo de Comunes con una carta de trabajo para ir a un campo a la recolección
de fresas y ciruelas (strawberries and plums) y un diccionario Collins
de bolsillo en mi macuto tomé el expreso de Hendaya. El tren iba atestado. Días
antes, en el Bernabeu Marcelino había marcado el famoso gol a Rusia, Yasin bajo
los palos, la "Araña Negra", que se interpretó (erróneamente) como un
desquite por los agravios de la guerra civil, pero España vivía un ambiente de
euforia y optimismo mirando con tranquilidad hacia el futuro. Se celebraban
los XXV años de paz por todo el país.
Eran multitud los estudiantes españoles que
habían escuchado la voz de Shakespeare. En el andén sonrisas y lágrimas y
pañuelos de despedida. Bajo la alta mampara de la estación de Príncipe Pío me
parece que se repitieron escenas como las vividas cuando la expedición de la
División Azul se puso en marcha para ir a Rusia. “Abrígate, no cojas frío”─ qué
anacronismo estábamos en pleno junio─ “No bebas mucha cerveza”, “Reza tus
oraciones de la mañana y de la noche”
─Sí, mamá.
─A ver qué hacemos, cuidado con las inglesas.
─Sí, papá.
─Escribe pronto.
─En cuanto llegue.
Muchos de nosotros íbamos a la aventura. En los
planes de segunda enseñanza dábamos francés pero el inglés se estaba
imponiendo. Era el idioma del futuro a pesar de Blas de Lezo, la Invencible, y
a pesar de Gibraltar, oh Gibraltar, tú la espina clavada en suelo español. La
lengua de Milton había que aprenderla por cojones si se quería ser algo en la
vida. Habíamos sido un pueblo germanófilo y francófilo pero nos estábamos pasando
al campo de nuestro enemigo histórico y la culpa la tuvo Franco que el 17 de
julio de 1936 estando en Tenerife se fumó la clase de inglés con una profe
particular que se llamaba Miss nosécuantos, por causa mayor. Se preparó la
gorda. En adelante Franco, un anglófilo de siete suelas, siempre padeció
de esa merma, que era un complejo de inferioridad inherente a nuestras clases
dirigentes. Tardamos casi un día en llegar a París y allí hacer transbordo
desde la estación de Austerlitz a la Gare du Nord. No tuve dificultades
porque los franceses son cartesianos, optan por la línea recta mientras los
anglos prefieren la línea curva. El inglés es sinuoso de por sí. Por eso no me
perdí en el metro parisino mientras en el londinense me costaría verdaderas
lágrimas de desolación coger el tubo que me llevó a las chimbambas dando
vueltas por la Circular Line con mi macuto a cuestas. Mi padre me había sacado
del cuartel un macuto de campaña, botas militares y pantalón caqui. La gente me
miraba como si fuese marcando el paso. Un mozo del pueblo de Fladbury donde yo
llegué le escuché decir con sorna:
─Here is the Spanish Armada again (Aquí están los españoles de
Nuevo)
─Esperemos que sir Francis Drake termine su partida de bolos para darles
una paliza.
Bajé el cabeza, humillado. Yo preguntaba dónde
estaba la estación de Paddington pero nadie me entendía y ¡yo que me ufanaba de
saber hablar la lengua del imperio¡... Gotas de sudor y de lágrimas caían sobre
las páginas de mi diccionario Collins. Aquel día lloré más que nunca.
Nadie me entendía, ni me ayudaba. Me puse a rezar acurrucado en el extremo de
un vagón pidiendo a la Virgen que me ayudara a encontrar el camino de regreso
pues maldita la hora que había yo avistado los blancos acantilados de Dover.
Quiero irme a casa. Sin embargo, después de casi dos horas de andar perdido en
el subterráneo avisté un cartel que ponía Paddington. Hacía un calor
bochornoso. Lo que más me llamó la atención fue el olor de Londres así como la
homogeneidad de los rostros impávidos, el goteo de las pisadas apresuradas, la
inmensidad de aquella urbe que olía a zotal y a ropa vieja. Me senté en un
banco y ya dispuesto a pasar la noche tendido sobre la madera con el macuto de
mis pertenecías por cabezal, cuando escucho a alguien que me
hablaba en español:
─Hola
─Buenas.
─Me llamo Pablo, soy de Madrid. Vine a Londres y trabajo de friegaplatos
y ¿tú?
─A Evesham a un campo de trabajo en Worcester. Perdí el tren y el
próximo convoy no sale hasta mañana a las diez.
─ ¿Tienes habitación?
─Dormiré echado aquí a la luna de Valencia.
─No se puede. Te detendrá la poli. Si quieres, yo tengo un sitio en mis
lodgings. Puedes venir conmigo a mi posada. No te cobraré nada. Es gratis.
No encontré sospechosa la propuesta de Pol. No
quería que le llamase Pablo en español. Pol a secas. Que me ayudó a portar mi
pesado equipaje sin asustare del estruendo de mis botas de artillero que
taconeaban con estruendo por el malecón.
─Bueno vamos.
En ese momento pasó una niña jamaicana de madre negra y padre blanco,
mezcla de razas. Londres era ─iba a ser, estaba siendo con la pérdida de las
colonias─ un melting pot. El padre iba leyendo un periódico
sábana “News of the World” y estaba entrando en agujas una máquina de
vapor. Por la ventanilla se asomaba un fogonero rubiales con la cara tiznada de
carbón. El tren era el mixto de Cardiff. Gales siempre estuvo en mi
imaginación. Era la patria de Tom Jones. Mi huésped vivía dos calles más
arriba, un cuartucho interior en sótanos que compartía con otros estudiantes.
Baño no lo había y había que mear en un sillico. Mientras meaba y me desnudaba
el tipo se quedó mirando, una mirada de lascivia que no había visto yo nunca.
Esos ojos me hacían daño y le pedí que se volviese de espaldas mientras yo
evacuaba mi vejiga. No hizo caso. Se abalanzó de pronto sobre mí queriéndome
besar.
─Túmbate ahí y yo te digo cositas.
Santo Dios. Pegue un brinco que debió de
despertar a todos los huéspedes. El casero bajó del piso de arriba en paños
menores con una linterna mientras yo chillaba con toda la fuerza de mis pulmones:
─No por Dios. A mí maricones.
Me vestí como pude y salí de estampida regresando a la estación con mi
macuto a cuestas y con mis estruendosas botas del ejército español que a esas
horas de la madrugada quebrantaban el silencio de la capital inglesa. Taconeaba
con rabia como diciendo adonde me habré metido.
Paseando junto a un furgón de correos y con las manos
puestas en las posaderas no fuera a regresar aquel infame maricón transcurrió
toda la noche hasta que tomé el tren de Fladbury. Mi entrada en Londres no fue
nada triunfal pero la voz de Shakespeare me llamaba y unos ojos acariciadores
me miraban en la lejanía. Eran los de la Suzi. Mi primer encuentro con la gran
metrópoli donde pasaría después los años más deliciosos de mi juventud no
pudieron ser más torpes. Lo mismo que el postrero cuando traté de trabar
contacto con mi hija Helen y un ucraniano quiso matarme con una flecha de jugar
a los dardos. El primero no encontró el ojo del culo y el segundo no atinó a la
cabeza porque mi ángel de la guarda puso la mano.
El campo de trabajo de Fladbury era un verdadero Lager
o campo de concentración, un invento de los ingleses en Rhodesia, maloliente,
los camastros atestados de piojos y de chinches donde nos mataban de hambre. Lo
mejor era el desayuno, palomitas de maíz y té azucarado, mientras sonaba en el
comedor la música de los Beatles. Escuché allí a los Beatles por primera vez
cantando por los micrófonos de la BBC. Soñaba con tener novia, aquellas
ojizarcas minifalderas pero a los operarios de los campos de trabajo no nos
dejaban entrar al baile y a la puerta de los pubs había un cartel que ponía
vedándonos la entrada a los temporeros: “no dogs and strawberry pickers
allowed”. Prohibida la entrada a los perros y a los
extranjeros. Aquellos campos eran la tierra de Shakespeare.
Strafford upon Avon estaba a tiro de piedra de Evesham. Había un parque detrás
de una iglesia gótica destruida por los puritanos de Cromwell donde,
tendidos en la hierba, las parejas se arrullaban y hacían el amor. Como
comía poco, yo estaba muy cansado y enflaquecí. Era un trabajo a destajo.
Llenabas una cesta y te daba el capataz un chelín. Tantas cestas tantos
chelines. Había un español estudiante de Salamanca, un tal Conejo, que
era un pícaro y a veces en cada cesta que llenaba introducía una piedra por
debajo. A veces colaba, y a veces no. Todos envidiábamos a un alemán llamado
Gunter que era una verdadera máquina. Mientras nosotros tardábamos una hora en
la recolección de frambuesas, él acababa el recipiente de llenarlo en unos
minutos. El maldito Conejo que, aparte de mal educado era un golfo, al
salir la conversación sobre la segunda guerra mundial y el tema Hitler le
dijo a Gunter a la cara que a él el Fuhrer le tocaba los huevos. Dicho esto, el
alemán tiró el cesto de las fresas, se arrojó al suelo y empezó a gritar y
a darse golpes con la cabeza. Más que llorar berreaba. Se produjo un escándalo.
Vino el warden o guardián que había sido sargento mayor en la infantería
británica, superviviente del desembarco de Normandía, y empezó a consolar al
muchacho, un detalle de la tradicional compasión británica. Por lo visto
Gunter había perdido a su padre y sus dos hermanos en la Wehrmacht y su madre
pereció en el bombardeo de Dresde. Para mí fue lo más desagradable de aquella
peripecia: la maldad de mi compatriota y la bondad del guardián del Lager. A
los pocos días pedí la cuenta y tomé las de Villadiego camino de París. Esta
vez no me perdí en el metro de Londres y dije adiós a los blancos acantilados
de Dover a toda prisa. No sabía yo entonces que haría aquel camino de ida
y vuelta a lo largo de mi vida bastantes veces, porque he de decir con
Graham Green (título de una de sus novelas) “England made me”. Es decir:
que mi carpintería mental fue construida con madera inglesa.
LIBRO QUINTO
DIARIO DE VACACIONES
1972
23 julio viernes
Fin del trimestre en
escuelas apenas se hizo nada por lo que a mí respecta. Llevamos tres semanas de
completa inactividad. Los periodos se reducían sentarse enfrente los alumnos y
mirarnos unos a otros esperando que sonaran los timbres. El tiempo no parecía
correr. Tuvimos la asamblea en el York Hall cielo plomizo calo pegajoso. No
obstante el sol hizo su aparecieron y se animaron los cánticos. El headmaster
Mr Stevenson lanzó una arenga a los chicos estrujando hasta el máximo sus
escasas cualidades dialécticas. Dijo que las vacaciones son tiempo propicio
para cargar las baterías del alma dio su despedida y expresó sus mejores deseos
tanto a profesores como alumnos tanto los que se iban como los que se quedaban
recordándoles que al paso de los años recordasen a la Armthorpe High School con
nostalgia olvidando los malos instantes y recordando los buenos. Yo no sé si
regreso a mi pueblo con las pilas cargadas. Estoy en crisis y mis problemas de
adaptación siguen en rampa.
Dirigió la ceremonia el
reverendo Kirkup de la iglesia metodista. El nombre no puede ser más clerical.
Nos confesó que él siempre escribe un diario de vacaciones que suele releer por
navidades.
Me despedí de todo el
mundo. Algunos me preguntaban si volvería. Yo contestaba que no sabía. Estoy en
Inglaterra porque tenemos casa coche y pan. Pero estos meses han sido muy
duros. Creo que por problemas de mi carácter y mi temple literario.
El profesor McAlpine se mostró taciturno. Es difícil
saber por dónde va este escocés. Son los escoceses como los gallegos. Te los
encuentras en la escalera y no sabrás nunca si sube o baja pero yo me he
portado mal como dijo el director Stevenson tengo teething problems o problemas de dentición en el aula. Aun no
me han salido los colmillos Me entrego
al mutismo. Antonio no habrás tanto la boca que te la paparán las moscas.
Aspiro a la serenidad y a la continuidad.
El cuentakilómetros
marcaba 10112 millas cuando iniciamos camino a las cuatro de la tarde. El mini
se portó bien, consumía kilómetros como un jabato al enfilar las rampas de la
A1. Al principio no pasaba de las cuarenta millas pero aceleré a medida que nos
íbamos acercando a Londres mientras cantaba una balada popular de Tom Jones el
tigre de Gales... to touch the green grass of home.
No funcionaba el ventilador.
Así que abrimos la ventanilla. Me causa mucho dolor recordar estos azares.
Tengo de aquel fracaso espinas clavadas en el corazón y duele desenterrar los
recuerdos punzantes pues todo fue por mi culpa... por mi gravísima culpa. Fui
un fementido. Con Suzanne no me porté bien. Olivia apenas durmió a pesar de que
su madre la embutió en un saco de dormir. Llegamos a Hornchurch a eso de las
nueve de la noche con 10242 millas. Entre mi casa de Edenthorpe y la de mi
suegro hay una distancia de 132 millas.
Otra vez la paz y el
silencio de Harrow Drive. En las noticias de las nueve Ludovico Kennedy
entrevista al jefe de prensa de la OMS acerca del estallido de cólera en España.
Pese a tales reparos epidémicos, la gran masa de ingleses se desplazará a la
Costa del Sol. Mi suegro me pregunta si no será peligroso por la niña y yo me
encojo de hombros. La costa del sol para estos isleños cloróticos y desmedrados
se muestra como un paraíso a despecho de las campañas de descrédito antiespañol
que suelen airear los diarios ingleses por estas fechas.
Los rostros de la
gente del condado de Essex todos parecen iguales; humanidad trabajada por un
siglo de revolución industrial, pelo lacio, los ojos chiquitines el gesto
desabrido entre chusquero y gremial. Las muchachas de buena pernamenta. Ha sido
todo un descubrimiento la minifalda.
Mary Quant dio realce a la buena figura de las inglesas, al descubrir que las
mujeres de estas Islas poseen unas patas olé. Por algún lado ha de manifestarse
la rebelión años 60. Las británicas dejaron de ser bolsas de agua caliente para
sus maridos en la cama.
24 de julio sábado
santa Cristina
Olvidé en Doncaster la
agenda de direcciones… pequeña gresca con Suzanne no pasa nada. Al fin
telefoneo a la agencia EFE en Londres. Caño no estaba ni el sustituto supo
darme sus señas y direcciones. He comenzado en el sentido barojiano de la
palabra la Busca y la lucha por la vida. Lo cual significa que no podré saber
si aceptaron mi colaboración sobre el diácono un hombre casado del Yorkshire
que ha recibido las ordenes de diacono un tal señor Green. Me gasté más de diez
libras en la elaboración de la información. Por primera vez desde la Reforma un
hombre casado puede administrar sacramentos. Caño no se molestó el cabrón en
enviarlo a Madrid como me prometió… Miedo a la competencia o simple mala uva.
De todas las maneras yo voy a comprobar los hechos en la calle Ayala 5, donde
está la central de la agencia de noticias y lo que sea sonará vaya si sonará.
Paseo por Hornchurch y
voy de tienda en tienda en busca de un mapa de carreteras de Francia. No
encuentro el itinerario por mala fortuna pero me tomo una pinta en el
“Cricketers” y otras dos en el “Harrow”. Me encuentro bien de ánimos y con tres
litros la rubia cerveza en la barriga se me da la baza de mirar al futuro con
cierto optimismo. No quiero que nadie me gobierne. Regreso a España para volver
a Inglaterra. Tengo que persuadirme a mí mismo de que triunfé en la empresa. No
soy un derrotado. En el Cricketers el amo de la posada era un tipo
delgado alto con la raya en medio no muy comunicativo pero perfecta imagen de
una película años 30; las gentes al envejecer se llevan consigo ritmo y
maneras. En el lounge del Harrow había un loro enjaulado que propalaba
consignas de las Trade Unions y llamaba hijo de soltera a quien le parecía o
cosa así. En el salón había un viejo piano de cola para tocarlo en las grandes
reuniones y fiestas de solemnidad. Las gentes de Hornchurch, no es que
destaquen por su belleza. Dice mi suegro que la gente peor encarada del mundo
se pasera por Romford Market los martes a primera hora. Las gentes al envejecer
se llevan todo consigo, ritmo y maneras. En el Harrow había un loro que
alegraba las veladas del pub, mientras los clientes consumían su pinta el
lorito no paraba de llamarles cabrones.
Incluso se metía con
la Reina. Aquí uno se siente masa pero no nos pongamos tristes pues no hay
razón para ello. Pensemos en cambio en las muchachas en flor cuando acabo de
cumplir los veintiocho años, acabo de tener una hija, estoy en la plenitud de
mi existencia.
Anoche tomé sardinas
en lata y me levanté con ardores de estómago. Mañana saldremos camino de la
dulce Francia. Tomaremos el ferry en Dover. A ver el minicooper como se porta.
No puedo pegar ojo y aquí estoy asomado a los renglones de este cuaderno
escolar donde escribo lo que se me ocurre. No es un dietario al uso pero los
ingleses me han enseñado que son minuciosos memorialistas. Son las dos de la
mañana, paz completa en Harrow Drive. Me bullen grandes planes en la cabeza.
Casi toco con la punta de los dedos, los dedos de Isis la diosa, me siento
sublime, pero todo se derrumba cuando arrecia la depresión.
Dick Howells rindió su
consuetudinaria visita de los sábados. Es un galés y Suzanne dice que todos los
galeses tienen el perfil de jilguero, son buenos cantarines, nunca aves de
rapiña. Es un hombre en el buen sentido de la palabra bueno. Me dijo:
—Vivo como si fuese el
último día de mi existencia
Nunca me resultó fácil
escribir. Tengo que darle cien vueltas al palo, frotarme las manos. Estrujarme
las neuronas, un café, varios cigarrillos y a contar historias. Consciente de
vivir en una época demasiado cómoda, sin guerras, sin hambre (En España todo
era sencillo aquellos días) pero buscando un mundo mejor. Sentía pavor a la
enfermedad. En Madrid cuando acababa el último curso en la Facultad una amiga
de la familia María, la de Urueñas la viuda del brigada Galo, caído en la
guerra civil compañero de mi padre, enfermó de cáncer de ovarios. Yo tenía que
levantarme a las seis de la mañana para sacarle el número de la consulta del
oncólogo en el hospital militar de Gómez Ulla. Aquello supuso un trauma porque
la María fallecería a los pocos meses. La tuvimos en casa casi hasta que
falleció. Empezaron a aquejarme las depresiones y se me declaró una infección
bucal que tuvieron que extraerme un paleto y dos colmillos. Desde entonces tuve
que llevar un aparato. Empezaron mis complejos. No me atrevía a sonreír y tuve
la sensación de que no me querrían las mozas que nunca tendría novia. El
maldito complejo se desvaneció al conocer a Suzanne que me amaba tal como yo
era. Fue un amor intenso. Después de conocernos en Hull y cuando regresé a
España la escribía casi todas las semanas. Este incentivo de amor epistolar
donde puse a contribución y toda la carne en el asador de mi fantasía y de mi
poder literario determinó el enamoramiento. Lamento no conservar aquel mazo de
cartas de amor.
Mi madre las quemó
Yo era un triunfador.
Así y todo, en mi interior yo sentía mis dudas de si sería capaz de hacerla
feliz a la mujer más bella de Inglaterra. Afloraron mis complejos, mis
inseguridades que trataba de combatir con la cerveza. He sabido mucho después
que soy un alcohólico intermitente.
—“You Always are
trying to proof yourself. Why?
Tal pregunta me dejaba
descolocado. En medio de mis dudas y
vacilaciones partiendo de mí nunca de ella tuve que enfrentarme a mí mismo.
Quiero ser escritor.
Algún día mis obras
serán un tema de coloquio en los periódicos y en las revistas literarias. Seré
famoso y tú estarás a mi lado siempre. Seré tuyo hasta mi último suspiro.
Cuando yo muera, serán tus dedos los que cierren mis ojos. Por eso me esforzaba
en aprender leyendo todos los libros que caía en mis manos. De los ingleses
aprendía el “endeavour” la fuerza del empeño y los jesuitas me enseñaron el
“cunning”, la picaresca. Yo quería ser un caballero andante un nuevo Palmerín
de Inglaterra y cabalgar por el mundo a lomos de mi Rocinante rescatando
doncellas del ultraje pero comía ajos y tenía los dientes malos. La realidad
desbancaba mi idealismo romántico. Estaba abocado a las depresiones ¡pobre de
mí! La más fuerte la que me dio en marzo de 1971, precisamente cuando mi mujer
tuvo los primeros síntomas del cáncer tiroideo del cual yo me sentía culpable.
Estuve casi diez días en la
cama sin moverme sin comer ni beber como en una campana de cristal y en el más
augusto de los desdenes.
—“Dont be sorry for
yourself, dont take no for an answer”.
Lady Suzanne era la
mejor consejera pero la hice sufrir. La decepcioné cuando se dio cuenta de que
aquel Tony de las cartas no era el hombre que ella había soñado. Al regresar de
la escuela en la espaciosa sala de estar me sentaba en una mesa de roble que
compramos, ponía música en el radiograma y empezaba a escribir siempre
horrorizado de la página en blanco. Un sábado garabateo este poema que conservo
en mis cuadernos olvidados:
Llego a la página
cincuenta
Señor, y he escrito
tanto
El poder mío es finito
y microscópico
Reflejo del afán de un
enano
Ansiedades mías
Fragilidades mías
Soy una caña
destrozada por el viento
Un corazón solitario
Conseguí con too y eso
Llegar a la página
cincuenta
De este pobre
epistolario es un éxito ¿Triunfaré?
¿Fracasaré?
Eso no me concierne
Será lo que dictaminen
los jurados Heme aquí pobre cucaracha literaria
Despreciable gusano
Avanzando por las
páginas
De mi cuaderno en
blanco
Con patitas
entumecidas, vacilantes
Y me pregunto:
¿Esto valdrá para
algo?
Colecciono palabras
del abracadabra
Solfeo partituras en
mi menor
No me traicionan los
pensamientos
De ellos buen amigo
soy yo
Hoy escribo un
epitafio al general de Gaulle
Quiero examinar las
células
Quiero ver pisar el
vino
Mi vida es un torbellino
Y poesía cada día
El pájaro pinto te
llevará en sus alas
Helen niña del alma
Si no te duermes
llamaré a la grulla
Que te mire con sus
ojos que pasman
Duerma Elenita
Que el mundo es un
cajón deshabitado Que el ciempiés tiene cien patas
Que los caballos se
han ido tritones
A galopar por el
espacio
Durme, y durme, niña
del alma
Yo te arrullo y te
canto una nana
Cuando mi niña crezca
la llevaré a la feria
La compraré un pony y
una guitarra
Cabalgarás sobre la
trompa de un cínife
Y dirás hala,
caballito, hala
Me espera la niebla
Los periódicos
Y la botella de leche
Pasteurizada
Que deja el lechero
Viajando en un coche
eléctrico
En el zaguán de la
portada
Es la belleza de la
aurora inglesa
Paisajes llanos con
alma
En San Juan de
Beverley repican las campanas
Ora a clamor, ora a la
misa del alba
Que dice deprisa un
cura anglicano
Con su voz cavernosa
se come
Muchas palabras
No hay cosa más grande
que poseer una bicicleta
Y pedalear sobre la
marcha
Camino del trabajo
`por la senda del briddle path
Allá la buena de Mrs.
Peak prefecta de estudios me aguarda
El mes de octubre es
claro
Como el ojo de una
avutarda
Las nubes traen
mensajes invernizos
De lluvias
intempestivas
Cuádrate, chaval,
ponte la bufanda
Y el jersey que te
tejió la Suzi con sus dedos de hada
Galopan los castillos
de piedra blanca hacia las montañas
No pararé hasta llegar
a mi casa
El proyecto de lenguas
de la Universidad de York para el cual yo trabajaba en aquella casona de estilo
georgiano cercana a la puerta de Micklegate
pasado el río Ouse cerró sus puertas. Eran los tiempos en los cuales
Inglaterra abría las puertas al mundo y el gobierno Laborista acariciaba un
plan para enseñar diferentes idiomas (francés, alemán, italiano, español y
ruso) en los institutos de segunda enseñanza: Comprehensive Schools y Public
Schools.
Lo pasé mal pues la
carta de despido llegó el 21 de mayo de 1970 al día siguiente del nacimiento de
Helen. Gracias a Dios el jefe del Departamento Mr. Rowlands tuvo la bondad de
hablar con las autoridades educativas del condado del Yorkshire, reconocieron
mi título universitario para enseñar en un colegio de secundaria en Doncaster,
localidad cercana a Wilberfoss. Nos dieron una casa estatal (council house)
protegida de renta baja, cerramos la de Wilberfoss un bungalow que me llevaba
parte del salario. Para ahorrar dinero yo solía acudir al trabajo en autostop.
Tuve muchas aventuras que no quiero explicar aquí pero que me facultaron a
conocer la idiosincrasia de los ingleses del Norte. Buena gente. Hasta asimilé
su acento y los amigos me decían si era irlandés pues se me notaba la
vocalización "brogue" que arrastra las erres, otros que si era judío
pues mi locución era algo nasal como la de los hebreos. Yo estaba decidido a
quedarme a vivir en Inglaterra para siempre y llegué a dominar el inglés casi
como los propios nativos. Seguía picándome el gusanillo del periodismo.
Envié varios artículos
a The Guardian que fueron rechazados e incluso escribí aplicaciones para
colocarme en la BBC en el Departamento de español. Hice una buena entrevista y
yo creía haber ganado el puesto pero también suspendí. Por lo visto era jefe de
aquella sección un catalán que se llamaba Rafael Sala ferviente catalanista y
él debió de olerme los zancajos franquistas con los que he ido siempre por el
mundo, con la frente muy alta. Levantamos la casa los pocos enseres que
teníamos y Suzanne que había sido feliz en Wilberfoss en aquel chalet al lado
de la autopista casi debajo de unos cables de alta tensión. La llanura de
Pocklington y su campiña se veían desde la casa, pero la Suzi encontró difícil
acomodarse a Doncaster ciudad obrera ella que venía de una aristocrática
familia londinense. La coucil house tenía un jardín trasero delante de
un campo de fútbol. De dos pisos arriba la cocina el lounge y dos
dormitorios un servicio con baño. El barrio un suburbio de Doncaster se llamaba
Edenthorpe que viene a ser algo así como el collado del Edén. A mí me gustaba
aquella gente. Todos me ayudaron pero yo tenía dificultades de comunicación.
Les enseñaba a los niños canciones y villancicos pero un día alzó su dedo
índice en alto se levantó uno el más pequeñito de la clase hijo de minero que
se llamaba Pailing y me dijo:
─Why do I want
to learn Spanish, Sir, if I go to be all my life in the pit? (para qué demonios
quiero saber yo español, señor, si me voy a pasar la vida abajo en la galería
de la mina)
Aquella pregunta del
intrépido y avispado Pailing me descorazonó acabando con mi decisión de ser un
benigno teacher en cualquier escuela del Reino Unido. Eran los tiempos de las
"packet holidays" y muchos de los padres de mis alumnos habían
pasado temporadas vacacionales en la Costa Brava, Mallorca y Benidorm,
coincidiendo con el boom turístico. Otrosí, Suzanne empezó a sentirme los
síntomas de una enfermedad grave que la llevaría a la mesa de operaciones en
poco tiempo: picores, pérdida de pelo, ojos saltones, pescuezo inflamado, el
cuerpo hinchado. Había llegado la enfermedad. Era un cáncer de tiroides. Dios
mío. Un día al llegar de dar mis clases la encontré llorando en el sofá y me
dijo algo que me destrozó interiormente:
─You brought me
bad luck. Tú me trajiste la negra.
Yo era el culpable de
aquella enfermedad. Habíamos pasado un drama antes de casarnos. La boda por la
iglesia había sido suspendida y se hizo en el jugado de Hounslow. !Pobre Mr.
Hugh qué bueno y qué paciente fue conmigo! Tuvo que aplazar la ceremonia,, los
gastos del banquete, todo. Su madre Mary Joseph sufrió muchísimo. La razón de
aquella desacertada decisión por mi parte la tuvo mi madre que se opuso como
una loca. "Tú te vas a casar con una puta inglesa". Pobre Mr. Hugh,
un caballero, un santo varón. Ahora, pasados más de cincuenta años, perdono a
la que me dio el ser y pido perdón a mi suegro el pero a mí mismo no me
perdono. He de confesar con versos de León Felipe "suplicaré perdón a
mucha gente pero soy incapaz. Todos aquellos que me podrían perdonar están
muertos". Recojo del calepino lo que escribía yo en mi dietario personal
promesas deslavazadas, un grito en la oscuridad que me llena de remordimientos:
Recapacitando, al mirar atrás, a la hora de poner en la balanza los
hechos buenos y los malos, los triunfos y los fracasos, en medio de la
efervescencia de aquellos amores─ yo era un ingenuo joven recién casado que
desconocía las reglas inexorables del juego pues creía que todo el mundo era
bueno en la Inglaterra de mis sueños a tenor con el título de una novela de
Graham Green "England made me". Aprendí dos palabras casi
inexistentes en el vocabulario español: "compassion" y "coziness".
(Piedad hacia los otros y vida confortable)
Confío que cuando llegue la hora de comparecer ante el arcángel
Psicagogo el que pesa las almas poniéndolas en la romana del día del
Juicio. Según el resultado del pesaje y lo que marque el fiel de la "statera"
se inclinándose del derecho (rebaño de los corderos; izquierdo en el
tropel de los cabritos), les llevará al infierno o al cielo. Que me
conceda el pase de pernocta al Paraíso por toda la eternidad. La compasión es
una prerrogativa del cristianismo anglicano que consiste en ponerse en los zapatos del otro para comprender
las razones que lo llevaron a un determinado modo de proceder. Es lo contrario
que el avieso y envidioso del temperamento inquisitorial español. La "british
compassion" resulta del desencanto de sus guerras de religión
medievales: la guerra de los cien años, la de las dos Rosas, la revolución
social que supuso el puritanismo de Cromwell y la Reforma. Un paso más y nos
encontramos con el parlamentarismo. Por cuya causa la democracia funcionó
siempre en el país y ha sido siempre un desastre en España. El concepto
"coziness" intraducible al castellano tiene que ver con el confort,
el aislamiento. Los ingleses llevan una vida de hogar, se embrocan en su hogar my
home is my castle. Basta un pequeño jardín and a little plot of land
cerca de la tierra para cuidar sus rododendros. No les gusta la vivienda en
vertical, aborrecen los pisos, sólo en Londres viven en flats y esos
penthouses que denominan los norteamericanos condominios. El sentido de la
independencia y la privacidad es para ellos un mandamiento sagrado.
Puerta por puerta de nuestro bungalow vivía un matrimonio de
jubilados. El marido Mr. Blackburn había trabajado toda su vida en una mina de
los Midlands y al alcanzar el retiro se habían retirado a vivir a la casita de
campo invirtiendo en la vivienda todos los ahorros de una vida. Yo por mi pelo
largo mi aspecto bohemio mi abrigo de la Navy comprado en las rebajas y mi
bufanda de estudiante de la universidad de Hull debía de levantar alguna
sospecha de contestatario y además extranjero. Yo lo notaba al pasar cuando iba
y venía en auto stop enfrente de la casa de los Blackburns donde día una señora
austriaca muy católica pero muy alcahueta y murmuradora debía de ser algo
nazi. Sin embargo, con los Blackburn no tuve ningún problema. Les daba los buenos
días o las buenas tardes. Y ellos me los devolvían con una sonrisa.
─Good morning Mr. Blackburn
─Good morning, Mr Parra
─Nice day isnt it?
─O yes
Yo le sentía salir al jardín a fumar un cigarro para pasar inadvertido
con su mujer que se ponía de uñas cuando lo sentía toser. El antiguo minero
padecía de silicosis y el doctor le había prohibido el tabaco. Ellos eran
conscientes de que nuestro matrimonio había sido un matrimonio a cañonazos (shotgun
marriage) lo cual no era bien visto en aquella aldea del Yorkshire de ideas
tan conservadoras. Sin embargo, cuando Suzanne le faltaba a una barra de pan o
un ajo Mrs. Blackburn la socorría con generosidad. En casa no sabían que yo me
había casado. Pensaban que había ido a Inglaterra en viaje de estudios para `prepararme
a las oposiciones en España. No teníamos teléfono, la tele alquilada, sólo una
aparato de radio que le había regalado su abuela a Suzanne. El día del
nacimiento de mi hija Helen me vieron muy emocionado. Yo lloraba de tristeza
porque había contraído matrimonio sin la autorización de mi madre que era la
que llevaba la voz cantante y de alegría pues para mí aquella tarde había sido
la más feliz de mi vida. Mr. Blackburn me ofreció a Mary Heagerty y a mi entrar
en su casa. Me ofrecieron una taza de té y le pedí a mi vecino si podía
telefonear a Madrid para anunciar a mis padres que eran abuelo.
─Sure, Tony. Why not
La llamada costó diez libras y el pobre Mr. Blackburn no me las cobró.
He was a good neighbour. El hombre de la parábola del buen samaritano.
Carrión
El zancarrón de Mahoma
Pájaros vienen de mal
agüero
Yo me disperso
Dios ¿por qué escribiste
Nuestros nombres en el
cielo?
Las letras estaban del
revés
Y nos dispersó el
destino
Juegan a la guija mis
pensamientos
Tres en raya
Yo me quedo
Tú te llevas el mal
fario
De la augusta diosa
Del calor nace la
hierba
Abriéndonos estábamos
a un horizonte de colores
Pero no era el mundo
como tú y yo lo soñábamos
Valió la pena la
aventura
No mires cómo vuelan
Los buitres de tus
pensamientos
Carrión
Doblón
Tres esquinitas
Tiene mi cama
Cuatro angelitos
Que me la guardan
El viento mueve las
cañas
Una perra chica
Te daré por un beso.
Un cínife vagabundo
Pasó moviendo sus
élitros
Carrión
Plastrón
El zancarrón del burro
muerto
Parra, parrilla, te
pegó tu madre con la zapatilla
Las ideas vuelan por
tu cabeza disparatadas
Cuando se conduce
Siempre hay que pensar
en algo
Yo me quedo
Heagerty y Heeney
Amarga cerveza negra
Que bebí de mozo
Una barrica y un
tonel.
Acabó la espicha
E hicimos cacharritos.
Apellidos trotamundos
Arribando a la verde
Erín
Flores que se lleva el
viento
Tú estabas subida al
olivo
Escalé la cucaña
Y gané el quiñón
De tu sonrisa en la
orla de tus labios
¡Qué tiempos!
Atardece
El sol envía
Rayos de ausencia
Quiñón, carrión
Cantón
De sopetón
Bajaron las ninfas
A bañarse desnudas
A las aguas pandas del
río Ivel
Cambridge con todo su
poder, a mano izquierda
Cuando conducíamos
hacia el norte
Mi mini Cooper se
sabía el camino
De aquel soñado
Hornchurch
Un pís, una taza de té
en el apeadero
Y nuestra niña dormía
en tu regazo
Millas y millas, rubia
y pecosilla.
Leguas y leguas
Varas y veredas
Yardas, millas y
verstas
Kilómetros y
kilómetros
Anochecido, llegábamos a los jardines de Doncaster
Una casa, un hogar, una taza
de té
Y yo me sentía
centauro sobre aquel caballo de hierro
Písale bien.
¡A fondo el pedal del motor alado!
A modo de Quirón
cabalgaba sobre el mundo.
La Old Merry England
un lecho de flores a nuestros pies
Empuñando el volante
como las riendas de una cuadriga.
Doncaster carbón y
plomo
Los castilletes de la
mina
Besados por la lluvia
Buena gente obrera
Señor, danos tiempo y
gracia
Mientras esperamos
Las particiones del
Amor
Esa herencia que dicen
que nos legas
Ando por las calles de
una ciudad desconocida
Que me acoge
Soy un refugiado
Acaso un judío errante
Portando en mis
adentros
Las contradicciones y
reparos
De un monólogo
interior
Me paro a pensar
mientras voy
Por Doncaster ligero
de equipaje
Una hija nos ha nacido
y mi mujer está enferma
Hay niños en el corro
Que esperan la redención
del viento
El dulce soplo de los
sueños
Jugando en los
suburbios
¿Mañana qué serán?
Quien les dará pan
Quien les dará amor
Barrios de emigrantes
Suburbios de esta
vieja ciudad romana
Cerca de la estación
El pitido de los
trenes me despierta en la noche
Vuelan los fantasmas a
través de mi imaginación
Prorrumpen en
carcajadas
Tienen rostros
tiznados de carbón
Beben cerveza en
Friday Night
Y llevan sobre las
espaldas el peso del mundo
Son la fuerza motriz
que mueve el movimiento
En Doncaster a 21 de
julio de 1970
A los que se llaman
como yo
Mi nombre es vulgar
Frondosa parra sin
uvas
Miles de hombres que
se llaman como
No los conozco
Estoy en el exilio
Alma herida de
fracasos
Bebo en la fuente del
silencio
Aguas turbias
Vivo donde río lloro
muero y paso
No le importo a nadie
Pero nuestra esencia
es universal
Todos reverberamos en
la luz de un espejo
Universal
Yo solo soy piedra
matorral y monte
Me llamo Parra y me
gusta el vino
Vengo de la cepa del
Rey David
Desgrano los dieces de
un rosario de versos soñados
Que nadie escuchará
Vayamos con la música
a otra parte
La barca navega sin
rumbo
¿En qué bajío
encallará?
Llegadas las navidades, Helen, me entran el morbo, lleno de pujos
melancólicos de Dickens. Se me aparecen Scrooge y Mr.Ebenester y su
cuadrilla de desharrapados walking the London streets and saying:
"Humbug". Todos son tonterías. La vida pasa y el cielo no se
apiada de nuestros dolores y nuestras súplicas. Debe de ser la nostalgia del
Xmas pudding y aquellas nochebuenas junto a tu madre en la casa de los abuelos
en Hornchurch que no volverán. Hacia ellos llenas de compunción y
arrepentimiento mis plegarias vayan, y les pido perdón por el mal causado por
mi inconciencia e incompetencia como padre y como marido. I wasn´t suitable
to make you and mum happy. Sin embargo el barrenillo o gusanillo de la
conciencia siempre vuelve por estas fechas cuando las calles se iluminan y a la
puerta de los grandes almacenes pascueros vestidos de rojo y barba blanca ho
ho ho aparecen a las puertas del Corte Inglés y los supermercados; yo me
pregunto que qué tendrá que ver el nacimiento del Salvador con el consumo y la
venalidad de nuestra sociedad deseando gastar y comprar. Así es. Afloran las
olas de los recuerdos. Para conjurar ese dolor suelo entregarme a las debacles
báquicas. Pues dicen los entendidos que el líquido elemento mata las penas. Vinum
bonum laetificat hominum (El Eclesiastés) no sé si será cierta esa
admonición bíblica que suele aplacar los escrúpulos de los borrachos. Aquí
estoy fumando mi pipa como hace tantos años. Mi cachimba es una compañera de
trabajo y acudo a su ayuda para que ilumine las fuentes de mi inspiración, asaz
secas en verdad, pero mi chiscón, búnker, chabola biblioteca o fumadero tanto
como oratorio asimismo me proporciona distanciamiento del mundo y en esta
reclusión vivo, añorante del amor perdido.
Soy pájaro de un solo nido, tuve en la vida un único amor tu madre la
dulce Suzi de los ojos bellos y un sentido del humor londinense. Verdad es que
conocí a otras mujeres y estoy casado con una que me dio cuatro hermosos hijos
(no sé si habrán salido de mi fabrica pero al menos yo pagué el bautizo) y a
veces recapacito y una voz me dice interiormente "eres un afortunado tío,
fuiste amado por la mujer más bella de las Islas Británicas y lo echaste todo a
perder". Pues sí. Hay un refrán en español que lo certifica: "De lo
que te di con putas y gañanes yo lo perdí". Ah la Navidad ¡qué solsticio
más triste! Son los idus de diciembre cuando los romanos encendían faroles por todo
el imperio para invocar a Saturno, el dios de la oscuridad para que aplacase
sus iras y permitiera el regreso de la claridad allá por la Epifanía el seis de
Enero. Mientras en mi bunker yo inhalo el humo de mi pipa a mis 77 años. Me
convertí a la pipa, dejé los cigarrillos viendo fumar a Harold Wilson, aquel
primer ministro del año que tú naciste. De ninguna manera justifico este
maldito vicio de la hoja del tabaco pero me ayuda a sentir compasión de mí
mismo, a soportar con entereza las contrariedades del destino y tal vez a soñar
en un mundo feliz. En verdad no fui feliz, más bien un escritor fracasado,
romántico empecinado en acariciar el cielo con las manos. Cuando lo intentaba
una nube se interponía en el camino y yo caía en el abismo. Otrosí, tuve mucha
suerte pues como decía tu madre "you always land on your feet".
Llegué a alcanzar las cotas más altas de periodismo con mis dos corresponsalías
para ponerles los dientes largos a mis enemigos. Que los den con un canto en
los dientes. Fumar o no fumar that is the question. El tabaco se ha
convertido en el terror del milenario. Abstemios o fumadores todos la palmamos.
Obsesionados con dar de lado a tal flagelo se creen los muy ilusos que es la
entrada de las puertas de la inmortalidad. No saben que una cuarta más arriba o
una cuarta más abajo aquí no va a quedar nadie para simiente. Ellos, en cambio,
duro que te pego, no fumes que te mueres. Claro que me moriré cuando me llegue
la hora. Han vuelto los inquisidores.
La Spanish Inquisición llega de la mano de estos entusiastas de
una vida sin humo. ¿Y la contaminación del óxido de carbono o los pesticidas?
Siempre hay un enemigo a batir y las furias antitabaco sirven de tapadera para
ocultar otros males como el humbug, el desamor, el egoísmo, la
insolidaridad en que vivimos. Nos quieren quemar vivos a los fumadores. A mí me
causan hilaridad tales desatinos. Ciertamente, mi padre murió de enfisema y tu
abuela Mary Joseph Heagerty esto es Mrs. Hugh fue víctima del tabaquismo pero
yo creo que murió de pena a causa del disgusto del fracaso matrimonial nuestro
y tu abuelo Mr. Graham Hugh Dios lo tenga en su reino era un justo de Israel
murió por causa del tabaco aunque este no fuera agente sino una enfermedad
laboral trabajaba en la city en una empresa de importación de maderas
finlandesa y el serrín que despiden los troncos al ser cortados desencadenó el
mal en sus pulmones. Cuando vivía en Reino Unido puedo asegurarte la marca de
las hojas que fumaba. Empecé con Number 6 muy baratos o Benson and Hedges para
los domingos y días de fiesta. A medida que fui ascendiendo en la escala social
tiraba de Woodbines y cuando supe que era lo que fumaban los mineros empecé a
tirar de Navy Players un especifico egipcio, los paquetes venían envueltos en
papel de plata y los cigarrillos eran ovalados aspirándolo me colocaba y
su humo me dolía la cabeza. En Londres los puritos panatelas me ayudaban a
terminar de escribir la crónica que yo mandaba desde el télex en mi casa de 41
Roland Gardens el piso bajo (siempre he trabajado en un alguarín con luz
eléctrica pues la cenital no me inspira) y ahora mi marca preferida para la
cachimba es Brookfield que apenas se encuentran pero ayer fui al Corte Inglés y
allí tenían. Creo que el tabaco ha sido el consuelo de mi vida. Fue mi
salvación en los momentos difíciles. Espero que no sea mi perdición. Mamá
también fumaba. Espero que lo haya dejado. Te escribo, querida hija, a humo de
pajas sin saber si esta carta será leída pero seguramente será del gusto de ese
robot de Google que controla mi quehacer desde los Estados Unidos; ayer casi
diez mil visitas. He tratado de buscarte toda mi vida hasta entré en los chats
porno para ver si alguna de esas pájaras se parecía a ti. Qué horror mi hija
convertida en una de esa lagartas que enseñan el culo y el ojete por la red a
cambio de un dólar. No tú no podías ser una de esas. Tú has debido de ser igual
que tu madre, una rosa inglesa, alegre y fragante, llena de vida y de buen
humor. Te deseo que pases una feliz Nochebuena en compañía de la gente que te
quiere. Yo también te quiero pero estoy muy lejos. Daría años de mi vida para
que el implacable reloj de la vida diera marcha atrás y no haber abandonado
Inglaterra. Tú tendrías un padre que ahora anda perdido pero en mi corazón
estás presente todos los días. Mis oraciones la elevo al Altísimo para que te
proteja en las horas altas y bajas de tu existencia. Estoy ahorrando para que
cuando me muera seas heredera universal de todos mis bienes más de seis mil
libros y papeles, la mitad de esta casa y de la otra que tenemos en el campo.
Sería una forma de hacer justicia al gran agravio. Sé feliz querida Helen,
cuida de tu madre y no pienses que estás sola en la vida. Evita las depresiones
y ven a España. Tu padre te recibirá con los brazos abiertos aunque tal medida
me cueste el divorcio. Vivo con una señora a la que no amo. Es una extraña para
mí. Pero bueno. Cosas de la vida.
Hoy san Andrés y recurro como Amiel, agostado el filón de la
inspiración, al mundo lineal y cuadriculado de esos diarios que uno se propone
acometer sin que se materialicen los buenos propósitos. Un año y diez días han
transcurrido desde que abrí este archivo. En verdad, no creo que lo conseguiría
pero he dejado de fumar y de beber, a resultas de una crisis en la que no hago
más que pensar en la muerte y en la que se me demuestra lo baldío de mi
existencia. No se puede decir que haya tenido mucha suerte con la literatura
siendo yo por otro lado un decoroso factor del cultivo de las eminencias
literarias pero los tiros iban por un lado y los estampidos por otro y así no
hay manera. He adoptado también otra resolución la de adelgazar, que no es
manca a efectos de mi bulimia pero quisiera darle al psiquiatra con una canto
en los dientes. MJ dice que cada vez ando más inclinado, que me va a comprar
unos tirantes para sujetar esa espalda ladeada a los efectos de una cifosis
severa, las radiografías lo muestran, que comenzará como tantas y tantas cosas
en la infancia o en la adolescencia. Es cierto cada vez me parece que estoy más
vencido. “El Cero y el infinito” en versión de Eugenia Serrano Balnayá
(tomé copas con ella en el Gijón) todos tenemos un poco de Rucbachof. Todos
estamos condenados a muerte. He aquí el poder profético o mesiánico del hecho
literario. Rubachof pudiera ser también Gorbachof. Los creadores de la
invención ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Muchos textos, es
maravilla, al cabo de los años, tomaron aires de presagios cumplidos.
Dinamitaron el comunismo desde dentro y ahora nos encontramos en el Efecto
Falena que no es otro que el de la mariposa. En la conferencia de Reikiavik un
rabino sonreía a los pies del volcán mostrando la Torá envuelta en faldellín.
Sonrisa mefistofélica del que ha ganado la partida. Cuando vieron que ya había
cumplido su misión en Rusia cambiaron de senda. Hubieron de pasar por cerca de
cincuenta millones de cadáveres. El comunismo tuvo que ver con la Apocalipsis a
consecuencia con las guerras que desencadenara pero en esa misma dirección de
una forma más deletérea e intensa fue la revolución acontecida en 1989. Un
producto del agit prop universal. Como todas las revoluciones tendrá su efecto
estrambote. Tendrá que haber muertos. Hoy san Andrés la nieve en los
pies. Justo a un año vista de que me salvase por los pelos. Mala cosa el beber.
La dictadura libertaria que estamos viviendo es también una mascarada. Ay de
los vencidos. Pobres de aquellos a los que la historia hunde en el polvo. Me
sigo acomodando a vivir en una campana de silencio. La muerte de Rubachof está
descrita de una manera genial. Al cabo de los interrogatorios sólo deseaba una
cosa dormir y soñar en la Arlova. La muerte no es más que dormir. Es el letrero
que impera en el cementerio de Paris donde están enterrado Robespierre y sus
cofrades. Quizás sea como entrar en una especie de sentido oceánico, unidos
todos a la totalidad del ser divino. Hoy sábado conduje hasta Majadahonda,
compré unas pastillas. Hacía viento pero se estaba bien al solillo
La soledad es un pájaro de fuego que crece mar
adentro. Podría sentar sus reales en el centro asturiano, por ejemplo,
que está en la calle Farmacia por donde sacaban a los presos de la cárcel de
san Antón. Desolación pero ya pusieron las iluminaciones en las calles
madrileñas. De regreso al conducir vuelvo a sentir vértigos. También puede que
la batalla con la báscula la tenga que dar por perdida ¿A qué escribir si no
tengo nadie que me lea? Santos dice que le gusta lo que escribo en un estilo
medianamente pasable. Toco los temas que nadie se atreve. Tendría que salir a
dar mi paseo diario pero me disuade el viento favonio que pega con fuerzas.
Ahora mis noches son mejores, las duermo de un tirón aunque tenga que alzarme a
mear varias veces. Jesús omnipotente, ten piedad de este pobre pecador que ha
hecho resolución de no fumar y de no beber pero que está anquilosado en un
taedium vitae como nunca en su vida. Cansancio y agotamiento. Veo pocas
perspectivas como no sea el ir tirando. Mi mujer dice que me siento todas las
mañanas en el sofá a aguardar a la pelona. Nos pide el ayuntamiento de Oviedo
las tasas atrasadas por el Renault y suman casi quinientos euros. Tienen que
sacar de las gabelas para financiar los costosos premios Príncipe de Asturias.
No hay que abrir al cartero que ya no es de antemano heraldo de las buenas
noticias sino un vulgar recaudador de las contribuciones más impensadas. El
estado de las autonomías cobra por todo. Hasta por respirar. Tienes que
escribir al desgaire, escribir sea acaso un acto venial para el cual no se
exige tanta preparación como acostumbras. ¿Seguirá adelante el diario? No hagas
jotter. Bátete el cuero con la sabana en blanco del ordenador sin preparación
en sucio, ni trabajos a máquina. Tienes que perderles el respeto a las Nueve
Musas. No es lo mismo decirlo que hacerlo. Hombre ya. Y si no emborronas a qué
te podrías dedicar, yo me pregunto. Has de resignarte a vivir contra las
cuerdas y a llevar una existencia anodina, no eres más que un prejubilado
Aquí estoy recién evadido de Asturias, con un
vacío interior y con una depresión que alberga el pecho como un runrún. Libo la
flor de lo inane. En estos tiempos en que la vileza se prodiga vivir acogotados
no es vivir. Se acentúa la vacuidad retórica. Me refugio en la
ergoterapia pero soy incapaz de catalogar todos mis libros. Me digo y esto para
qué quien me los va a comprar, puesto que acudí al último remedio que es el de
vender libros por Internet. Si otros lo hacen ¿por qué no lo puedo hacer yo? Me
pierdo en los floreos del canto de la epístola y enero ocho buen día para matar
el gocho. Ando muy machucho o entrado en días. Padezco las dolamas, alifafes y
achaques de la incipiente vejez. Tiempo de pundits y tertulianos que se
regodean en el deshoje de la margarita con respecto a la viniente guerra en
Iraq. Vivimos en una sociedad en la cual la pobreza, la decrepitud y la vejez
son pecados capitales. Se estrecha el círculo de la vacuidad y la bestia saca
pecho. Parece que le campanea el busto. Prosigue mi ergofobia. No sé cuál puede
ser el registro de esta palabra; tal vez ergotismo. Registrase un miedo
al tajo y lo demás
Cantó la curuxia anteanoche en la ramada del roble del camino por tres
veces. La aldea estaba en silencio. Asturias del alma. Había subido a abrir la
casona y al regresar escuché su llamada. La lechuza es el ave que llora.
Colgados de la viga del techo estaban los calderos donde faenaba la abuela.
"Cien años ha que nací y nunca tantas potas y cacharros vi". Alentaba
aun la ceniza de los viejos pucheros. El almirez, las sartenes, las trébedes y
los morillos alineados por la mano experta de la pobre güela que murió
hace medio siglo. No había mejor cocedero en todo el concejo pero al volver el
canto de la curuxia ahora en la sebe seguía sonando lúgubre y persistente.
Según la vieja creencia cuanto la lechuza gime
sus tristezas sobre la rama que nunca verás pero sí que sentirás, es señal de
que va a haber un difunto. Cerré puertas y ventanas, eché el alamud del
portillo. No había luna. Un perro ladraba en la braña puede que fuera un lobo.
La comadreja, el raposo y el gocho salvaje eran los mi habituales visitantes
nocturnos pero esos no me asustaban. Entonces recordé las noches de filandón de
mi infancia; los cuentos y consejas de las brujas de Puente Perín, lunes y
martes miércoles tres jueves y viernes sábado seis y domingo siete quitarle la chepa
a ese. Me colocaron bien la joroba de la literatura. Llaman a la puerta madre.
Hijo, déjalas que ellas solas se irán. ¿Ah sí?
El padre Astete señala en su catecismo como pecado menos grave creer en
agüeros y cosas supersticiosas pero brujas haberlas haylas. Las brujas volando
en el cielo nocturno me horrorizan pero en los bosques del Rellayo en la calella
que rodea el manto de Santana me pareció haber visto hace unos años sentada a
la vera de un rio junto a la peñona a una xana peinando sus cabellos de oro.
Era rubia y muy hermosa.
Tal vez fuese mi imaginación pero percibo▬ es un don que el
Todopoderoso da gratis a los artistas y poetas ultra sensibles y, cuando me
encuentro a una persona, veo los contornos del aura que todos llevamos▬.
¡Cuidado cigua! Suenan las señales de alarma y me pongo en
guardia. Me fascinan las historias del nuberu y del culiebre.
Los asturianos somos pueblo de brumas. Tememos a la guestia que anda por
los ribazos, en procesión de calaveras con hachones encendidos, cantando
tremendas. Es una herencia pagana de nuestros ancestros latinos que llamaban,
dicen los que de esto entienden, a los gnomos del bosque nephelibata.
La estantigua pasa, canta la curuxia y las
animas bajan la cuesta de Artedo por el Revellín cruzan hasta el Ribete y se
sumergen en las olas de la playa con sus blandones incandescentes. Van cantando
" Hijos, caminad de día, que la noche es mía".
Conviene recogerse y no mirar para los trasgos
porque si un difunto que marcha en la fila de la estantigua, vestido de fraile,
ocultando su cara de calavera, en la capucha, te mira a los ojos, a
los tres días mueres.
Dicen los gallegos que las meigas van y vienen con la luna llena y
cantan por las aldeas vacías como ésta en la que vivo el miserere o el oficio
de difuntos. Se recomiendan a los que vayan de noche por los caminos que lleven
consigo un relicario que les sirva de defensa. Una imagen de Cristo o de la
Virgen para disuadir al diablo, el mejor detente-bala. Hay que decir cuando se
las siente este ensalmo: "fillo do demo, cata la cruz". Y se
van pero hay algunas que son más contumaces y no hay sortilegio que valga para
ellos. Son las almas de los endemoniados.
En abono de todo lo dicho, yo podría contar
muchas anécdotas pero el material daría para un libro. Bástenos saber que la
cigua es cosa cierta. La cigua es una palabra bable que los españoles
importamos de Cuba. Es la cigua prima hermana del vudú e hija de la
magia negra. Única solución el agua bendita y rezar todas las noches el
trisagio de San Miguel Arcángel. Ese las espanta.
La superstición es parte de la vida misma. Viví
cinco años en Londres en el barrio de South Kensigton. En el edificio había el
fantasma de un templario irlandés el conde Kelly que murió en las cruzadas.
Este hecho paranormal los vecinos lo asumían como algo normal y un amigo mío me
contó que una noche se lo encontró sentado tranquilamente en el sofá
de la salita hojeando las paginas ensabanadas del Times.
¿Cómo no creerlo? Cuando alguien mienta la
palabra cigua yo toco madera, pero Villeguillo se pone de los nervios cuando
escucha en estas noches del invierno el canto de la curuxia. Le echó las cartas
una saludadora y desde entonces dejó de asistir a las sesiones espiritistas
donde se hace la guija.
No recomiendo las artes diabólicas pero brujas
haberlas haylas. Tengo, por mi parte, yo más miedo a los vivos que a los
muertos. Y por estos pagos rondan ahora bandas de ladrones del Este.
A diferencia de Villeguillo me encanta el grito
de la curuxia. Antes de asustarme, me arrulla y me duermo con el 38 que me
compré en un viaje a Texas debajo de la almohada por si los bandidos que
asaltan las casas de los viejos, se les ocurre pisar mi umbral, los dejo secos.
Es una mala costumbre que copié de los norteamericanos. Allí el allanamiento de
morada se paga con la muerte y hay todo un armero en cada casa por modesta que
sea. Los temo, ya digo, a ellos más que a los fantasmas pero brujas haberlas
haylas.
Sigue el miedo al vacío. Llevo sin encender el
ordenador más de dos semanas. Una aflicción interna, el dolor de costado y la
desaliento de saber que todo cuanto haga será inane me aleja de la tarea que ha
sido razón y norma de mi vida, pero fue una noche buena bien pasada con mi
madre, mis hijos, mi mujer mi hermano Fernando y Fuencisla. Mi madre la salió
un grano en una pierna y creo que era un cáncer, la han tenido que hacer un
injerto, fíjate un granín cuando sale con mala leche. Temo a la nada, al vacío.
Los cadáveres se mojan más en los cementerios en estas noches de lluvia y ese
solo pensamiento me hace acorrucar junto a la almohada en espera de que la
muerte me sea esquiva. No soy lo que se dice un valiente a tal respecto. El
papa de Roma no es más que un ansia consolidada de poder. Sigue impartiendo
bendiciones desde su carretón y sonriendo con una sonrisa enigmática cuando se
le aclama. Estoy confuso, apenas puedo poner en solfa mis pensamientos pero al
menos he podido vencer una resistencia inaudita que dura ya demasiado tiempo. Y
ahora me voy a comer. Anduve esta mañana las dos praderas y ya me roe un
poco el gusanillo. Es angustia vital lo que siento. Nada más. Tú no te rindas.
LIBRO
SEXTO
1966
4 abril Lunes Santo:
Hoy Se Fue María. Al hora que redacto María Prudhome la gran revelación
de esta primavera estará paseando por las calles de la ciudad del Dante. Cuando
huelo mis manos aun aspiro el perfume que ella me dejó de las suyas. Me
acariciaron como nadie en el mundo aun me acarició. Tu partiras demain et tout sera oublié”... alors on verra... je te aime je
t´adore antonino mais tu vais c est pas `possible... je voudrais t´en
donner tout, mais cést pa possioble je l´ai promis a mon Dieu.... quie tu es jolie muy darling, havent met another like you. You are the
first and the last On Friday evening we
were dancing trembling of happiness and desire. I respected her. We went for a
walk at Retiro park. The sunset glared on
her eyes.
Al abandonarla en su hotel vagué por las calles
madrileñas. Estaba confuso. Era la primera vez que yo besaba a una mujer. Me
levanté y fui a misa para pedir por ella. Este Domingo de Ramos fue
inolvidable. Nunca la volvería yo a ver a este dulce profesora canadiense.
13 de abril miércoles de pascua.
Bajé unos días a Fuentesoto. Me hinché a comer rosquillas de palo,
que es una tradición de pascua, pero me dicen que los lugareños abandonan el
campo cierran las casas abandonan el arado y la reja y se vuelven a la capital.
A mí me tira esa tierra. La torre de san Gregorio que divisaba en lo alto al
levantarme de la cama a través del ventanuco de la portada es un lugar mágico.
Antigua iglesia construido hace ocho siglos. Creo que el abandono de la tierra
traerá consecuencias y ya nada volverá a ser lo mismo aunque no lo dudo la
gente quiere progresar y echarse coche. En preparación del examen final en la Escuela
de periodismo estuve trabajando toda la tarde en la hemeroteca municipal. A las
siete regresé a la casa de Álvaro de Bazán a ver el partido de fútbol que
transmitía TVE. La final de la Copa del Mundo. Inglaterra se impuso a
Alemania por 3-2. Fue un momento histórico. El estadio de Wembley vibraba de
emoción patriótica. Nobby Stiles sin dentadura alzaba la gran copa y bailaba en
la cancha. Impresionante el gol fantasma de Hurst y los tiros a puerta de Bobby
Charlton. Las paradas de Banks. Hoy me siento muy inglés. Tuve el sentir de que
alguien me llamaba a Inglaterra. Tengo algo de caballero andante y tal vez yo
forme parte de la hueste de Palmerín de Inglaterra que marchó con su ejército a
conquistar Jerusalén. Sueño despierto alguna vez. El agua y el viento de
Fuentesoto ennegrecieron y purificaron mi piel. Vienes más moreno mi madre
dijo. “madre, cargué las pilas y vengo con el espíritu en forma. En el pueblo
se respira bien. En Madrid no. Amar a Castilla es una gran idea. Los dolores de
barriga desaparecieron ya estoy curado o casi de esa operación de apendicitis
que yo temía fuese un cáncer. La pasada navidad me operaron del apéndice en el
Hospital del Generalísimo. Parece ser quedaron secuelas o adherencias según el
lenguaje quirúrgico. Poco antes de que me operaran murió en una de sus salas el
general Muñoz Grandes. Los puertorriqueños andan a palos con la policía
federal tratando de defender su idioma castellano. Estos mestizos de Borinquen
les dan una lección a los vascos y catalanes separatistas, que menuda la
prepararon en Barcelona cuando entró a tomar posesión de la archidiócesis
de Barcelona Don Marcelo el primado de Toledo. Recibieron a palos al buen
prelado que es de Valladolid. Los separatistas hablan de progreso pero yo me
digo qué tipo de progresismo puede ser ese. Son unos maldecidos unos
bujarrones. Creo que para salir en defensa faltan intelectuales pero aquí lo
que tenemos es a don Bartolomé Mostaza.
Vietnam. Mil muertos en la operación Hawthorne. Una celada en un bosque
de los vietcongs. Las cadenas radiales hablan de la próxima caída de Hanoi. Una
foto trae el Arriba impresionante, capta corriendo a una niña
ardiendo desnuda por medio de una carretera para ponerse a salvo del gas
mostaza. En otra imagen un oficial de los leales a Nhgyuen disparando en la
sien de un prisionero del Vietcong. Son dos fotos dignas del Pulitzer. El
fango, los arrozales y los pozos de tirador donde los combatientes vietnamitas
se emboscan constituyen una pesadilla para el poderoso ejército yanqui. “Es una
guerra extraña y horrenda” declara Luis Ponce de León un uruguayo encuadrado en
las tropas USA, de permiso en Montevideo. Todo apunta a que los EE.UU han
perdido la guerra. Conflictos laborales en Amsterdam y en Helsinki Kosiguin el
presidente ruso continúa su visita a Finlandia. Se entrevista con Kekonnen
primer mandatario finés.
17 junio 1966 viernes
A partir de esta fecha los nacionales de
Honduras gozarán de pasaporte español, decisión que me gusta y trae hoy el BOE.
El gobierno de Franco tiende los brazos a Hispanoamérica. Es fruto de las
relaciones comerciales del ministro de Industria López Bravo. Ya digo es una
decisión la mar de acertada. Nuestra patria tiene allá un compromiso
ineluctable que hubo un tiempo que fue obviado. Ahora vuelve a surgir. America
del Sur siempre me ha encandilado desde que escuché las lecciones magistrales
de nuestro profesor canario Mario Hernández Barba. Se ofrecen
coyunturas favorables para cuajar una vía de acercamiento con aquellos pueblos
hermanos. Propone este profesor abrir nuevas cátedras de Historia de America.
Sólo existe una en nuestro país, mientras en Rusia hay 47. Criticas a de Gaulle
que en Moscú habla de una Europa desde Gibraltar a los Urales. Ello le desplace
a los norteamericanos. El ayuntamiento de Cádiz está incómodo con el Correo
Catalán porque publica un artículo en el que dice que los gaditanos son la cuna
del señoritismo. En Cádiz ha surgido un grupo de presión que quiere
constituirse en enlace entre los republicanos y monárquicos. Pemán es su adalid.
18 de junio 1966 sábado
Entre los jóvenes americanos a punto de
graduarse en Harward únicamente un 12% piensa dedicarse a los negocios. Les
trae al pairo el sistema capitalista, dando preferencia a los valores
espirituales al ocio y la cultura y la paz no la guerra. ¿Decadencia del
capitalismo? Aquí ciertamente proliferan los lectores a de Alan Grimsberg el
poeta que dijo “America vete a hacer puñetas con la bomba atómica”. Es la
generación hippy flores en el pelo y canciones, sentadas en California y en
Chicago riots. Me gusta el disco y no dejo de ponerlo en la gramola “If you go
to San Francisco” de MacKency, emblema de las marchas anti guerra de Vietnam.
Las antorchas humanas siguen ardiendo en la ciudad de Hue. La primera víctima
fue una muchacha: Djo Thi Yen Pi de 16 años que se quemó a lo bonzo en Nha
Traurg en enero del pasado año. Las autoridades budistas designan a los que han
de inmolarse de acuerdo con sus condiciones psíquicas y religiosas. Antes del
sacrificio se les proporcionan anestésicos de hierbas naturales para mitigar el
dolor del trance. No se sabe si van de grado a la hoguera o a la fuerza.
20 junio 1966 lunes
Qung principal monje budista entra hoy en su
segunda semana de huelga de hambre para protestar contra el gobierno de Saigón
y a favor de Ho Chih Ming. Fue internado en una clínica de Hue. Ciudad que ha
sido tomada por los gubernamentales con un solo muerto en la lucha. El primero
de julio próximo se hará cargo de la presidencia de la Republica
Dominicana Joaquín Balaguer, ex colaborador de Trujillo. Balaguer es un
intelectual amigo de España y su cultura que ha publicado libros de versos.
Estuvo en la embajada de Madrid y Paris. Habrá de enfrentarse al paro endémico
y al analfabetismo cuando jure el cargo. En Argentina la situación sigue
confusa. Hay ruido de sables en torno a la personalidad del general Onganía.
8 de agosto 1966
Como me he vuelto un ser sin intimidad voy a
decidir proseguir este memorial tratando de dar de lado a la gazmoñería y a las
mariposas negras que revuelan en mi mente. No cobro en Radio Nacional soy
compañero del árbitro Galende y un vasco. El pluriempleo la envidia la palabra
vacía la puñalada por detrás trabajo con compañero de la Escuela de Periodismo
que se llama José Luis Albeniz. Cuando acabe las prácticas me marcharé a
Inglaterra. Estoy harto de este país y de este Madrid lleno de hipocresía y
pecados burgueses. Estoy harto de las mujeres de mi país. Dinero y agasajos a
las del bello sexo, tiempo perdido. Noto que ellas se burlan de mí. Me toman el
pelo. Hay que aprobar la reválida del periodismo.
11 de agosto 66
Voy a dormir a casa de Pérez Mateos porque hace
unas noches tuve un ataque de los suyo. Ay, chato, chato estoy muy mal.
Llamamos a la vecina, una señora de Riaza que es frutera y tiene dos hijas muy
bonitas, pues creíamos que se moría. Salió la mayor Milagritos en camisón y
el enfermo al ver sus transparencias resucitó. Se le pasaron todos los
males.
Fui al baile y conocí a una chica me dio el
teléfono y quedamos. No sé si iré. La voluntad se va debilitando y viene el
desengaño no sé de quién será la culpa del ambiente o el responsable seré yo
con mis telarañas en la cabeza. Cada día todo se me hace más cuesta arriba.
Quiero superar las depresiones que me dan de vez en cuando y me dejan baldados.
He cogido el vicio de fumar. Una cajetilla de Celtas largos me dura una semana
pero con el estudio y el trabajo en la radio va aumentando la dosis. Reconozco
que el tabaco es malo pero me fortalece el espíritu y me ayuda a sobrellevar
las largas horas de estudio. Estoy preparando los exámenes de reválida y
validación. Muchas noches no me acuesto hasta las tres de la mañana. Soy ave
nocturna como la lechuza que dicen que es el ave de la sabiduría.
12 de agosto de 1966
Hoy día de Santa Clara recibí mi bautismo de fuego en la radio.
Entrevisté a Federico Martín Bahamontes en el programa Gaceta de los Deportes
que se emite a las nueve de la noche. No salió del todo mal. Me escuchaban en
casa y señalaron mis defectos. Se me notaba algo nervioso y titubeante pero
Federico es todo un prócer. Aparte de un gran ciclista el mejor que ha dado
España es una gran persona, muy simpático, me habló de Toledo y lo mucho que
quiere a su mujer Fermina. Está derecho como un huso. Es todo músculo. Me
recuerda a aquel santo extremeño, San Pedro de Alcántara, que tenía el aspecto
de un manojo de sarmientos. El toledano es un místico del pedal. Rey de la
montaña. La cosa no salió mal del todo pero a mí me gusta más la máquina de
escribir que el micrófono. Desde que olí la tinta de las enfurecidas linotipias
se adueñó de mí el duende de la imprenta. Llamo a Blanca Valle para preguntarle
sobre nuestro viaje a Inglaterra. A ella también le han concedido una beca para
enseñar castellano en calidad de profesor asistente. Quiero aprender inglés perfectamente antes de
iniciarme en periodismo. Yo suelo tomar las cosas ab ovo desde el principio.
Por eso tendré que renunciar a ser redactor deportivo en Radio Nacional de
España. Estoy columpiándome en el tiovivo de la duda. Unas veces me parece
maravilloso ese sueldo de seis mil pesetas aquí y marcharme a Inglaterra a
pasar hambre. El Mateos con sus neuras me hace perder mucho tiempo.
Transmito un partido de beisbol, no tenía ni
idea de este juego pero un cubano que trabaja en la radio me iba soplando las
jugadas. Un buen consueta. Yo diría un buen samaritano. Creo que también salí
airoso. Sustituimos Albeniz y yo a Juan Manuel Gozalo (le llaman Kubala) y a
otro locutor granadino que es el segundo de Matías Prats. Estoy apabullado y me
siento muy pequeño y neófito en estas lides al lado de tales divos de la
radiodifusión. Tuve que ir a dormir en ca Pérez Mateos. Le da miedo. Estoy de
él hasta los mismísimos. Espero que venga pronto de Soria su compañero de Piso
el cura Abel Hernández quien ocupa la habitación contigua a la suya. Está Abel
de vacaciones. Es un gran periodista aunque dicen que está en dudas si no
cuelga la sotana.
26 de agosto
Un compañero de Filología que va a ir también a England como assistant
teacher conocimos en el bar de Filosofía a dos australianas muy simpáticas.
Estuvimos de mesones y yo quedé con una de Melbourne para vernos en Victoria
Station. Descabellada idea. Lo pasamos bien a pesar del calor de Madrid. Está
cayendo plomo derretido. Las noches las paso insomne por el ardor estival y la
preocupación de viajar a un país que apenas conozco. Estuve en el 64 en un
campo de trabajo recogiendo fresas, pasé hambre, no encontré trabajo y crucé de
nuevo el Canal. En Paris pintó bien. Ahora no voy a la aventura. Tengo un contrato
de trabajo en un colegio del Yorkshire. Nuevamente tomé el coche de linea que
sale de la calle Alenza el Albarrán y me fui a Fuentesoto a pasar unos días con
mis tíos. No me recibieron bien.
—¿Otra vez por aquí? Me dijo el tío Dionisio.
A la mañana siguiente tomé el coche de línea
para Segovia. Estuve en ca mi tata la señora Antonia Sabaté que me crió de
niño. Me invitó a comer. Hablaban catalán y a mí me gusta ese idioma- antes de
regresar al foto en el tren estuve tomando unas cañas con mi primo Agustín al
cual quiero como un hermano. Hace allí la mili y mi padre le ha enchufado en
Mayorías. Hasta primeros de octubre no es la partida para la Rubia Albión. Dios
qué nervios. Me he comprado alguna ropa pero mi ajuar es escaso mu made me
compró en Sepu un impermeable tres cuartas Topo Gigio que ahora se lleva mucho.
En la Radio siguen pidiéndome que me quede. El director de informativos un
falangista insiste en que me darán un contrato fijo. Sigo deshojando la
margarita.
8 de septiembre 1966
Los exámenes para convalidar el título de
periodista serán el 21 de septiembre. Llegado el otoño, la luz es distinta pero
nosotros no la vemos porque pasamos encerrados en casa de Mateos toda la noche
cantando los temas el canario Pedro Fernau, Pedroche, Perreta y yo. A base de
café cargado. Cuando nos da sed levantamos el botijo y para el hambre mi madre
nos prepara bocatas de tortilla. Con ellos matamos el gusanillo. De vez en
cuando un break para echar un pitillo. Son casi doscientos temas.
En casa mi madre ha acogido a una pariente suya Amelia operada de un cáncer de
mama. Hubo que habilitar un cuarto para ella, la están dando radioterapia. Nos
visitaron la señora Henar y su marido el teniente Casado. Sus hijos José Luis y
Merceditas son amigos de la infancia. El teniente Casado es de Pradeña. Ahora
viven en la colonia militar de Campamento.
29 de septiembre
Una vez celebrados los exámenes de Revalida de Periodismo en la Escuela
Oficial obtuve un aprobado con Notable. Don Pedro Gómez Aparicio que presidía
el tribunal amablemente me entregó la papeleta y me dio una palmadita en la
espalda. El espaldarazo. Sólo me dijo: “muy bien Parra, audaces fortuna
iuvat” (citando a Virgilio de Mantua). Salí corriendo de la parte trasera
del Edificio del Ministerio de Información y Turismo pegando brincos de
felicidad. Aprobamos doce tíos ente un grupo de más de cien. Fue una sorpresa
que yo, pesimista de natura, no me esperaba. Esto supone para mí uno de los
grandes momentos de mi vida. He pasado una noche feliz. Lo celebramos con el
cura Abel Hernández y Gabriel Plaza Molina. A Mateos lo catearon pero fue una
coincidencia porque Gabriel Plaza que trabaja ya como redactor en YA y un
servidor entramos en la Escuela de la Iglesia de periodismo en la misma
convocatoria. Juntos entramos y juntos salimos. Es un gran amigo mío. Muy
inteligente. Sabe ruso y cuando pasa por casa mi padre le llama el “Pensao”
por su manera de ser taciturna. Atribuyo este éxito a ni suerte pues me tocó un
tema que me sabía al dedillo, a la benevolencia de Don Pedro Gómez Aparicio al
cual hice un buen trabajo de investigación sobre el periodismo madrileño en el
siglo XIX y a la intercesión de San Antonio Divino y Santo a quien mi madre
puso velas en los Capuchinos de Cuatro Caminos. Me subió la moral y he pasado
unos deliciosos días de fines de verano. El otoño madrileño es el mejor. Hay
que abrir nuevas brechas y luchar. Ya soy periodista español por la gracia de
Dios. En el otoño madrileño gabardinas Butragueño, reza el slogan. Pues eso.
30 de septiembre 1966
Fui a Espasa Calpe a comprar libros y por la
tarde invité a bailar a Milagritos. Le hablé de una novela que estoy
escribiendo muy mala por cierto que se llama los Momentos y ella me soltó:
—Ser escritor es morirse de hambre.
Milagritos fue siempre una buena amiga a pesar
de sus caídas poco amable. Como buena serrana siempre dice la verdad.
6 de octubre 1966
Emprendo el viaje con la idea fija de que estoy
quemando las naves. La estación del Norte era un hervidero cuando el tren
arrancó. Salí de mi tierra el día 2 por la noche cuando se celebraba el santo
de Franco y llegué a Hull el día 4. Lo peor fue el ferry en el que cruzamos el
Canal de la Mancha de Dieppe a New Haven. Me mareé y un marinero inglés me
sostuvo para no caer por la borda. Eché la pota sobre una mar arbolada. En
Londres no me ocurrió ningún incidente desagradable como la primera vez y supe
tomar el metro hacia Liverpool Stret Station sin equivocarme de ruta en el
underground. Los campos de los Midlands son verdes, llanos y misteriosos. La gente
no habla en los trenes como en España. Ofrecí un cigarro al viajero de mi
compartimento cuando estábamos llegando a Peterborough y lo rechazó:
—Yo fumo en pipa.
En boca cerrada no entran moscas. Una señora la
jefa de estudios se encargó de mi acomodo en Hull. Viviré con una familia de
obreros, ella se llama Thelma y el marido Graham. Parecen amables pero no les
entiendo ni papa. Y yo creía que sabía inglés. Ahora he de tenérmelas tiesas
con el endiablado dialecto Yorkshire. Los alumnos que me han asignado de los
cursos superiores son muy inteligentes sobre todo no que se llamaba John que va
a ser futbolista y ha fichado por los Tigers el equipo local. Otro que se llama
Paul Preston y es de Liverpool parece el más zoquete pero ha estado un
verano en Valladolid en el colegio de los irlandeses. Su padre militó en las
Brigadas Internacionales. Así se explica sus risas causticas cuando les hablo
de Franco y la paz que tenemos en España. Paul alza la mano y muestra su camisa
sucia, su pelo desgreñado y la chaqueta del uniforme con coderas. Su madre no
debe de creer mucho en la plancha y la lavandería:
—Sir, Franco is a dictator, a criminal.
─Hombre, yo no diría tanto, John Preston, que quieres que te diga.
Tienes demasiado humo en la sesera y muchos prejuicios para ser un historiador
objetivo
Estuve a punto en plena clase y sacar la minga y
mear mirando al mapa de Inglaterra que estaba colgado de la pizarra imitando a
Blas de Lezo pero me contuve.
Me quedo de un aire sin saber qué contestar.
Rojo de vergüenza hasta las orejas. Para tales cuestiones políticas no tengo
respuesta. Son una inconveniencia pero mi orgullo patriótico se resintió y
determinó que las clases con el curso superior nivel A, equivalente a
nuestro preu fueran para mí un suplicio. Nunca pude olvidar la acrimonia de
Paul Preston en la clase de presentación. Un verdadero desencuentro. Se me
cayeron los palos del sombrajo e inculcaron en mí una pequeña dosis de
anglofobia de las cual aún me resiento. Los ingleses son gente maravillosa,
tuvieron un imperio, y manejan bien el columpio de la balanza de poderes. Son
muy suyos y siempre consideraron a España su enemigo histórico
Roy el marido de Thelma me llevó en su Morris
1100 a arreglar algunos asuntos con la policía. Me han dado seis meses de
estancia en el país. La comida escasa pero buena. Sin embargo esta noche tuve
algo de cólico. Me hizo daño el té que aquí toman a todas horas.
Saturday October walked around town. Most of the harbour was destroyed
by the bombs of the Luftwaffe. A great line of worker with cloth caps were
riding their bicycles on the way home. Went shopping with Mike Newton my head
teacher. People here eat a lot of sweets and chocolate. Newton is 24 oxford
graduate in Spanish. He has read el Quijote ten times and speaks good old Castilian.
Nice bloke. His wife is called Margaret. The Spanish department in Kingston
Upon Hull High School is Michael s first job. What impressed me was their
youth and their happiness and optimism. This couple shall be declared the
propaganda of marriage. I went later to a party at 173 Cottingham Rd. It was freezing. Vinieron muchos
extranjeros negros sobre todo y bailamos con los locales el baile de la comba
con un estribillo que decía “Kiss me in the middle”. Había que buscar a
tu pareja entre los danzantes y estamparle un beso en la boca. Estuvo bien.
Inglaterra es hospitalaria. Al final cantaron el Dios salve a la Reina… O
Britania rule the waves. Vuelvo a casa y me visita una de mis “pájaras” me
tumbo en la cama y empiezo a llorar. Homesick. Murrias indefectibles. Me
parece que he cometido una equivocación al enterrarme en este agujero inglés
pero a lo hecho pecho,
La madre de Thelma un abuelita inglesa. La
espalda curvada en una desbordante joroba me regala un libro de Shakespeare que
conservaré toda mi vida pero que no acabaré de leer jamás. Books. Books. Tantos
libros que fueron mi norma de vida y para qué. La viejecita tiene 64 años pero
parece diez años más. Las inglesas muy bellas y candorosas de mozas envejecen
mal.
November 4
Guy Fawkes. I feeel better but nealy two weeks since I went to the loo. Constipation. It is the horrible English food. There ware bonfires in
the boggy nighit of Guy Fawkes, no es bueno
sentirse español pues toda Inglaterra celebra con hogueras el día que se abortó
la conspiración de la Pólvora. Un espía español que militaba en los Tercios
Viejos de Flandes quiero volar el parlamento. Terminó en la horca luego de ser
descubierto, bloody Spaniards. Me compré una radio transistor y escucho
a los Beatles y la música pope que transmiten desde un buque fantasma en el mar
del norte un tal Jimmy Savile ─quien luego se descubrió que era un monstruo, un
depredador sexual que violaba a niñas adolescentes con gripe en la cama del
hospital, le dieron la Orden del Imperio
Británico, fue desenterrado de su mausoleo en Leeds y quemados sus
huesos─ al alimón con Tony Blackburn.
Cené con los Dohertys. Hospitalidad británica. La mujer de Paul Doherty
es muy fea pero hizo un pudding riquísimo. There
was a brawl yesterday in my class.
Una pelea entre Preston y yo.
Me gasté diez chelines en cerveza en el pub de
la esquina Cross Keys situado en el empalme de Nottingham Rd y Beverley Rd. No
me gusta la cerveza pero es buena para hacer pis.
Fui al baile del Locarno una sala que está
bastante bien. Había un grupo de baile brasileño y las muchachas de Hull se los
rifaban. Allí conocería a Suzanne el amor de mi vida pero no aquella noche
26 de noviembre
Un recital de flamenco en la universidad. Uno de los profesores es un
joven de Liverpool que habla con acento sevillano. Está enamorado de Andalucía.
Yo me mudo de pensión. Me mudo de Falmouth a Pearson Park. No me estoy
adaptando bien a mi nueva vida. Creo que tengo cáncer. Me duele muchísimo la
tripa. A causa de la comida tan mala tengo un estreñimiento feroz pero a ratos
pienso lo peor que pueda ser un tumor. Una familia católica me invita a pasar
la navidad con ellos pero no sé si iré. Me siento como un refugiado. Nunca
pensé que este lugar fuera un destino de una especie de exilio. La gente me
mira como un antifranquista y me mira con compasión. Very poor Spain… y
a mí me entran ganas de llorar cuando escucho eso. La nueva patrona es polaca.
Vinieron aquí después de la guerra. El marido era militar y cayó en el frente
luchando contra los alemanes. Tengo un disco de Lili Marlene lo puse en mi
tocadiscos y se puso la señora como una fiera. Lo comprendo. Los recuerdos y
sufrimientos de la pasada guerra mundial son muy recientes. Mientras tanto yo
leo a Kafka y me siento un poco cucaracha. La lectura de este autor no calma
mis dolores de barriga. La gente se porta muy bien conmigo. Otro profesor Mr
Whitecomb me invita a cenar en su casa. Una buena cena de domingo sacia mi
hambre. Los ingleses son muy hospitalarios y abiertos al menos aparentemente
pero nunca vi tanta pobreza como por aquí. Hull es culo del mundo. Padezco el
síndrome de la English Rose. On boxing day I came back to my garret
1967
Nunca pasé tanto frío la Nochevieja más triste de mi existencia. Los
polacos fueron a misa de gallo. Yo preferí seguirla por mi misal. Compré una
botella de vino blanco que aquí llaman plonk y me fui a la cama antes de
las Campanadas. En casa estarían cantando villancicos mis hermanos Ponciano y
Fuencisla mi hermana habrá colocado el Belén con la supervisión de mi hermano
Nano. Año nuevo vida nueva. Ha nevado. El vino blanco me hizo bien y no tengo
resaca. El balance en lo personal quizás sea amargo pero pienso que he venido a
una Inglaterra feliz de gente que lo pasó mal en la guerra y no se queja.
Política de pleno empleo unas pocas libras en el bolsillo, la tele en blanco y
negro pagada a plazos y las tardes en el paz donde los mozos salen de caza de
la hembra como en el libro Saturday Night Monday Morning. Esto es el Yorkshire
en el duro invierno del 67. Los Beatles cantan sus baladas, las niñas lucen sus
hermosas piernas en minifalda y hay gurus como Jimmy Savile un yorkshireman que
era un depredador sexual como luego se descubrió. Aquí lo llaman chatting up
the birds. Las chicas son menos gazmoñas y más amables que en Madrid. Aquí
por lo visto es fácil ligar. Esta es la Inglaterra de You never had it so
good. You never explain you never explain. Mr. Harold McMillan dixit. Me cruzo todos los días por la calle con personajes que parecen salidos
de una novela de Sillitoe o de Room up the top. Imitan el peinado y
el calzado de los Beatles y hasta su manera de hablar. Hace un frío del carajo.
Es lo malo, tengo sabañones como en el seminario.
6 February 1967 Monday
Vinieron a visitarme Blanca y Juanito.
Blanca decepcionada con esta ciudad que
es la más fea de las Islas Británicas. Marcharon pronto. Su escuela está en
Leeds la capital del condado. Dicen que allí todo es mejor. Quedaron
estupefactos ante lo duro de mis condiciones de vida y lo estrecho de mi
habitáculo. Blanca Valle es una manchega muy guapa el busto grande de la cual
yo que soy tan enamoradizo estuve enamoriscado. Mucha mujer para mí. Nos
pasábamos los apuntes en la clase de Historia del Arte que daba Azcarate. Me
dio su número de teléfono pero no me determiné a darla un paseo en el 600 de mi
padre. Soy tímido; les enseñé la ciudad que tiene poco que ver y visitamos la
catedral de Beverley. Nos fotografiamos en el porche del templo. Soplaba un
viento del norte que congelaba las orejas
8 de Febrero
Conozco a Suzanne una bella londinense del
Endsleigh College que creo que llenará de felicidad y de tristeza mi vida. Fue
amor a primera vista el otro día en una misa. Como cuando Petrarca encontró a
Laura y el Dante a su Beatriz.
Me da ahora por la poesía. Aquí mi último poema
Yo quiero ser inglés
Para tomar el té de las cinco
Dar cuerda al reloj los fines de semana
Pasar la rueda por el jardín
Vivir cerca de ti
Quiero ser inglés
Mi barco dio de través
Me ahogo en este mar de dicha y lágrimas
Quizás sea poco para ti
Dulce Suzanne
Toda roja y toda azul
Bajo la niebla de Hull
Sus ojos flamean en el lábaro
De mi estandarte
Ayer me robaron la bicicleta. Tendré que tomar
el autobús para acercarme al instituto, las tres millas que separan el colegio
de mi casa las pedaleaba en algo más de media hora. Y en el coche de san
Fernando.
Siguen las poesías
O Suzanne Hugh
How much I love you
Rose of my rosebush
That I will take with me
Always
Smelling spinnaker and lilies
She is like an Spring garden
All is a dream
Cross keys and cross hearts
Venus stepping out
From the sea
Blond hair and rozagante
I swear it for the cloud
And the wind
For the harbour for the sea
Athletic London girl
Swimming laughing
Riding horses
She brought life to me
1966
Así que pasaren 55 años he vuelto sobre mis pasos a revisar aquel
cuaderno sacado del material escolar del alumnado un jotter sobre el final de
aquel 1966 en el cual mi vida pegó un viraje en ángulo agudo. Estoy abrumado
por la melancolía y el remordimiento. El amor hacia Suzanne es para mí un
sacramento que me acompañará a la tumba aunque todo falló por mi culpa por mi
inseguridad por mis celos por la ingenuidad de mis pocos conocimientos. En el
seminario no nos enseñaron a tratar con las mujeres. Books no more. Siempre
el maldito idealismo que deforma la realidad como el rayo de sol que penetra en
un estanque límpido.
Hicimos una excursión a un pueblo más allá de
Beverley que casualmente sería nuestra residencia de casados porque en
Wilberfoss nació Helen. A mí me hubiera gustado llamarla Edelbertha o Edwin, si
fuera niño nuestro primer hijo. El nombre arcaico no le gustó a Suzi. En
Wilberfoss se me ocurrió esta poesía aquel día de las Candelas de 1967.
Imagine what my feelings are
I am in love
With Suzanne
We kiss in the porch
And the parson won’t wrangle us
Love is no sin
I will invite you sexton
To the pub
You will drink till
You are drunk
You will clean the strings and the ropes
And the clapper bells
Mind you
The wind is blowing
14 de febrero 1967
Todo está dicho desde que se hicieron las
guitarras. No hay nada nuevo bajo el sol. Bajó anoche el Espíritu Santo a la
playa y dejó en la arena música de sandalias. Hoy exulta mi corazón. se
calmaron las desdichas mientras lanzo una moneda al aire y sigo amarrado a la
rueda del destino. ¡Qué grande es Dios!
He de dejar en esta entrada de abril las páginas
de este diario redactadas con caligrafía nerviosa como resultado de mi
excitación nerviosa y atolondramiento. El resto es muy personal y secreto, y no
creo que interese a nadie. Baste decir que me enamoré de la inglesa más
bella y mejor de Albión. Moriré pensando en ella. Yo tuve la culpa de que todo
acabara en desastre. No fui merecedor de aquel galardón de los dioses pero
confieso que he vivido y el nombre de Suzanne brotará de mis labios cuando
exhale el último suspiro. Puede ser que tal afirmación resulte grotesca en los
tiempos que vivimos. Han pasado diez lustros y aun recuerdo aquel curso escolar
en Hull la ciudad del viento. El amor es más fuerte que la muerte. Echo de menos
su belleza y su sentido del humor. Sin su presencia he vivido una vida vacía
infeliz. Por mi culpa no supe manejar el tudel y el estrangul propios de un
buen gaitero. No supe tocar la gaita y ahora lloro mis culpas. Yo no soy más
que un pobre y delirante soñador
Fin de los extractos de mi diario de 1966-67
Sunday, November 21, 2021
Flores de
arrepentimiento
Lloro mis pecados
viejos
Veo todo lo loco que
fui en mi desmesura
Rumbos perdidos
Siguiendo los pasos
del viento enfurecido
Del dalle de la vida
En sus ventalles
Juguete fui del
apetito
Tú, Señor, me mirabas
triste
Desde el árbol de la
cruz
En que fui redimido
Abandoné el Amor
Y me eché en brazos de
la locura
Derrotando por
tabernas y quilombos
Todo es vanidad en la
política
Es letra muerta todo
cuanto fue escrito cálamo en ristre
Por mi mano
No di de mano a la
presunción la lisonja y el ataque enfurecido
Persiguiendo fatuas
quimeras y utopías
Del buen nombre
Mas, mi pasión es
España
Razón de mi locura
Y del agua que corre
en la Fuente de la Fama
Mis ideas me
convirtieron en proscrito
Acepto el castigo
Dios de Israel, sin
embargo
Sigues siendo pulso
infinito
Manejando la rueda del
cosmos
Que atestigua mi
ruindad
lavabo Inter Inocentes
manus meas
Lo dicen tus ojos
doloridos
En el cerro del Calvario
Gólgota que amontona
calaveras
El fuelle del recuerdo
de mis pasos perdidos hace calle
A mis suspiros
Llorando estoy mis
desvaríos
Muerde a la vejez la mi conciencia
La inconsciencia y
locuras de juventud
Dulce Jesús
Hay una flor en el
pénsil de Inglaterra
Suzanne, mi dulce
Helen por quien suspiro
Y torcer quisiera el
rumbo
De mis pecados viejos,
despropósitos, y desvaríos
Vientos de profecía
One day after ten years
I will come back to Hull
However, I wont find you
The neon lights of your street
Shall be gleaming like today
And the poplar growing by your window
Will be wet under the rain
Naked without leaves
Life as usual
Traffic lights
Cars tooting away
And the pompous birch in whose bark
I chiselled our names
Cupid dart broke other hearts
Shall exhibit other lovers
Other names
The old pensioner with his cloth cap
Walking with stick
Whom we used to meet on our way
Shall be dead for a long time
At the door will I wait
For you but never came
Ten minutes like ten years
Standing in the rain
I ´ll ask your landlord
Where is Suzanne dear man?
Gone, she is ever gone
Neither tacks, no trucks, no address
Like the Demerara rum
Vanished
Good days of wine and roses
This is not your street
Nothing of you in it remains
Only memories
Of happiness with you in the winter days
I will go the pub of the Cross Keys
And drink beer to forget
Beer without you will be stale
Of bitter taste
Where is Suzanne dear man?
The London girl of twenty year
Full of life
Plenty of grace
I´ll fetch my guitar and go
Back to Spain
And get older and older
Between printing words
And newspapers pages
You always hold yourself
Out of reach
CONOZCO A ZELENSKI EN LONDRES CUANDO ERA UN REFUGIADO VAGABUNDO
Cuando estalló la
batalla de Maidan en el 14 los diarios difundieron el retrato de Waldemar
Zelenski y algo me dio en la nariz. ¡Coño¡ Yo conozco a este tío. Fue el que
quiso dispararme un dardo en la cabeza tratando de hacer blanco sobre el
tablero del juego de las flechas que se juega en las tabernas del Reino Unido.
Dios mío qué aventura. Salí gritando de la casa donde Rose una vieja amiga
aristócrata ─era uno de los pocos números de teléfono que conservaba de la
agenda de mis años londinenses, la pedí auxilio puesto que estaba muy mal de
ánimos a causa del desaire de un padre que viene a ver a su hija por navidades
y le dan con la puerta en las narices─ a la cual yo había conocido en mis
tiempos de corresponsal en Londres y fui a la policía. Un boby me acompañó al
domicilio a recoger mis bártulos. Escasas pertenecías algunas las perdí en el camino
en medio de una trágica odisea larga de contar. El agente comprobó que los
hechos eran ciertos. Uno de los disparos habíame rozado la paletilla hizo un
rasguño cerca de mi oreja. Luego trató de echarme mano pero me zafé y en el
forcejeo desgarró mi gabardina al huir. En la declaración en comisaría dijo
llamarse Waldemar Zelenski. Llevaba en el Reino Unido medio año como refugiado
procedente de Ucrania. Había conocido en un pub de Belgravia el barrio más
exquisito londinense a Rose que casada con un lord se acababa de divorciar. La
casa estaba hecha un desastre. Los niños se habían ido con su padre a pasar las
fiestas de Guy Fawkes (Halloween) y no habían vuelto desde entonces. En la casa
todo estaba manga por hombro, los cacharros sin fregar y las sabanas sucias. A
mí me acomodaron en la habitación de los niños. A media noche me despierto al
escuchar voces. La pareja discutía y hablaban sobre mí porque el judío
ucraniano debía de haberse puesto celoso suponiendo lo que no había: una
historia de amores entre la dueña de la casa y yo:
─¿De qué conoces a ese tipo?
─Era un foreign Correspondent (corresponsal extranjero)
amigo de mi marido cuando era parlamentario. Portaba mucho por los Comunes
y hacía entrevistas a Lord Hume, Callaghan, Carrington y otros muchos.
─¿Lo conocías en el sentido bíblico de la palabra, no te
acostaste con él? Conozco bien a los españoles y a los italianos.
─No, por Dios. You
are a suspicious minded jew (Eres un sucio judío de mente retorcida)
Sonaron
portazos, luego gritos y tortazos. A mí se me encogía el corazón. Luego vino
una extraña calma interrumpida por el batir de los muelles de un jergón en su
dormitorio. Estaban echando un polvo. Se estaban reconciliando. A la mañana
siguiente Rose apareció con el ojo morado y el judío no estaba de mal humor. Me
di cuenta de un hecho que comprobé a lo largo de mis prolongadas experiencias
en Alemania. Austria o Argentina los hebreos buscaban a sus mujeres entre las
rubias y blancas y se tiraban a las más exquisitas. ¿Venganza por dos milenios
de sumisión al cristianismo europeo? ¿Era uno de los corolarios planteados por
la teología del holocausto? El hecho es que ya se estaba urdiendo la
destrucción de Rusia atacando por su telón de Aquiles y también la línea
medular de la cultura rusa y la religión ortodoxa. Los Roschild predominantes
en Inglaterra convirtieron a las islas en tierras de acogida. Pero aquella
mañana Zelenski estaba de buen humor. Jugamos una partida de ajedrez y le gané.
Esto le mosqueó. Acto seguido, sacó la tabla de jugar a los dados. Tiré yo
primero, hice dos dianas pero a él le costó mucho acertar al blanco y cuando
fui a desclavar uno de los darts que se había quedado pegado al redondo panel
siento silbar a una de las flechas que pasó rozándome. La sentí bufar cerca de
mi pabellón auricular Miro para atrás y observo que el sujeto me miraba con
ojos feroces de perro rabioso.
─¿Qué haces, Waldemar?
Murmuró unas
palabras en hebrea que sonaron algo así como:
─Estoy matando a un marrano
La frase tenía
un sentido doble. No se refería al gocho común sino al que marra que es como se
conocía a los judíos que marraban, esto es: que se desviaban de la ortodoxia.
Maldito talmud. El fulano me quería asaetear como san Sebastián, pegué un
brinco y gané la puerta en busca del primer cuartelillo de la policía
constabularia. Me quedé sin dinero porque Zelenski no sólo me quiso matar
también me había robado la cartera. Fui andando hasta el consulado y, explicado
el caso, me dieron veinte libras y extendieron un nuevo pasaporte. Pude llegar
al aeropuerto Heathrow pues tenía billete de ida y vuelta. Otras desdichas y
fracasos me ocurrieron que obvio pero nunca olvidé aquellas navidades de 1986
cuando quise ver a mi hija Helen. Había conseguido su dirección a través de la
Salvation Army. Se habían mudado de Hornchurch a otro pueblo de Essex. Piqué a
la puerta y salió a abrir el pobre Mr. Hugh que dijo que sintiéndolo mucho no
podía ver ni a Suzanne ni a Helen. No tenía donde pasar la noche y me refugié
en un portal de una tienda de electrodoméstico enfrente a un monumento a los
caídos durante las dos guerras mundiales que proliferan por toda Inglaterra.
Pensé que Inglaterra donde pasé los mejores años de mi existencia como
profesoro y periodista me acogió con una mirada desabrida cuando en la estación
de Paddington me quiso un tipo dar por el culo y cuarenta y dos años más
tardes cerca de la estación Victoria un ucraniano que luego llegaría a
presidente de gobierno refugiado de la gran Sinagoga trató de poner mi cabeza
en el tablero. Vuelto a España, le escribí una carta en la que decía que el
Dios de Israel nos había salvado a los dos pues entonces yo tenía por seguro
pertenecer a su misma raza aunque de diferente tribu. Zelenski el patrocinado
de los Rochild en Londres se cuece el calvo de cultivo de todas las guerras no
contestó. Ahora cuando sale por la tele, Zelenski que es el gran culpable de este
desorden que padecemos en Europa, me dan ganas de sacar la pistola y dispararle
a la gran pantalla. Tampoco puedo entender cómo en un país tan civilizado como
Inglaterra un padre no haya podido ver a su hija. Eso ni los cafres. Y
con ese reconcomio moriré aunque puede que sea un castigo por mis pecados de
juventud. Castigo de Dios. Venganza de la Suzi. No tengo ni idea como decía el
maldito Padre Eguillor. Tú no tienes ni idea, Tú.
EPÍLOGO
Mucho tiempo de trabajos forzados, bastantes dudas y el desánimo
de saber que esta obra mía como las otras muchas que escribí, no serán
difundidas pero vaya por delante toda mi gratitud a la editorial Círculo Rojo,
con cuya ayuda doy a la estampa estas cuartillas que salen calentitas del
obrador de la Red. La idea que aletea sobre este texto es mi agradecimiento a
Nuestro Señor y a mi fe cristiana con los que he sobrevivido 81 años tiempos de
cambio y de tribulación. Es más a cencerros tapados. Es lo peor que le puede
suceder a un escritor. No el ataque y la invectiva sino el olvido. Yo
tiré palante contra viento y marea (against odds, que
dicen los ingleses). Estos textos donde los personajes se difuminan en la nube
del olvido son una conjura, un exorcismo, contra las fuerzas del maligno y un
clamor de esperanza de que el mal sea vencido. También es un confiteor por los
pecados del autor. Mucho me pesa, pésame, Señor. Que retumben mis golpes de
pecho pidiendo perdón a Suzanne Marie Hugh, mi amor eterno, presente como
un fantasma acosador y acusador en esta auto novela circular en la cual yo soy
el protagonista y el antagonista y el deuteragonista. Este atavismo de los
muchos años que pasé en Inglaterra y en USA es la causa de mi manía por incluir
muchas palabras en la lengua de Shakespeare. Ello se conjuga con el anhelo del
relato de recuperar lo perdido, de enmendar mis yerros y abrir mi alma en canal
ante el lector. Verdadero sueño onírico. Quise cantar a la belleza del mundo en
los recuerdos de la niñez y la el perfil de aquellos días perdidos. Es también
o quiere ser este libro un lamento por la destrucción del romanticismo y de la
familia y para eso está la máquina de follar que exhiben las reinas de los
berreaderos menoreros. Es también un lamento por Olga la bella rusa caída en el
fango, una de las más bellas del mundo que es maltratada por su macarra.
Prefiero entrar en estos portales desdeñando los que se refieren a la política
tan apocalíptica y a la guerra nuclear. Por último, este texto es un meditatio
mortis. He superado un cáncer de próstata. Eso está ahí. La vida se
acaba, no obstante. Tengo 81 años y no sé si podré escribir algún libro más. He
aquí mi reflexión sobre la vida que se acabará y me lanzo la interrogante del
ubi sunt de las coplas manriqueñas ¿Dónde están? ¿Qué
fue de tanto frenesí y de tanto galán de las coplas de Jorge Manrique? Ahí lo
dejo como meditación en estas vísperas día del Pilar. Las campanas de Zaragoza
y de toda España en general tocan ya. Nuestras vidas son los ríos que van a dar
al mar. Algunos incluso en las altas esferas eclesiásticas, tan aferradas al
dinero y al poder, parecen haberlo olvidado pues sepan cuantos de los pecados
de nuestra Santa Madre Iglesia transformada en madrastra para mí y muchos
creyentes viejos como yo. Nunca he vuelto a ver a Helen y creo que moriré sin
verla. ¿Soy un perdedor?
sábado, 25 de octubre de 2025
Madrid 2019-Asturias 2025. Día de san frutos patrón de Segovia
FIN